Detrás del espejo
Somos una sociedad de titulares. Nos impactan las noticias trágicas resumidas en grandes titulares, y tardamos en olvidarnos el mismo tiempo que tardamos en conmovernos. Lo escribí a raíz de la tragedia de Nepal: después del terremoto, debemos volver a mirar al Nepal. Más de tres mil niñas vendidas cada año al mercado de la prostitución internacional, o la esclavitud, o a los circos, cambiadas por dinero o por un arado o un vaca... Cada año Nepal sufre un terremoto, y aunque no quiebre la tierra en canal, hace sangrar de la misma manera a su gente. Pasó lo mismo con Haití; fuimos, nos solidarizamos y nos olvidamos adecuadamente, porque en nuestro mundo de alta velocidad, la información es fast food. Y sin embargo, después del gran titular, cuando las luces ya no enfocan a esos países dejados de la mano de Dios, entonces deberíamos volver a mirar. Porque la realidad más cruda está detrás del espejo.
Es el caso de otro gran titular, el de las niñas de Nigeria secuestradas por los terroristas de Boko Haram. Cuando supimos del secuestro de 276 niñas,
De las 234 niñas secuestradas por Boko Haram y rescatadas, 214 están embarazadas
nos horrorizamos, Hollywood al pleno colgó fotos de solidaridad en Twitter e incluso vimos a la primera dama norteamericana con su pancarta donde se leía #BringBackOurGirls. Las niñas nunca volvieron, los secuestros siguieron, palizas, violaciones masivas, desnutrición, heridas, muchas de ellas muertas, la destrucción de la infancia. Hace poco supimos –los que intentamos mirar con una lupa más pròxima– que el ejército había rescatado a 234 niñas, y de ellas, 214 están embarazadas. Las historias que cuentan son una descripción precisa del infierno en la tierra. Según las organizaciones que trabajan con estas víctimas, aseguran que son miles las niñas embarazadas en las violaciones masivas de Boko Haram, a su paso por las aldeas.
Sin embargo, ya no hablamos de ellas. ¿Dónde están los tuits, las selfies, las campañas de solidaridad? De hecho, ni nos acordamos que un día nos conmovió su desgracia, porque somos una sociedad hipócrita que necesita su dosis de pequeña escandalera ante el televisor para olvidarse el resto del tiempo de la gran herida del mundo. Personalmente he intentado seguir las historias que vamos conociendo de las niñas nigerianas, y cada una de ellas es la crónica de una tragedia. La BBC explicaba, por ejemplo, como Margaret, una mujer que fue secuestrada con sus dos hijos pequeños, vio una posibilidad de escapar de sus verdugos, pero tuvo que tomar una decisión terrible: sólo podía escapar con uno de ellos. Dejó al niño, quizás porque pensó que la niña tendría un destino aún más cruel. Es el horror en estado puro, el mal sin paliativos, pero nuestra caridad de estómago lleno sólo lo llora cuando lo ve por el televisor. Y sin embargo, ¿no podemos hacer nada, nada, nada? Me pregunto si no lo habríamos hecho si las niñas hubieran sido blancas y occidentales.