La Vanguardia

‘Somewhere over the rainbow’

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Que los Monty Python vuelvan a reunirse en un acto público es siempre motivo de alegría. Incluso en situacione­s como el funeral en memoria de Graham Chapman o en aquella entrevista en la tele donde “sin querer” dieron una patada a la mesa baja donde estaba la urna con sus supuestas cenizas, que se esparciero­n por el suelo.

Ahora, este fin de semana pasado, se encontraro­n en Nueva York, en el Festival de Cine de Tribeca. Había dos excusas. Una: el estreno del documental The meaning of live (no life, ojito), de Roger Graef y James Rogan, sobre el proceso creativo de ese grupo de señores. La otra: el cuadragési­mo aniversari­o del estreno en Estados Unidos de Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, su película que más éxito tuvo en aquel país. (Comparen, por cierto, ese título estúpido con el que se estrenó aquí con el original, Monty Python and the holy grail: Monty Python y el santo grial.) Ahora han coincidido John Cleese, Terry Gilliam, Michael Palin, Eric Idle y Terry Jones. Eric Idle colgó en Twitter va- rias fotos suyas, en la alfombra roja del festival, con cara de perverso y arrimando por detrás, como si estuviesen en plena cópula, a una señora vestida de blanco, que se reía. Después supimos que la señora en cuestión es su mujer. “Claro que es mi mujer, tan guapa y tan divertida. Estamos juntos desde 1977. Me encanta que se haya reído...”.

En la charla que dieron, Eric Idle se congratuló de que el servicio de correos británico haya finalmente emitido sellos con sus caras “justo ahora que ya nadie envía cartas”. John Cleese fue por otros meandros: “No entiendo la sociedad contemporá­nea. No he conseguido que nadie me explique Facebook, aún no he conseguido entender por qué la gente lo utiliza, y eso asusta, porque hay que estar en contacto con el público”. Dijo también: “No entiendo por qué la gente quiere ver películas en las que el director ha dedicado años a conseguir que la toma sea buena y después la miran en una pantalla de móvil. Es una locura. Y, si no entiendes al público, lo mejor es irte, como hemos hecho nosotros”.

Es una confesión que me ha hecho pensar en Joseph Mitchell, un espléndido escritor norteameri­cano que me dio a conocer Jordi Graupera (quien, por cierto, sólo por gusto ha traducido un libro suyo: Up in the old hotel). Mitchell publicó su última historia en 1964 y, luego, nada más. Durante años siguió yendo regularmen­te a su despacho en The New Yorker y se encerraba en él. Los que pasaban por delante de su puerta oían el sonido de la máquina de escribir, pero no entregó nunca ningún nuevo reportaje. Graupera me habló de unas declaracio­nes suyas en las que decía que su Nueva York ya no existía y que, sobre el nuevo, no podía escribir. Moraleja de las historias de Cleese y Mitchell: así es como cambia el mundo y, con él, sus cronistas.

Ahora que ya nadie envía cartas, en Gran Bretaña han emitido sellos con las caras de los Monty Python

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