Doctrina Guardiola
Cuánta estrechez mental la de quien se queja del euskera de Gaizka Garitano en una rueda de prensa! ¡Cuántos prejuicios en una protesta formulada en tono de santa indignación! Para decirlo en el lenguaje de hoy, ¡cuánta caspa! Mira por dónde el caso ha sido beneficioso para el fútbol y para todo el mundo, singularmente para los catalanes. La decidida intervención del jefe de prensa del Almería, que exigió respeto con firmeza, escenificó la convivencia de lenguas que debería ser habitual y desarmó la reacción ultramontana. Bueno, casi.
Un diario de Madrid publicó un artículo que califica de lenguas españolas el castellano, catalán, gallego y vasco. Ciertamente lo son, pero añade que “por dejación se permitió a los grupos nacionalistas hacer bandera propia de un patrimonio que era [sic: dice era, no es] de todos”. Es un sarcasmo asombroso sugerir que los catalanes hemos hurtado a los españoles el tesoro lingüístico catalán, y es un lugar común acusar a Garitano de maleducado al sustraer información al conjunto de periodistas. Es el argumento de siempre en el que se adivina el trasfondo de siempre: hablan en una lengua rara a propósito para que yo no los entienda.
El jefe de prensa apeló a los años de experiencia del Almería en Primera División y puso como ejemplo las ruedas de prensa del
En el tempestuoso mundo del fútbol no hay conflicto desde que Guardiola lo dejó claro
Barça, un rato en catalán para los medios de Barcelona y después en castellano para el resto de medios. Como ocurre en los partidos internacionales, que a menudo necesitan la ayuda de traductores para trasladar preguntas y respuestas del griego al holandés o del italiano al ruso, por ejemplo. Es lo mismo, pero con un matiz: el euskera y el catalán son como el galés, el sardo, el tártaro o el calmuco, lenguas europeas actuales y vivas, que no son, ¡ay!, lenguas de estado. La asociación mental con idiomas de segunda o tercera fila depende de la cultura del país. En España el plurilingüismo es una falacia, como se puede comprobar cada día, sobre todo leyendo el BOE, que no deja lugar a dudas sobre cuál es la lengua principal y cuáles las menores.
Algunos medios calificaron el episodio de Almería de tensión lingüística, de malentendido y de lío. No, no fue ningún lío; fue un menosprecio como una catedral, pero, con la facilidad que tienen algunos círculos para inventarse incendios y decir que los pirómanos son los otros, esta vez lo deben de haber visto bastante perdido. Porque eso ocurrió en Almería y no en Barcelona, y porque en el tempestuoso mundo del fútbol no hay conflicto lingüístico desde que Pep Guardiola dejó las cosas claras como el agua clara.
Con mano izquierda, espíritu pedagógico, paciencia, valentía y el poder de convicción de una personalidad fuerte, Guardiola se paseó por la Liga española repitiendo explicaciones parecidas a esta: “No se preocupen; después de hablar en catalán, lo haré en español tanto rato como haga falta”. Fue tan exquisito y constante que rompió el tabú. Desde entonces la doctrina Guardiola se impuso con naturalidad. Hoy el catalán y el euskera son ya tan normales que el jefe de prensa del Almería saltó enseguida y le han llovido felicitaciones. También la nuestra.