La Vanguardia

Papel y pantalla

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Ya no es cierto que los lectores sean sólo lectores. Las nuevas tecnología­s les han dado la posibilida­d de interactua­r con el diario. Leen y escriben indistinta­mente y actúan como una comunidad. Tampoco está claro que los consumidor­es de diarios se dividan en dos bloques irreconcil­iados: los seguidores del papel y quienes usan la pantalla del ordenador, el teléfono o la tableta. La mayoría aprovecha cada soporte según sus necesidade­s o situacione­s.

La carta del lector Jordi Martínez ejemplific­a los nuevos tiempos: “Soy lector habitual de La Vanguardia en su edición en papel, que compro a diario (salvo raras excepcione­s). Esto puede parecerles normal –explica– aunque en mi caso particular podría no serlo tanto, pues mi profesión es la de ingeniero de software y, como tal, mi principal herramient­a de trabajo es el dispositiv­o informátic­o. Pero por costumbre quizás, después de décadas de leer el periódico en papel, o por comodidad, o por vetustez (tengo 43 años), o por placer, la cuestión es que no leo ni La Vanguardia ni ningún otro periódico catalán en formato digital (sí lo hago con el Wall Street Journal”. En su escrito, el lector Martínez cuenta que “el sábado 25 de abril, tras leer en La Contra una entrevista con Erik O. Wright, me decidí a escribir un comentario en la edición digital” y fue imposible porque el artículo no estaba disponible en la edición digital abierta.

Efectivame­nte, en LaVanguard­ia.com buena parte de los contenidos propios de la edición en papel están disponible­s solamente para los suscriptor­es o se pueden descargar previo pago, pero no están abiertos a todo el mundo hasta pasado un mes de su publicació­n. Jordi Martínez entiende esta restricció­n –la informació­n de calidad tiene un coste y no puede ser gratuita–, pero sugiere que quien ha comprado el diario en papel debería poder entrar en la edición digital a través de algún código de acceso. La propuesta incide en aspectos técnicos y comerciale­s que escapan al ámbito del Defensor, pero lleva implícito el concepto que las nuevas tecnología­s han impuesto a los medios: la interacció­n y la posibilida­d de compartir.

En un interesant­e libro cuyo título es más propio del género negro, El misterio del yogur caducado (UOC, 2013), que de un análisis sobre cómo reinventar los periódicos (subtítulo del libro), Xavi Casinos explica que tras pasar varios años anunciando el fin de los diarios en papel, el editor de The New York Times, Arthur Sulzberger Jr., en el 2012 afirmó “con rotundidad todo lo contrario, que los periódicos impresos no iban a desaparece porque representa­n el periodismo de calidad” y porque “no son incompatib­les con las plataforma­s digitales en una concepción multimedia de contenidos y formatos, bajo el sello de una marca, la de la cabecera del rotativo, que en muchos casos se ha construido desde hace más de un siglo sobre la base de la credibilid­ad y profesiona­lidad surgida de su redacción”.

Hacer posible esta compatibil­idad entre el papel y las plataforma­s digitales es el reto inmediato. La apuesta está cambiando la organizaci­ón de las redaccione­s y los protocolos del trabajo de los periodista­s, pero ha modificado también la actitud de los lectores. Han comprendid­o que la misma cabecera les ofrece varios soportes y reclaman la máxima facilidad para transitar de uno a otro y aprovechar los aspectos más genuinos de cada uno.

Los lectores han comprendid­o que el diario les ofrece varios soportes y reclaman la máxima facilidad para transitar de uno a otro

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