La Vanguardia

EL TRADUCTOR OCULTO DE JOYCE

La primera traducción del Ulises de James Joyce al catalán data del año 1966, y no como se creía de 1976.

- JOSEP MASSOT

La versión, de 1966, es diez años anterior a la de Valverde y quince a la de Joaquim Mallafré

En 1976 apareció la primera traducción completa del Ulises de Joce realizada en España (José María Valverde) y en 1981 Joaquim Mallafré publicó la primera versión catalana. Ninguno de los dos sabía que en 1966 existía ya una traducción catalana, obra de Joan Francesc Vidal Jové, que nunca vio la luz. La descubrió cuarenta años después en el Archivo de Alcalá de Henares el catedrátic­o Alberto Lázaro. Al examinar los expediente­s, se topó con la solicitud que el 7 de marzo de 1967 hacía la editorial AHR de Barcelona para publicar 1.000 ejemplares del Ulisses en catalán. En el interior de la caja en- contró el libro entero: cuatro tomos con las galeradas escritas a máquina en papel de calco y el visto bueno del censor.

Alberto Lázaro y Teresa Iribarren, profesora de la UOC, han indagado los pormenores de la publicació­n fallida. Joan Francesc Vidal Jové nació en Manresa en 1899 y murió en Newcastle en 1974. En su juventud había publicado el relato Per les donzelles de color de rosa y, después de licenciars­e como abogado, estrenó varias obras de teatro. Con la República ocupó la secretaría general de la Comisaría de Orden Público, ganándose la antipatía de los anarquista­s, que le amenazaron de muerte. Huyó a Francia en octubre de 1936. En París trabajó para la empresa Campsa Gestibus, que proveía suministro­s de todo tipo a la España republican­a, Al terminar la Guerra Civil, se refugió en Nimes en un convento de agustinos asuncionis­tas, donde ayudó a poner orden en la biblioteca de los monjes. Regresó a España en 1941, cuando Alemania invadió Francia. No lo tuvo fácil. En 1947 le procesaron por haber colaborado con la Generalita­t republican­a, con el agravante de ser masón. Salió bien parado gracias al abad Escarrer, que le devolvió el favor de haberle facilitado la salida de Catalunya con otros monjes de Montserrat en el Trevere.

Vidal Jové se ganó la vida como podía (vendedor de lámparas de bronce). Tradujo a Rodoreda, Espriu, Ramon Muntaner, Benguerel, Maragall, Rimbaud, Balzac, Zola, Rabelais, el Tirant lo Blanc, publicada en Alianza Editorial con prólogo de Vargas Llosa. Murió en Newscastle, donde vivía su hija Assumpció, casada con el filólogo Cheney.

En 1966 el editor Alfredo Herrero propuso a Vidal Jové traducir el Ulises de Joyce para la colección

Renaixença. La correspond­encia entre editor y traductor es un espejo de la chapuza hispánica. Le propone traducir una obra tan compleja en cuatro meses. Vidal Jové logra que sean siete. Era la primera traducción integral que se hacía en España y hasta el momento sólo existía la versión española del argentino José Salas Subirats, un vendedor de seguros, en 1945. Vidal Jové cumple, pero no llegó a ver publicado nunca el texto. Em- pieza entonces una larga persecució­n del editor: “Amigo Herrero: Cuando pienso en Vd. tengo una sensación de infinito, de misterio, de algo espectral, inconcreto e insólito”, le escribe. “Si no está Vd. en la cárcel (hoy todo es verosímil) escríbame Vd., telefonéem­e. Si no es así –como espero– y no me contesta, únicamente los servicios de pompas fúnebres podrían justificar­le”.

¿Qué valor tiene la traducción?. En principio tiene el defecto de que se trata de una traducción indirecta a través de la versión francesa, realizada en 1929 por Auguste Morel y Stuart Gilbert, y supervisad­a por Valéry Larbaud y el propio James Joyce. Vidal Jové se asesoró, además, con su yerno, el profesor Cheney y su hija, doctora en psiquiatrí­a. Iribarren sostiene que, “es más musical y fresca que la de Mallafré”, pues “Vidal Jové pensaba más en que el lector la comprendie­ra. En la de Mallafré, más cercana al original, predomina la equivalenc­ia formal, y en la de Vidal Jové prevalece la equivalenc­ia dinámica, con un catalán popular más genuino”. Iribarren reconoce que el texto incurre en algunas deficienci­as formales, “pero sería perfectame­nte publicable con algunas, mínimas, correccion­es”.

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