La banca se mueve
Los tres grandes bancos españoles, Santander, BBVA y CaixaBank, han reemplazado a sus respectivos consejeros delegados, Javier Marín, Ángel Cano y Juan María Nin, respectivamente, en menos de un año. Una auténtica epidemia con una alta mortandad que lleva a preguntarse si los cambios simplemente coinciden temporalmente y son el resultado de situaciones peculiares y diferenciadas en cada una de las entidades o responden a alguna tendencia o elemento estructural más profundo.
¿Qué es lo que ha impulsado los cambios? ¿La búsqueda de un determinado perfil de consejero delegado, como se ha afirmado en los tres casos pese a los matices diferenciales? ¿O la emergencia de un nuevo perfil de presidencia más ejecutiva?
Los relevos de Nin y Marín por Gonzalo Gortázar en CaixaBank y José Antonio Álvarez en el Santander, dieron pie a una lectura en términos funcionales: los nuevos ejecutivos eran directores financieros, un perfil adecuado para tiempos de regulación más intensa y de ajuste fino del capital de los bancos, presionado a la baja en términos de rentabilidad y, en consecuencia, necesitado de un aprovechamiento máximo.
Ese guión, sin embargo, ha quedado seriamente cuestionado cuando ha llegado el cambio en el BBVA. Cano ha dejado paso a Carlos Torres, cuya principal característica es su especialización en la banca digital. Perfil financiero en los dos primeros casos, tecnológico en el tercero.
Francisco González, el presidente del BBVA, ha expresado siempre su opción por la máxima digitalización de la entidad, augurando un futuro en el que las nuevas tecnologías marcarán la diferencia entre el éxito y el fracaso de las entidades. Pero esa preocupación no es exclusiva. Las primeras declaraciones públicas de Ana Botín, al poco de tomar el timón del Santander también apuntaron ese camino, el banco se preparaba para la revolución digital. En el caso del CaixaBank de Isidro Fainé, hereda ya una larga tradición de innovación tecnológica que situó a La Caixa en una posición de avanzada desde los años ochenta. Apuesta digital tanto en BBVA como en Santander o CaixaBank, reconociendo así que es el principal reto pa- ra el futuro de sus negocios frente a la irrupción de los nuevos gigantes de la red, pero con estrategias que combinan experiencia financiera y tecnológica en diferentes proporciones.
De hecho, el único elemento común en todos estos relevos es el reforzamiento de las presidencias. El último ejemplo, el del BBVA, en cuyo nuevo organigrama en inglés Francisco González ostenta el cargo de presidente y CEO, es decir director ejecutivo o consejero delegado, y Torres queda como presidente y COO, equivalente a director general de negocio. Es un fenómeno que se ob- serva igualmente en otras entidades que, sin haber mudado a sus primeros ejecutivos, mantienen presidencias fuertes, como el Banco Popular de Ángel Ron o el Banco Sabadell de Josep Oliu. Un hecho que ya ha sido sobradamente comentado pero que tal vez aún ande falto de explicación.
El presidencialismo bancario anda un poco contracorriente de las tendencias sobre buen gobierno y, sobre todo, de lo que ocurre en la gran empresa industrial cotizada en bolsa, que separa ya con claridad la figura del primer ejecutivo de la del presidente, más representativo y encargado de tutelar al primero.
Y esta diferencia, probablemente, se explica por que mientras la empresa industrial o de servicios tiene un perfil mucho más simple, centrado en una gama de productos o prestaciones, los bancos siguen siendo empresas especiales, diferentes.
Obviamente porque operan con el bien más preciado, el dinero, y contra lo que se suele pensar, su excepcionalidad no proviene en especial de guardar los recursos de sus clientes sino de operar con los del Estado, pues es este último el que en última instancia el que crea esos recursos para que las entidades financieras los utilicen.
Los bancos siguen estando en el corazón del Estado y siguen, aún hoy, siendo el principal motivo de cuidado de los Gobiernos de la eurozona y del Banco Central Europeo. La gestión de un gran banco incluye pues la relación con el poder regulador, en el sentido más técnico, pero también en el político, que es en última instancia el que dicta las normas. Además, como consecuencia de la crisis, los bancos siguen en el punto de mira y más allá de la gestión puramente comercial, su propia imagen requiere mimos y ámbitos específicos de la gestión bancaria.
Pero, además de esos aspectos que dibujan un espectro de acción múltiple en frentes diversificados y que sitúa la tradicional actividad crediticia como un área, ciertamente la más relevante, en el marco de una empresa compleja, sin duda el otro elemento crucial del futuro bancario será la gestión del tamaño, de la lucha por la existencia en un universo poblado por grupos financieros cada vez más grandes. En fin, más allá de intereses personales, ganas de seguir al frente y modelos de gestión, accionistas y mercados valoran la experiencia de los presidentes de los bancos como un activo que aún se debe conservar. Y en esas andamos en estos tiempos de mudanzas.
La excepcionalidad del sector en plena etapa de cambios justifica presidencias fuertes