El ejército toma Baltimore tras la batalla campal
Estallido de rabia por la muerte de otro negro a manos de la policía
Baltimore despertó ayer todavía humeante, con los bomberos trabajando, y tomada por el ejército.
La Guardia Nacional se desplegó por el centro de la ciudad y llevó la calma. Sólo en apariencia, después de una larga noche de violencia y destrucción que desbordó lo sucedido en Ferguson (Misuri) el pasado año con la muerte de Michael Brown.
Este nuevo conflicto racial, enraizado en la epidemia de la brutalidad policial, se focaliza en las calles del downtown. Tanto en la zona oeste, donde arrancó el lunes, como en la del este, a la que se desplazó la protesta y obligó a suspender el partido de la liga de béisbol –como sucedió este martes–, los restos del naufragio se reiteraban. Unos 2.000 voluntarios se pusieron manos a la obra para colaborar en la limpieza.
Colegios cerrados, así como muchos negocios e instituciones, marcaban la pauta de una jornada diferente. También se clausuró una zona comercial por la supuesta amenaza de altercados. A medida que avanzaba la mañana, en esas calles del centro se empezaron a concentrar los manifestantes, frente al cordón policial. La protesta pacífica estuvo salpicada por momentos de tensión. Se vio a agentes utilizando el gas pimienta y haciendo arrestos. La multitud iba a más. “No vamos a tener otra noche como la de ayer”, prometió el gobernador Larry Hogan, muy confiado en el reforzado despliegue de agentes del orden. Era su for- ma de acallar las críticas vertidas contra él y la alcaldesa de la ciudad, la afroamericana Stephanie Rawlings-Blake, por su supuesta incapacidad para afrontar los graves incidentes del lunes.
La alcaldesa se justificó. Controlados los disturbios del sábado, no creyó necesario pedir ayuda al gobernador. Los responsa- bles policiales argumentan que el lunes no creyeron necesario ir armados hasta los dientes porque era una marcha convocada por los estudiantes de bachillerato.
La explosión de rabia e ira, tan larvadas en esta sociedad marcada por la pobreza de los ciudadanos negros y el maltrato que reciben de la policía, se produjo en la ciudad del estado de Maryland al poco del funeral de Freddie Gray.
Gray, de 25 años, es la última víctima de uno de esos habituales encuentros mortales con los uniformados. Le detuvieron el 12 de abril. Corrió hasta que le cazaron seis agentes “tras un contacto visual”. Sin más explicación.
En los vídeos caseros se le oyen gritos de dolor ante la indiferencia de los funcionarios. Sufrió una lesión medular, todavía no aclarada, que le dejó una sema- na en coma. Murió el día 19, sin haber recuperado la conciencia.
El enfrentamiento a lo largo de la tarde y la noche del lunes dejó el balance de 144 vehículos quemados, 15 edificios afectados por el pillaje y el fuego –entre estos, una farmacia y un centro de jubilados aún no abierto, con 60 unidades–, 20 policías heridos –seis hospitalizados– y al menos unos 235 detenidos, entre estos, 34 menores de edad. Una persona se hallaba en estado crítico a causa de uno de los incendios.
Los veteranos del lugar no habían visto nada igual desde 1968. Entonces hubo otro estallido al registrarse el asesinato del reverendo Martin Luther King.
Esa ocasión marca el precedente en el despliegue de la Guardia Nacional. Han destinado 5.000 militares –y disponen de otros tantos agentes estatales– a una ciudad bajo el toque de queda. La retreta empezó ayer, de diez de la noche a las cinco de mañana. De momento, durante una semana. Razones de emergencia sanitaria o laboral son las únicas aceptadas para salir en ese lapso.
La calma después de la batalla. Otra más. Además de las cifras sobre heridos, detenidos o propiedades destruidas, este conflicto en Maryland deja algo incontable, pero que cruza la realidad estadounidense. “Esto no es nuevo”, aseguró ayer Barack Obama. Ninguno de los activistas negará
MÁS QUE EN FERGUSON Hasta 144 coches quemados y 15 propiedades afectadas por el fuego DAÑOS COLATERALES Muchos justifican el vandalismo por los años de brutalidad policial sin respuesta
esta afirmación. El presidente subrayó que no hay excusa para la violencia. “La destrucción sin sentido no es una declaración”, insistió. Pero este comentario, en cambio, no recibió la misma unanimidad.
Brandon Scott, concejal negro en el consejo municipal de Baltimore, no compartió ni esa opinión del presidente ni suscribió los adjetivos de la alcaldesa, quien calificó de “matones” a los alborotadores.
“Hablamos de años de desconfianza, de infortunio, de desesperación que acaba saliendo en forma de ira. No será correcto destruir edificios, pero es la manera que tienen para expresarse”, remarcó.
Como en Ferguson, no son pocos los activistas que creen que los ataques a la propiedad privada no son más que daños
TORMENTA PERFECTA Baltimore tiene un 63% de población negra con un alto índice de pobreza
PALABRA DE ACTIVISTA “Habláis de daños a edificios y nosotros hablamos del dolor que sufrimos”
colaterales en esta guerra. Deroy McKesson, organizador comunitario que también estuvo en la ciudad de Misuri, contrastó el lamento por los destrozos con la ausencia de respuesta cuando se trata de la vida de afroamericanos. “La policía nos mata todas las semanas y no pasa nada”, dijo.
Baltimore escenifica la tormenta perfecta por el número de negros, que son el 63,3% de los casi 623.000 habitantes, y el elevado índice de pobreza entre ellos. “Habláis de daños a edificios –afirmó el activista Farajii Muhammad en la CNN–, pero nosotros hablamos del daño que sufrimos en persona, de nuestro dolor”.