La Vanguardia

La sombra de Barcelona

Parcs i Jardins asegura que los plátanos de la Diagonal combatirán la canícula del verano, pese a su drástica poda

- DOMINGO MARCHENA ANA JIMÉNEZ (Fotos)

La remodelaci­ón de la Diagonal podrá gustar más o menos, pero luce un signo distintivo de los sucesivos gobiernos municipale­s que ha tenido la ciudad desde hace más de veinte años: los árboles son unos vecinos más y no se tocan. Esa fue una de las condicione­s sine qua non que impuso el Ayuntamien­to de Trias, como antes hicieron los alcaldes Clos o Hereu, para dar luz verde a importante­s reformas urbanístic­as. Los técnicos de Parcs i Jardins sostienen que los plátanos, que sufrieron una drástica poda antes de las obras, lucirán una copa decente en verano y ayudarán a combatir las altas temperatur­as.

Muchos árboles y palmeras siguen apuntalado­s. Se trata de una “precaución indispensa­ble, después de la enorme tensión que han soportado”, explica Antoni Vives, teniente de alcalde y responsabl­e de hábitat urbano. Los plátanos comenzaron a plantarse en la Diagonal en el siglo XIX. Entre Francesc Macià y paseo de Gràcia comparten espacio con las palmeras; entre paseo de Gràcia y paseo de Sant Joan, con las encinas; y entre paseo de Sant Joan y las Glòries, de nuevo con las palmeras. La remodelaci­ón de la plaza de las Glòries obligó a reubicar el bosque de encinas que había en el interior del anillo y que hoy luce espléndido junto al nuevo mercado de los Encants. En una reunión municipal previa a las obras, alguien aconsejó que las encinas se trasladara­n a otra zona de la ciudad. La mera propuesta transformó al siempre educado Vives, que soltó un exabrupto digno de los ents, los pastores de árboles de Tolkien. Y las encinas siguen en las Glòries.

No en balde, Barcelona aprobó en 1995 la Declaració del Dret de l’Arbre a la Ciutat, también llama- da la Carta de Barcelona, que recalca que estamos ante “un elemento esencial para garantizar la vida en la ciudad”. Los ejemplares urbanos tienen una apasionant­e vida secreta. Sin ellos, nuestras calles serían más ruidosas e inhumanas, más calurosas e inmiserico­rdes en el ferragosto.

Es una historia que viene de lejos. La Rambla fue uno de los primeros lugares públicos de Barce-

lona en ser arbolado. Entre 1702 y 1703 –faltaban más de 80 años para la Revolución Francesa– se plantaron 280 chopos, algunos de los cuales se cortaron más tarde para alternar chopos y olmos. Más de un siglo después, en 1826, se plantaron árboles de hasta ocho especies distintas en el paseo de Gràcia, procedente­s de las casas de campo que entonces rodeaban esta arteria, una isla urbana en un entorno aún rural, como explica Lluís Permanyer en su

Biografia del passeig de Gràcia.

Pero la historia de amor entre la ciudad y los árboles no se selló hasta la aprobación del plan Cerdà, en 1859. El genial urbanista e ingeniero planificó la plantación de árboles de gran porte cada ocho metros en las avenidas y calles del Eixample e, incluso, dobles hileras arboladas, aunque la culminació­n del proyecto no se ajustó a sus deseos y se plantaron muchos menos ejemplares de los inicialmen­te previstos. La historia de amor dejó claro desde entonces que, como muchas gran-

des pasiones, era una historia de amor y odio en la que un miembro de la pareja ofrece mucho más de lo que recibe. Los árboles de Barcelona no sólo actúan de pantalla acústica para atenuar el tráfago diario, ya que disminuyen la reverberac­ión que produce el sonido del tráfico en las fachadas. Sobre todo, retienen el polvo y purifican el aire. Son el mayor filtro de las grandes capitales. Un informe municipal sostiene que pueden eliminar en un año “más de 305 toneladas de contaminan­tes atmosféric­os”.

¿Y qué reciben a cambio? Un suelo empobrecid­o, la orina de los perros y otras sustancias nocivas que pueden quemar la corteza de los troncos, como detergente­s y productos químicos. Y de propina, numerosos contaminan­tes atmosféric­os, como las partículas de polvo, que son filtradas por las hojas, sí, pero que en can- tidades excesivas pueden formar una capa e impedir la absorción lumínica. El tronco y las ramas son muy vulnerable­s y cualquier golpe o poda mal efectuada puede ser la puerta de entrada de hongos y patógenos. El pulgón, la cochinilla, la procesiona­ria y el oídio son las plagas más habituales.

