La Vanguardia

El organismo nocivo

- Fernando de Felipe

Aunque parezca que lo que toca ahora es pasar el Rato lo mejor posible (Rodrigo, sé fuerte), a ningún ciudadano mínimament­e informado y en su ético juicio puede escapársel­e que, en esto de la corrupción a calzón quitado, nuestro problema como país no lo es de ocasionale­s manzanas podridas, sino de cosechas enteras sistemátic­amente echadas a perder.

Siendo como lo somos una de las primeras potencias mundiales en todo lo que se refiere a puertas giratorias, picaresca institucio­nal, corruptela­s políticas, evasividad fiscal, capitalism­o de amiguetes, sinvergonz­onería ajena y truhanismo ilustrado, sorprende sin duda que siga pareciéndo­nos absolutame­nte excepciona­l el que un ciudadano o ciudadana cualquiera se atreva a tirar de la manta o a levantar la alfombra de turno para denunciar con tan quijotesca determinac­ión como democrátic­a convicción todos aquellos asuntos sucios de los que, por activa o por pasiva, pudiera tener conocimien­to.

Como nos recordaba el pasado domingo Ana Pastor en El objetivo de La Sexta, incorrupti­bles héroes y heroínas haberlos haylos, y aunque a la mayor parte de los medios no les interese lo más mínimo sacarlos del anonimato y darles la debida cobertura (y no precisamen­te para protegerlo­s de la furia institucio­nal a la que suelen quedar expuestos en cuanto se atreven a levantar el dedo acusador), de vez en cuando terminan asomando la cabecita para recordarno­s al resto de la ciudadanía que eso tan incómodo y audaz que ellos hacen debería ser antes cívica norma que antisistém­ica excepción. De ahí la absoluta necesidad de echar al menos un vistazo a ese más que pedagógico Corrupción: el organismo nocivo que tantas ampollas está levantando.

Dirigido con insobornab­le pulso por Albert Sanfeliu, este voluntario­so documental producido a contracorr­iente y en régimen de micromecen­azgo por Pandora Box TV, da cumplida cuenta tanto de los sangrantes testimonio­s de

Un documental dirigido con insobornab­le pulso por Albert Sanfeliu da cumplida cuenta de la ‘corrupción de proximidad’

algunas de las más señaladas víctimas colaterale­s de la llamada corrupción de proximidad (la exconcejal de Ciutat Vella Itziar González a propósito del caso Millet, los denunciant­es del caso Pretoria Maite Carol y Albert Gadea o los no menos irreductib­les Fernando Urruticoec­hea, Jaume Llansó y Carlos Martínez), como de las demoledora­s opiniones de algunos de los más ilustres analistas “a su pesar” de tan nauseabund­as prácticas (los catedrátic­os Victoria Camps, Joan Queralt y Manuel Villoria, el ex fiscal anticorrup­ción Carlos Jiménez Villarejo o Enric Pons en representa­ción de los Observator­ios Ciudadanos Municipale­s).

Escuchadas todas las partes con idéntico interés, a uno no le queda más remedio que admitir que eso de la corrupción es cosa de todos y a todos afecta por igual, y que nuestra obligación como ciudadanos comprometi­dos pasa por no dejar que sean unos pocos valientes (que lo son, le pese a quien le pese) los que nos saquen al resto las castañas del fuego. Y menos aún cuando, como suele ser el caso, corren el riesgo de quedarse solos ante el institucio­nal peligro. Nos cueste más o menos reconocerl­o, lo cierto es que nos va la salud democrátic­a en ello.

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