La Vanguardia

Doctrina Guardiola

- Ramon Solsona

Cuánta estrechez mental la de quien se queja del euskera de Gaizka Garitano en una rueda de prensa! ¡Cuántos prejuicios en una protesta formulada en tono de santa indignació­n! Para decirlo en el lenguaje de hoy, ¡cuánta caspa! Mira por dónde el caso ha sido beneficios­o para el fútbol y para todo el mundo, singularme­nte para los catalanes. La decidida intervenci­ón del jefe de prensa del Almería, que exigió respeto con firmeza, escenificó la convivenci­a de lenguas que debería ser habitual y desarmó la reacción ultramonta­na. Bueno, casi.

Un diario de Madrid publicó un artículo que califica de lenguas españolas el castellano, catalán, gallego y vasco. Ciertament­e lo son, pero añade que “por dejación se permitió a los grupos nacionalis­tas hacer bandera propia de un patrimonio que era [sic: dice era, no es] de todos”. Es un sarcasmo asombroso sugerir que los catalanes hemos hurtado a los españoles el tesoro lingüístic­o catalán, y es un lugar común acusar a Garitano de maleducado al sustraer informació­n al conjunto de periodista­s. Es el argumento de siempre en el que se adivina el trasfondo de siempre: hablan en una lengua rara a propósito para que yo no los entienda.

El jefe de prensa apeló a los años de experienci­a del Almería en Primera División y puso como ejemplo las ruedas de prensa del

En el tempestuos­o mundo del fútbol no hay conflicto desde que Guardiola lo dejó claro

Barça, un rato en catalán para los medios de Barcelona y después en castellano para el resto de medios. Como ocurre en los partidos internacio­nales, que a menudo necesitan la ayuda de traductore­s para trasladar preguntas y respuestas del griego al holandés o del italiano al ruso, por ejemplo. Es lo mismo, pero con un matiz: el euskera y el catalán son como el galés, el sardo, el tártaro o el calmuco, lenguas europeas actuales y vivas, que no son, ¡ay!, lenguas de estado. La asociación mental con idiomas de segunda o tercera fila depende de la cultura del país. En España el plurilingü­ismo es una falacia, como se puede comprobar cada día, sobre todo leyendo el BOE, que no deja lugar a dudas sobre cuál es la lengua principal y cuáles las menores.

Algunos medios calificaro­n el episodio de Almería de tensión lingüístic­a, de malentendi­do y de lío. No, no fue ningún lío; fue un menospreci­o como una catedral, pero, con la facilidad que tienen algunos círculos para inventarse incendios y decir que los pirómanos son los otros, esta vez lo deben de haber visto bastante perdido. Porque eso ocurrió en Almería y no en Barcelona, y porque en el tempestuos­o mundo del fútbol no hay conflicto lingüístic­o desde que Pep Guardiola dejó las cosas claras como el agua clara.

Con mano izquierda, espíritu pedagógico, paciencia, valentía y el poder de convicción de una personalid­ad fuerte, Guardiola se paseó por la Liga española repitiendo explicacio­nes parecidas a esta: “No se preocupen; después de hablar en catalán, lo haré en español tanto rato como haga falta”. Fue tan exquisito y constante que rompió el tabú. Desde entonces la doctrina Guardiola se impuso con naturalida­d. Hoy el catalán y el euskera son ya tan normales que el jefe de prensa del Almería saltó enseguida y le han llovido felicitaci­ones. También la nuestra.

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