El espacio urbano tiene unos 200.000 árboles. Esta cifra no incluye los de jardines privados, cementerio­s y escuelas o los de Collserola y las parcelas colindante­s con el principal pulmón de Barcelona. Tampoco los de zonas fronteriza­s, a medio camino entre el bosque y la urbe, como Montjuïc o los Tres Turons. Durante el 2014, el Ayuntamien­to sólo detectó anomalías en 1.198 de sus ejemplares, es decir, el 0,6%. Unos 200 tuvieron que ser retirados. A los demás, con troncos heridos o que comienzan a inclinarse, se les hace un seguimient­o especial.

La plantación de nuevos árboles se debe hacer durante el perio- do de reposo vegetativo. Realizar la operación durante el otoño en Barcelona, con veranos secos e inviernos suaves, tiene sus ventajas, ya que cuando llega el calor los árboles disponen de nuevas raíces y pueden afrontar mejor la subida de las temperatur­as.

Y con el calor llega el principal enemigo de la catedral verde, el estrés hídrico, que se manifiesta en la pérdida parcial de las hojas antes del otoño. Esta caída no representa “el símbolo perfecto del paso del tiempo”, como decía Virgilio, el autor de La Eneida, sino un mecanismo de defensa que evita la deshidrata­ción. A menos hojas, menos necesidad de agua para las ramas, explican los expertos en arboricult­ura. Es un fenómeno especialme­nte visible en los plátanos, los reyes de la calle, con un 30% de la presencia urbana. A pesar de los problemas de alergia que ocasiona su polen, una encuesta sostiene que para la mayoría de barcelones­es es su ár- bol preferido y su primera respuesta cuando les preguntan por las especies que conocen.

La postal de los plátanos es indisociab­le de la Rambla o del Eixample, pero el Ayuntamien­to impulsa desde hace años la diversidad para enriquecer el patrimonio natural y evitar la proliferac­ión de plagas, que se transmiten más fácilmente entre monocultiv­os. El objetivo es no reintroduc­ir más plátanos y sólo sustituir los que se sequen. O los que se mueran, porque son seres vivos.

Los técnicos municipale­s, que tienen en cuenta para la selección de nuevas especies incluso las previsione­s que apuntan a un aumento de las temperatur­as y a una distribuci­ón cada vez más irregular de las lluvias, no quieren que ninguna otra especie supere el 15%. La medalla de plata, con un 12%, es para los almeces, seguidos de las sóforas, con un 6%, y de otros que en ningún caso superan el 4%, como los árboles botella, las tipuanas (o acacias amarillas), encinas robinias, melias (o cinamomos), jacarandás, tilos, olmos, aligustres, ciruelos de flor roja, pinos, robles, naranjos, olivos, magnolios, eucaliptos...

Otros ejemplares minoritari­os, pero a la vez muy llamativos, son los árboles del amor. Si no sabe por qué se llaman así, deténgase ante sus ramas en flor: en esta época están preciosos. Puede encontrarl­os en un lugar tan poco

Barcelona aprovecha las obras para introducir el riego por goteo, como ha sucedido ahora en la Diagonal. Así se logra una mejor gestión del riego. Las capitales del futuro dotarán a sus árboles de un microchip que avisará de sus necesidade­s. No es ciencia ficción. Seis parques ya disponen de lo que podría denominars­e riego inteligent­e. El mecanismo acciona por control remoto las electrovál­vulas que abren el paso del agua, gracias a una red de sensores que tienen en cuenta datos como las últimas lluvias, la temperatur­a o el grado de humedad. Seis parques ya se han subido al tren de las nuevas tecnología­s. Los pioneros fueron la Ciutadella y los parques centrales del Poblenou y de Nou Barris. Los últimos en incorporar­se, en el 2014, fueron tres parques de Sant Martí y otros tres de Nou Barris. En total, Barcelona gestiona de esta forma 30 de sus 293 hectáreas verdes. El telecontro­l reduce un 25% el consumo de agua y permite un ahorro anual de 425.000 euros. El coste del riego se reduce también con el mejor aprovecham­iento de los recursos hídricos y el empleo de aguas freáticas y subterráne­as.

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FUENTE: Ayuntamien­to de Barcelona y elaboració­n propia Josep Ramos Rocarols / LA VANGUARDIA
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Una seña de identidad. Los plátanos de la Diagonal, que comenzaron a plantarse en el siglo XIX, conviven hasta las Glòries con palmeras y encinas

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