Sepultura bajo el patrimonio mundial
Los muertos superan los 5.000, mientras los equipos de rescate internacionales empiezan a trabajar
Bhaktapur, la ciudad más conservadora y hermosa de Nepal, es también la más castigada por el terremoto en proporción a su tamaño. Una de sus calles más céntricas y empinadas aparenta haber sido víctima de un bombardeo atroz. De sus 80.000 habitantes, cerca de dos mil están heridos, prácticamente los mismos que en Katmandú, cuya población es treinta veces mayor. En cuanto al número de muertos, parece haber unos 250 confirmados, a los que pronto habrá que sumar las decenas de desaparecidos bajo los escombros, en calles fantasmagóricas como Golmati.
La cifra total de muertos superó ayer los 5.000, y los equipos de rescate aún no han podido alcanzar las zonas más remotas. El Gobierno, que ha decretado tres días de luto, ya no descarta que se llegue a los 10.000.
El irrisorio hospital público de Bhaktapur –apenas un dispensario con dos médicos, dos salas y una docena de camillas– se vio desbordado el sábado por una avalancha de “500 o 600 heridos, muchos sin piernas o sin manos”, según explica Arun, un informático que el primer día, después de perder su casa, se presentó como voluntario. “Aprendí sobre la marcha y acabé cosiendo heridas muy feas, de cuarenta o sesenta pacientes”, asegura. “Las víctimas eran sobre todo mujeres, ancianos y niños –continúa– porque muchos hombres estaban en la calle, celebrando el bishket, una fiesta religiosa de los newari”, la etnia dominante en esta antigua ciudad estado.
En la calle Golmati, larga y en fuerte pendiente –de ahí su vulnerabilidad– murieron “entre 50 y 65 personas”, según una vecina que habla con la máscara puesta, mientras intenta en balde cerrar con la aldaba la puerta desencajada de su casa. “La policía sólo anda por aquí de día, pero de noche rondan los ladrones para saquear las casas abandonadas”, aseguran dos damnificados.
Sin embargo, las trazas de hundimientos y desprendimientos están por doquier. Los dioses aguantan lo que les echen y sus templos serán restaurados, como cada ochenta años. Lo que realmente conmociona es imaginar el drama humano que se esconde debajo de cada amasijo de hierros, ladrillos, vigas y hasta osos de peluche. En una ciudad cuyo núcleo histórico es todo él patrimonio de la humanidad.
Lo recuerda el gigantesco y colorido carro de madera que ha quedado absurdamente plantado en la normalmente concurrida y hoy desolada plaza Taumadhi.
El templo Nyatapola, con su espectacular escalinata flanqueada por estatuas de piedra, es el más alto de Nepal y ya salió casi indemne del terremoto de hace ochenta y un años. Esta vez, sólo ha perdido varias tejas. Ahí es donde un ídolo se la juega.
Al mismo tiempo, en Patán, otra ciudad de fuerte tradición newari, en la que han muerto unas 175 personas, circulaban carros con falos de madera de seis metros, como marca la fiesta de Mahendra Yatra.
En una zona mayoritariamente budista de Bhaktapur, un maes- tro, Suraj, conduce a este enviado hasta un edificio despanzurrado. “Aquel hueco del tercer piso era la cocina y el de abajo, mi dormitorio”. Mientras lo dice, le cae un cascote a cinco metros. Él, como otros miles, vive estos días en comunidad, en plazas con porches de madera labrada y aspecto relativamente sólido. Sin embargo, “ya hay casos de diarrea, porque la gente tiene que defecar al aire libre”. Y luego están los muertos, todavía bajo los escombros, que empiezan a oler. “En los alrededores de esta plazoleta han retirado ya cuatro cadáveres. Pero hay otros seis atrapados”. Se tapa la nariz y señala al inmueble de enfrente, que ya no es más que un montículo. “Ahí mismo hay uno, un vecino ya mayor”. El otro día, Suraj se atrevió a escalar hasta su antiguo domicilio para recuperar algo de ropa –las temperaturas han bajado a causa de las rachas de lluvia– aunque no volvería a hacerlo: “Demasiado peligroso”.
Gracias a la fachada derruida contemplamos, en un segundo piso, a un señor atareado recuperando ropa, mantas, sábanas y enseres que lanza por la ventana a su esposa. Una planta más arriba, sobre su misma cabeza, la cocina del vecino amenaza con desplomarse bajo el peso de las bombonas en cualquier momento. Como si se tratara de viñetas de 13 rue del Percebe, vemos también a su hijo Vijay acercándole el ventilador a su hermana Sharmila, que lo mete en la furgoneta, a punto para empezar una nueva vida. Luego, a pesar del grave riesgo para su vida, regresa al segundo piso a por los certificados escolares.
Además del ejército de Nepal –a su ritmo– un equipo de rescate de China se emplea en desescombrar la peligrosa –y sin acordonar– calle Golmati, donde no hay cornisa que no parezca esperar su oportunidad de demostrar la ley de la gravedad. Han llegado también equipos de Pakistán, Estados Unidos –con perros– y de algún otro país. “Pero no son profesionales”, protesta el informático remendón: “Tienen miedo de meterse en las zonas de riesgo”.
En Hanuman Ghat, el crematorio de Bhaktapur, al igual que en
Bhaktapur, la ciudad más hermosa de Nepal, también es la más castigada, con sus templos arrasados
el de Katmandú, hay lista de espera para ser consignado a las llamas. Y ayer las únicas tiendas abiertas en todo Nepal eran las de guirnaldas para muertos.
Sin embargo, tras una sombría mañana en Bhaktapur, a última hora de la tarde era perceptible el cambio de humor en Patán. Tras doce horas sin réplicas –el último sobresalto fue a las cinco de la mañana– parecía abrirse camino la noción de que el mayor peligro había quedado atrás. Aunque eso era en el valle de Katmandú porque en zonas más remotas todavía esperan que alguien cuente a sus muertos y piense en los supervivientes. Este es un drama a medio descubrir y a vista de los helicópteros que lanzan ayuda pero no se atreven a aterrizar por temor a ser asaltados por los que sólo quieren ser evacuados.