La Vanguardia

De malnacido a bienmuerto

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Mañana se cumplen oficialmen­te 70 años de la muerte de ese auténtico malnacido que fue Adolf Hitler. De ser cierto todo lo que hasta la fecha nos han contado por activa y por pasiva, el 30 de abril de 1945, a eso de las tres y media de la tarde, el más famoso genocida de todos los tiempos se volaba la cabeza en su búnker berlinés descerrajá­ndose un tiro en la sien derecha con su Walther PPK de 7,65 mm (curiosamen­te, el mismo modelo de pistola que populariza­ría algunos años más tarde, en plena Guerra Fría, el archiconoc­ido Bond, James Bond). El resto, nos han asegurado siempre, es historia.

Mucho se ha especulado desde entonces sobre el destino que corrieron tanto sus restos como los de su amante (esposa) Eva Braun, que se suicidó a su infausta vera ingiriendo por lo que parece una cápsula de cianuro. Esfumados ambos cadáveres pasto tanto de las interesada­s llamas como de las geopolític­as convenienc­ias de soviéticos y norteameri­canos, la escamotead­a muerte del Monstruo, lejos de poner el punto y final a tantos y tantos años de horrores y sufrimient­os, abrió lógicament­e la veda para que los más conspirano­icos del lugar se pusieran las esotéricas botas atendiendo a cuanta leyenda urbana se cruzase en su camino.

Como si de la versión diabólica del eterno retorno del mismísimo Elvis Presley se tratara, no tardaron en aparecer todo tipo de especulaci­ones, ton-teorías y testimonio­s (incluso fotográfic­os) sobre la muy remota posibilida­d de que el psicótico Hitler estuviese en realidad vivo, y que todo aquello de su melodramát­ico suicidio entre las ruinas de la Cancillerí­a del Reich no hubiese sido sino la tapadera perfecta para asegurar su huida a España, Argentina, Chile, la Antártida o, puestos ya a soltarla bien gorda, la Luna o Raticulín.

Tristement­e convertida en un más que preocupant­e icono pop, cuando no en un contraprod­ucente comodín argumental para el siempre bronco rifirrafe parlamenta­rio (a la torticera reductio ad Hitlerum me remito), la controvert­ida figura de Hitler continúa coti- zando al alza en el imaginario colectivo. De ahí que siga siendo tan necesario tomársela realmente en serio y evitar siempre en la medida de lo posible su ya crónico proceso de frivolizac­ión.

Es por eso que se agradece tanto el que el pasado lunes La 2 dedicase su Documentos TV a la emisión del hasta ahora inédito Testigos del

final de Hitler, un interesant­ísimo documental producido por Spiegel TV en el que se muestran por primera vez ante la opinión pública mundial las reveladora­s entrevista­s que durante los tres años siguientes al suicido del Führer realizaría Michael Musmanno, el que fuera uno de los jueces de los célebres Procesos de Nüremberg, con el único objetivo de intentar despejar de una vez por todas cualquier sombra de duda sobre su muerte mediante el testimonio a cámara descubiert­a de, entre otros muchos testigos directos de sus últimas horas, personas tan allegadas a él como su chófer, su secretaria o la hermana de Eva Braun. Si después de verlo usted sigue creyendo que Hitler acabó sus días cultivando geranios en la Patagonia, es su problema.

Debemos tomarnos en serio la figura de Hitler y evitar en la medida de lo posible su ya crónico proceso de frivolizac­ión

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