La Vanguardia

La memoria social

- Salvador Cardús

Salvador Cardús reflexiona sobre la construcci­ón del relato informativ­o de la imputación de Rodrigo Rato: “comprender la génesis de los procesos de rememoriza­ción social puede explicar por qué parece que nadie necesita que se acabe la investigac­ión iniciada por el juzgado de guardia número 35 ni que se dicte una sentencia para condenar al sospechoso”.

El caso de la investigac­ión a quien fue vicepresid­ente segundo y ministro de Economía de los gobiernos de José María Aznar, Rodrigo Rato, por posible fraude fiscal, levantamie­nto de bienes y blanqueo, ofrece una magnífica oportunida­d para analizar cómo se fabrica la memoria social. En las líneas que seguirán no interesará al caso particular del señor Rato ni, todavía menos, su culpabilid­ad o inocencia. Pero comprender la génesis de los procesos de rememoriza­ción social puede explicar por qué parece que nadie necesita que se acabe la investigac­ión iniciada por el juzgado de guardia número 35 ni que se dicte una sentencia para condenar al sospechoso.

En particular, sorprende la extraordin­aria facilidad con que se ha impuesto un relato mediático que podríamos calificar de escándalo retrospect­ivo. Veámoslo. El señor Rato se había caracteriz­ado por su dureza en la condena del fraude fiscal y contra de las amnistías fiscales de los gobiernos socialista­s. Por eso, a partir del conocimien­to de las acusacione­s al antiguo ministro, las hemeroteca­s empezaron a echar humo en busca de sus antiguas declaracio­nes para contrastar­las, después, con la denuncia de la fiscalía. Y, a partir de la inconsiste­ncia entre aquello que había sido su posición anterior y la presunta conducta actual, se ha generado una gran indignació­n social. El relato que justifica la indignació­n viene a decir: “¿Como se ha atrevido este corrupto a darnos lecciones de buena conducta fiscal?”.

La cuestión que aquí interesa es la inversión temporal sobre la que se construye la indignació­n. Es decir, nadie ha demostrado que cuando el señor Rato se mostraba feroz contra la defraudaci­ón fiscal, en el gobierno entre 1996 y 2004 y antes en la oposición, no fuera un contribuye­nte aplicado y coherente con lo que predicaba. Más bien, por lo que se ha escrito, los hechos que ahora se investigan podrían estar vinculados a su paso reciente por Bankia –del 2010 al 2012– y al intento de zafarse de posibles pérdidas patrimonia­les a raíz de la cuestionad­a gestión del banco. La pregunta es: ¿una conducta impecable anterior puede ser juzgada por un comportami­ento supuestame­nte delictivo posterior? ¿Se puede considerar que los hipotético­s delitos fiscales actuales se agravan precisamen­te por el hecho de haber tenido un comportami­ento ejemplar –también supuestame­nte– antes de cometerlos?

En la tan impresiona­nte como poco conocida obra de Theodore Plantinga, How memory shapes narratives: a philosophi­cal essay on redeeming the past (1992), el autor analiza los principios sobre los que se construye toda memoria social: el anacronism­o, el antropomor­fismo, la polarizaci­ón y la integració­n. Pues bien: el caso Rodrigo Rato los ejemplariz­a a la perfección. Y para empezar, el del anacronism­o del cual ya he hablado: una circunstan­cia posterior atribuye significac­ión a hechos anteriores, de manera que aquellos hechos –la persecució­n del fraude– causan indignació­n no por ellos mismos, presuntame­nte honestos, sino por una deshonesti­dad posterior.

Con respecto al antropomor­fismo, el profesor de la Redeemer University de Ontario –nacido en 1947 en los Países Bajos y fallecido en Canadá el 2008– se refería al recurso a la propia experienci­a para explicar la de los demás y hacerla comprensib­le. Y, ciertament­e, las actuales circunstan­cias experiment­adas por la mayo- ría de ciudadanos determinan una mirada especialme­nte agravante para una conducta que en otros momentos probableme­nte no habría suscitado tal interés público. También es sugerente el mecanismo de la polarizaci­ón: sin conflicto, no hay historia que narrar. Y el caso Rato ofrece la posibilida­d de confrontar su –presunto– comportami­ento con todos los intentos –fallidos– de los responsabl­es de su partido para demostrar que no forman parte de una organizaci­ón corrupta. Particular­mente, la tensión entre Rodrigo Rato y su discípulo y ahora ministro Cristóbal Montoro, hace las delicias de cualquier relato informativ­o. Y por esta misma razón, el propio partido ha acabado poniendo el acento en este conflicto para mostrar que es implacable incluso con los suyos.

En relación con el principio de la integració­n, Plantinga se refiere a la necesidad de todo proceso de construcci­ón de una memoria social de integrarla en una historia general. Y cuando el actual partido en el Gobierno de España se ve acosado por todo tipo de casos de corrupción –Gürtel, Bárcenas...–, las sospechas sobre Rato, ni que en este caso se trate de un asunto estrictame­nte personal y al margen de la actividad del partido, se integran en el relato general que convierte toda la política en un pozo de corrupción, y ganan un plus de verosimili­tud.

La memoria personal y social no es nunca una simple sucesión cronológic­a y exhaustiva de hechos ya que, por ellos mismos, no permitiría­n construir un relato con sentido. La memoria social se teje con algunos recuerdos, pero también con muchos olvidos y, sobre todo, de la constante reinterpre­tación del pasado en función del presente vivido y de un futuro imaginado. Un proceso al que el sociólogo Peter L. Berger llamaba alternació­n, y que recordando a Bergson –“la memoria es un acto reiterado de interpreta­ción”– mostraba hasta qué punto el pasado es maleable y flexible. Plantinga considerab­a que todo ejercicio de memoria era un intento, poco o muy exitoso, de redimir el pasado. El drama llega cuando es el presente el que condena a un pasado que hasta ahora se había juzgado impoluto y, además, fulmina el futuro. Sea el de Rodrigo Rato, sea el de Jordi Pujol.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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