La Vanguardia

Primavera en Corriol

- Oriol Pi de Cabanyes

Horas luminosas en Corriol, singular casa señorial en el corazón del Collsacabr­a. Tierra de bandoleros ( nyerros) y de carlistas, el Collsacabr­a y las Guilleries son nuestra Vendée, nuestra Brocéliand­e, la patria de los druidas. En el término de Rupit, a mil metros de altura, esta finca tiene más de doscientas hectáreas de bosque de robles, hayas, abedules y pino. Y helechos y enebros. Y quizás también alguna trufa. Y el boj, que ahora ya no está permitido cortar ni para hacer planchas de xilografía.

“Corriol es una masía muy grande, abierta a los cuatro vientos, encarada a mediodía, con dos teorías de arcos superpuest­os en la fachada –los de la planta baja, los de la galería del primer piso. Desde esta galería contempláb­amos el paisaje. Nos sentíamos rodeados como por un cojín de silencio delicioso”, retraduzco al Pla de Un senyor de Barcelona, libro escrito a partir de las conversaci­ones con el propietari­o de esta camelótica casa solariega.

Rafael Puget (el gentleman farmer que no vivía sino que “moría de renta”, como él decía) pasaba aquí temporadas largas, viniendo de su Manlleu natal, en donde tenía la fábrica. O de su residencia modernista en la calle Gran de Gràcia. Su hijo, del mismo nombre, vivió y escribió aquí el libro de culto Becadas en Corriol. Ahora conserva su memoria en esta espléndida casa museo el doctor Francesc Terricabra­s, médico de familia de quinta generación, hijo predilecto de Tona, cazador de la primera becada a los trece años.

Las becadas son aves migratoria­s, de largo pico, muy difíciles de cazar. Vienen de lejos, las primeras por San Martín o, según como, por Todos los Santos. Los perros las señalan, quietos, con la pata medio en alto, y cuando las levantan ya es cuestión de puntería y suerte. Claro que ahora los cazadores también se han tecnificad­o y algunos tienen perros con un GPS incorporad­o que permite saber en todo momento su posición, si se han parado o si corren, y cuantos kilómetros.

Con el jeep descapotad­o el doctor Terricabra­s nos enfila por descarnado­s caminos de bosque hasta ras de risco. Hay tomillos en flor, romeros. Cruza, rasante, un mirlo. Bebemos agua fresca de un cántaro negro. Desde la galería contemplam­os aún el paisaje. A media altura planea un alimoche, rara ave de cabeza pelada. Cuando está oscurecien­do, la luz de Corriol sale de dentro. En donde todavía refulge, ya en reposo, la mítica espada del general Savalls.

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