El insumiso
Esta vez, la editorial Anagrama no convoca a los periodistas vía e-mail. Ha comunicado por teléfono dónde tendrá lugar la rueda de prensa de Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq, en la que imagina una Francia dominada por los musulmanes.
Acusado de islamófobo tras publicar Plataforma, en 2002 lo absolvieron de todos los cargos; el juez argumentó que la crítica a la religión es legítima en un estado laico. Ahora las amenazas a la libertad de expresión marcan su propia ley. La misma semana de los atentados de París, Charlie Hebdo le dedicaba la portada al escritor cáustico por excelencia. Entre las víctimas, se encontraba uno de los fundadores del semanario satírico, su amigo Bernard Maris. Houellebecq abandonó Francia y la promoción del libro. Algunos creyeron que desaparecería, como al ganar el Goncourt. No fue así, pero desde entonces vive con protección.
Dos policías con chalecos fosforito custodian la puerta del Instituto Francés. Más de setenta y cinco personas se han acreditado y es llamativo que las mismas responsables de prensa a las que conocemos desde hace años nos pidan el DNI. Un guardia de seguridad inspecciona cada bolsa mientras un Mosso imponente, vestido de paisano, lo supervisa todo. Le delatan los brazos cruza- dos y las piernas en forma de compás, masca chicle con la boca abierta. La periodista de TV3 Gemma Ruiz acaba de entrevistar a Houellebecq, que le ha preguntado por la independencia de Catalunya y le ha dedicado dos libros. Uno es para el autor Albert Forns. Con letra estrecha, se puede leer: “A Albert, que tiene mucha suerte de estar con Gemma, me parece”.
Los cámaras esperan frente a un ascensor azul, las fotos se harán en la azotea. El acceso por la escalera está restringido, y Héloïse ha hecho unos veinte viajes a la séptima planta, acompañada de cuatro personas cada vez. La rueda de pren- sa tendría que haber empezado al mediodía, pero pasan diecisiete minutos, y en una sala aparte del octavo piso, Josep Cuní sigue haciendo preguntas. Houellebecq le asegura que el movimiento europeo más interesante es el de Podemos, porque no se basa sólo en términos económicos como Syriza. Mientras, el director del Instituto, Yannick Rascouet –también con la acreditación a la vista–, anuncia a los fotógrafos que tendrán que esperar un cuarto de hora más. Algunos se sientan y consultan el móvil.
Por fin, un guardia retira la banda roja y toman posiciones bajo el sol. Son unos veinte. Pasan seis minutos y no pasa nada. Hasta que llega. Tiene cara de electroduende, perfil de malo de Uderzo, mirada de cabaret y aires de anciano, pero está más en forma y mejor peinado que su última aparición pública. Ha recuperado los dientes desde que tiene novia, “una chica de unos veinticinco años, muy fan de Modiano y Echenoz”, según el editor Jorge Herralde.
Se llama Inés, su abuela era española. Vendrá al final del acto. Lleva un vestido negro, chaqueta negra, medias negras, gafas negras, los labios y las uñas pintados de rojo, brillantitos en el anillo y los pendientes, unas New Balance de tono gris. Adora Barcelona. De estudiante vivió tres meses aquí. Ahora está en la Sagrada Familia. Tenía la esperanza de verla acabada, “pero sigue en el mismo punto que hace diez años”, me dirá después.
Houellebecq posa paciente frente a las cámaras. Entra a una sala, se enciende un pitillo, lo sostiene como siempre entre los dedos anular y corazón, los disparadores se vuelven metralletas. Pide el tercer café doble del día. El policía francés que lo acompaña a todas partes marca pistola al cinto. En el auditorio, los redactores esperan. La rueda de prensa empezará con disculpas y una hora de retraso. Pienso que Houellebecq escribe “ficción política”, como dice él, pero ficción al fin y al cabo. Pienso que, como buen intérprete de la sociedad, suele avanzarse a lo que nos espera. Pienso que este despliegue para protegerle es muy real.
Como buen intérprete de la sociedad, suele avanzarse a lo que nos espera