El depredador huele la sangre
El Barça ha llegado al momento álgido de la temporada con una determinación envidiable. Como el depredador cuando tiene la presa a tiro, como el cocodrilo cuando detecta que un despistado se ha metido en el agua, este equipo huele la sangre y sabe que le falta poco para disfrutar de algo que hace un año parecía una entelequia y que durante esta temporada ha estado seriamente amenazado. El Barça todavía no ha ganado nada pero no es descabellado asegurar que ayer el equipo se metió el título de Liga en el bolsillo. Sin ánimo de vender la piel del oso antes de cazarla los Messi y compañía se sienten campeones y saben que está en sus manos conseguirlo. Ayer derrocharon determinación. Se aprendió de la experiencia de Sevilla –donde hubo exhibición pero también desajustes– y no permitieron que nada ni nadie se interpusiera. Aniquilaron en juego al Espanyol –hubo muchos minutos en los que los jugadores españolistas tan solo podían ser un holograma sobre el césped–, se sobrepusieron a la expulsión de Jordi Alba y mantuvieron la concentración tanto en defensa como en ataque, salvo acciones aisladas hacia el final del partido. A estos jugadores les ha vuelto a entrar apetito, la mejor noticia cuando un colectivo atesora una calidad casi insuperable. Se huele a victoria, se huele a algo grande y, por encima de todo, se desea que lleguen los grandes retos. No se detecta miedo entre los jugadores. Una bendición para una plantilla que sabe que su masa social tiene una querencia a veces insoportable al lastimero lamento narrativo sobre el vaso medio vacío en lugar de medio lleno. Este equipo no es perfecto pero llega maduro al momento de la verdad. Y eso quiere decir que puede ganarlo todo por una cuestión de fe porque la calidad está acreditada de antemano. La misma intensidad que embroca a una pareja de bailarines de tango parece salpicar muchas de las combinaciones de ataque de los azulgrana. Como
El Barça le dio un zarpazo a la Liga casi definitivo. Pero lo mejor es que el apetito no se sacia con esto
la que dio lugar al primer gol en la cancha del Espanyol. Con la Copa velando armas y la Liga más encaminada que nunca, el Barça afila sus machetes pensando en el Bayern. Han pasado sólo dos temporadas desde la vergüenza que destrozó a los barcelonistas con un global de 7-0 en contra. Los jugadores tienen ganas de vendetta y el duelo se antoja más apasionante que nunca teniendo en cuenta que el mito del barcelonismo entrena a los bávaros. El Barça, con todo lo que le debe a Guardiola, tiene que pasar muchas páginas en esta eliminatoria. Puede y debe imponerse al laureado club alemán y seguir reforzándose para alzar la quinta Champions de su historia. Parecía un año de transición, de líos y oportunidades perdidas, y puede acabar siendo un año tan glorioso como los mejores años de Guardiola en el banquillo. Es la grandeza de este deporte, que premia a los que juegan mejor pero que otorga un margen para que la pasión se imponga a la lógica.
Y en esas están estos jugadores y este entrenador que si logran los éxitos que anhelamos habrán demostrado un grado de madurez indiscutible. Los problemas de gestión y de relación a veces deben apartarse en beneficio de un bien común. Especialmente cuando el santo Grial está tan cerca.