Regalos de comunión
Es tradicional en Catalunya, en España, que la mayoría de las primeras comuniones de los niños se celebren en el mes de mayo, del que estamos a las puertas. Probablemente el número de aquellas tiende a la baja tanto por disminución de la práctica religiosa como por la caída de natalidad que se arrastra desde hace varias décadas, pero aún sigue siendo muy importante. Según datos de la Conferencia Episcopal Española, se celebran en España unas 245.000 primeras comuniones al año.
Hoy, en una sociedad que no condiciona la práctica religiosa por motivos sociales, no hay uniformidad en las motivaciones de celebrar la comunión. En unas familias deriva de una fuerte convicción y vivencia cristiana; en otras, de considerarse católicos aunque su práctica sea limitada; unos terceros participan de una cultura cristiana a la que no renuncian aunque no practiquen, y no faltan aquellos para los que tal ceremonia no es más que una fiesta a lo grande para el hijo. Estas últimas familias harían mejor en dejarlo correr. No tiene sentido. Hay mil formas de celebrar una fiesta sin mixtificar ni devaluar lo religioso.
El núcleo central debería ser el sacramento, pero no pocas veces lo muy colateral pasa a ocupar el puesto de honor. Regalos y más regalos, algunos costosos. Es esta una sociedad del regalo. Hemos
El núcleo central debería ser el sacramento, pero no pocas veces lo colateral pasa a ocupar el puesto de honor
creado dependencia hasta el punto de que la mínima ocasión, el simple cumpleaños de un compañero de colegio, conlleva que los demás le entreguen presentes. Los niños están desbordados con tanto regalo y tanto juguete, cuando lo que necesitan de verdad es que sus padres dediquen más tiempo a estar con ellos. En las cunas de algunos bebés el número de ositos de peluche de todo tamaño y pelaje se cuenta por decenas, y conforme crecen los niños la tónica se mantiene con todo tipo de elementos de recreo.
La regalomanía alcanza uno de sus cenits en la primera comunión. Del abuelo a la tía, del compañero de trabajo del padre a la amiga de la madre, del vecino de arriba al primito que vive en otra ciudad. Todos con regalos.
Algunas familias pioneras están rompiendo tal dinámica perversa. Aparte de reducir gastos en indumentaria y banquete, de acuerdo con el niño los padres proponen a los invitados que no lleven ningún regalo. O, mejor, que quienes quieran den aportaciones en metálico para una bolsa que no se gastará en juguetes ni futilidades, sino que el chico o chica acompañados de sus padres irán luego a entregar a familias pobres, a entidades como Cáritas, a la parroquia, a un grupo de inmigrantes necesitados, a un hospital de niños enfermos, a una anciana solitaria y pobre. Es una lección de generosidad que el niño no olvida y que impacta a muchos más. La experiencia es aún muy minoritaria, pero es una lección magistral sin palabras.