Corte inglés, cuadro escocés
El resultado de las elecciones en Gran Bretaña es una gran noticia para el partido de los conservadores españoles. La impresionante victoria de los candidatos de David Cameron en Inglaterra y buena parte de Gales, ayuda a relativizar los sondeos adversos –¡si se han equivocado tanto en Inglaterra, cómo no van a errar en España!– y vendría a confirmar el principio estratégico, hoy vigente en la Moncloa y en la calle Génova de Madrid, de que es posible ganar las elecciones generales con el discurso de la mejora de la economía, aunque esa mejoría sea lenta y no llegue a todos.
Expectativas económicas y apelación a la unidad nacional. Cameron ha triunfado con la combinación de estos dos factores. El miedo de mucha gente a una conducción errática de la economía, si de las urnas no salía un mandato claro, más un gran recelo ante la posibilidad de que los escoceses, comunitaristas, socialdemócratas y amigos de la Unión Europea, se convirtiesen en los árbitros del Parlamento de Westminster, imponiendo sus enfoques a un laborismo débil.
Los sondeos no se han equivocado en Escocia. El Scottish National Party (Partido Nacional Escocés) ha barrido con la consigna de la acumulación de fuerzas para hacer cumplir las promesas del 18 de septiembre: más autonomía –más autonomía de verdad– si se votaba no a la independencia en el referéndum.
Son mayoría los ingleses que no quieren ser gobernados, ni aunque sea de manera indirecta, por unos escoceses cada vez más dueños de su casa. El mapa ha quedado perfectamente delimitado, gracias al viejo sistema electoral mayoritario que tanto gustaba a Manuel Fraga Iribarne. No hay que idealizar nada, puesto que en la política británica también hay suciedad y rudeza, pero la agresividad inglesa respecto al soberanismo escocés en poco se parece al clima delirante que se ha ido creando en España respecto a los asuntos de Catalunya. La Iglesia anglicana no tiene emisoras que se dediquen a excitar a la gente y el gobierno de Escocia ha conseguido un amplio apoyo a sus planteamientos sin la ayuda de una fiel televisión propia. Son más claros, más rotundos y más cívicos. Una vieja democracia.
El corte inglés nos enseña que
Inglaterra muestra que no hay cambio sin alternativa sólida; Escocia resalta el valor de la unidad
no basta con el desgaste de un gobierno para que este caiga. En tiempos de turbulencia no hay cambio sin una alternativa convincente, que el laborista Ed Miliband no consiguió fabricar. El cuadro escocés muestra que una minoría nacional puede adquirir mucha fuerza política cuando posee un liderazgo claro y unificador, capaz de sumar a gente muy diversa con un programa fuerte, pero también abierto y flexible.
España, lastrada por la desmoralización civil que provoca la corrupción, no es Inglaterra. Y Catalunya, con el mismo lastre, más una competición interna de campeonato, no es Escocia.