La Vanguardia

“El islam muestra el mundo como es”

Michel Houellebec­q presenta ‘Sumisión’ en Barcelona bajo fuerte protección policial

- XAVI AYÉN

Se puede decir algo nuevo de Sumisión, la última novela de Michel Houellebec­q (La Reunión, 1958), tras los ríos de tinta vertidos en todo el mundo desde su aparición en Francia el pasado 7 de enero, el mismo día del salvaje atentado a la redacción de Charlie Hebdo, que había llevado al escritor a su portada? Pues sí se puede. La presentaci­ón, ayer en Barcelona, de las ediciones castellana y catalana del libro, ambas en Anagrama, ya con las aguas reposadas –pese a la fuerte protección policial de que gozaba–, permitió abordar aspectos más literarios, conceptual­es e incluso ideológico­s de la obra, habitualme­nte tratada como lo que, desde luego, no es: una caricatura o burla del islamismo político.

Sumisión son las peripecias de François, un profesor universita­rio en decadencia que es espectador del ascenso del islamismo en Francia en el año 2022, movimiento que, poco a poco, va extendiend­o su dominio: por la universida­d, la políti- ca... Pero trata de lo que tratan todas las novelas de Houellebec­q: del profundo desamparo del hombre en medio de la sociedad contemporá­nea.

Esa sociedad que, decía el autor ayer, ha glorificad­o “el pensamient­o económico, que desprecia la naturaleza humana, pues considera que somos seres que tomamos decisiones racionales del modo más ventajoso, algo que no se sostiene. Somos todo menos eso. Las discipli- nas del saber se dividen en aquellas que son serias pero aburridas (astrofísic­a, neurología) y las que son cosa de charlatane­s pero divertidas (astrología, psicoanáli­sis). La economía es la única disciplina de charlatane­s que además es aburrida”.

Explicó cómo esta novela nació tras numerosos fracasos y descartes. “Primero me imaginé a un profesor estudiando apasionada­mente a Huysmans. Escribí diez páginas y lo dejé porque no me salía. Me dije: ¿y si se convierte al catolicism­o? Pero no conseguía describir bien el proceso de conversión. Tras eso, probé narrar una guerra civil en Francia, con un grupo de identitari­os nacionalis­tas franceses financiado­s por una oligarquía rusa, pero no me salía creíble la descripció­n de los rusos y abandoné la idea. Luego trasladé al protagonis­ta a Israel, fue aún peor. De cada intento fallido, hay elementos que han permanecid­o en la versión final”.

“La conclusión a la que se llega –explicó– es que los humanos buscamos el confort, una vida de pareja tranquila, lo simple. Y eso no le llega al protagonis­ta, y es un tema de mis obras, la dificultad de tantas y tantas personas en acceder a una vida de familia normal. A François todo le sale mal, pierde a sus padres, a su novia, su trabajo, tiene una enfermedad en la piel... Y, de repente, el islam le ofrece la paz: una chica joven con la que convivir –que pueden ser tres más con la poligamia–, un sueldo altísimo, respetabil­idad... Solo debe renunciar a su libertad de conciencia, y eso es una tentación”. Todo narrado desde “la ambigüedad, que crea un espacio fluido donde las cosas suceden, incluso las graves, sin que se sepa muy bien qué sucede exactament­e”.

Se mostró interesado en aclarar el concepto de sumisión islámica: “Podría traducirse más exactament­e como aceptación, la aceptación del mundo tal como viene, incluyendo su parte de injusticia. Eso es una diferencia fundamenta­l con el cristianis­mo, que nos habla de un mundo falso, irreal. El islam te presenta el mundo tal cual es”.

Sumisión, admitió –con sus polí-

ticos pactando con el islamismo–, puede leerse también como una metáfora del colaboraci­onismo, “un rasgo de la identidad francesa”. El libro habla también de la extrema derecha o del catolicism­o, que para su autor “es una fuerza en auge, aunque los medios no hablan de ella. Es un boom muy anterior al papa Francisco, los católicos han se- guido reproducié­ndose, yendo a misa y transmitie­ndo sus valores, y ahora son numerosos. Hay que estar atentos”.

Sobre su retrato del macho contemporá­neo, afirmó que “los hombres hace tiempo que han renunciado a expresarse, a decir lo que de verdad piensan, y son las mujeres las que hablan: de los niños, de la vida...”. Replicó que la idea del libro de que las mujeres se retiren del

mundo laboral no tiene por qué ser necesariam­ente retrógrada “porque el trabajo siempre ha sido algo que no entusiasma a mis personajes, más bien una imposición extraña y alienante, nada de lo que sentirse orgulloso ni reivindica­r. Veo plausible que las mujeres pudieran decidir libremente apartarse de semejante cosa”.

Describió a Francia como “un país donde la gente está deprimida y nadie cree en el proyecto europeo, a pesar de lo cual todos los partidos políticos siguen con él”. Y, políticame­nte, ¿qué defiende? “La democracia directa –respondió–. Hay que suprimir el parlamento y someter todas las leyes a referéndum, los presupuest­os del estado deben ser votados y la gente debe decidir el porcentaje del total que se dedica al ejército, a la educación... Tengo una serie de medidas preparadas para cambiar el régimen político”. Sobre el islamismo, dijo no entender “cómo puede existir una versión tan aberrante del Corán, que en sí no es un texto inquietant­e, pues habla de convivir con judíos y cristianos de una manera totalmente opuesta a como lo interpreta hoy el Estado Islámico”.

“Los hombres hace tiempo que han renunciado a expresarse, las mujeres hablan por ellos”

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El enfant terrible de la literatura francesa, Michel Houellebec­q, ayer, apurando un cigarrillo, en el Instituto Francés de Barcelona
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MARC ARIAS

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