El líder de los Sex Pistols se confiesa: “La ira es energía”
John Lydon se desnuda en la fascinante ‘La ira es energía’
El género autobiográfico no le es extraño a John Lydon, polifacético músico británico especialmente conocido por su pertenencia a los legendarios Sex Pistols y, posteriormente, a los también referenciales Pil. No le es ajeno porque ya en 2004 publicó su autobiografía Rotten: no irish, no blacks, no dogs, que se centraba esencialmente en la figura de los Sex Pistols. Ahora, en cambio, y con ese lapso de un decenio, la dimensión del autor ha crecido exponencialmente, tal como se constata en La ira es energía. Memorias sin censura, editado por Malpaso.
La obra no es solo interesante sino también brillante. De entrada porque refleja la notable calidad de la escritura y planteamiento del, en este caso, escritor Lydon. La misma introducción no es un simple recurso sino una valiosa pista de las intenciones y contenidos que le esperan al lector en las más de seiscientas páginas siguientes. Su punto de partida es claramente dickensiano. “Vengo de la basura. Nací y crecí en un barrio muy pobre del norte de Londres, un lugar parecido a como te imaginas Rusia hoy en día”. Su procedencia humilde, de la clase genuinamente obrera, su entorno familiar, evita el drama, el almíbar o las tramposas moralejas. Lydon traza en su descarnada descripción de la época, el en- torno y el día a día de una familia de la clase baja (en términos económicos) un hermoso canto, a la institución familiar, una constante que permanece a lo largo de todo el volumen.
Londinense de enero de 1956 (cuenta, pues, 59 coloridos años), Lydon desarrolla los acontecimientos siguiendo la pauta cronológica. Cuando tenía siete años superó una gravísima meningitis, tuvo que ponerse gafas, perdió la memoria “hasta el punto de olvidar quiénes eran mis padres” y se zambulló en la lectura, con el Crimen y castigo de Dostoyevski como uno de sus primeros libros de cabecera a los once años (su madre le enseñó a leer y a escribir a los cuatro). Con esta velocidad vital, no es extraño que Lydon, convertido artísticamente en Johnny Rotten (en castellano, Juanito Podrido), fuese uno de los integrantes de lo Sex Pistols a los veinte años. La fulgurante eclosión y desparición trágica de la banda no impidió su carácter simbólico y revolucionario, y a pesar de todo ello, con el paso de los años Lydon se ha convertido en un glorioso superviviente: no solo ha sabido manejarse con la celebridad, desenvolverse en el show business y en los engranajes del capitalismo que tanto detesta, sino que artísticamente sigue al frente de su estupendo, agitador grupo Public Image Limited (Pil). Y con una capacidad analítica de primer orden.
La obra está impregnada de un cáustico sentido del humor, de un egocentrismo evidente y reconocido pero no cargante, pero sobre todo de una sinceridad desarmante, naturalista. Con la colaboración del periodista musical del Daily Telegraph Andy Perry, la obra se lee como un monólogo donde el autor gusta lisonjearse (“este libro es básicamente la vida de un temerario impenitente. Me gusta arriesgarme, es algo natural en mí porque deja salir mis mejores cualidades”, “... descubrí que yo era tóxico para los poderes fácticos; pocos cantantes pop han llegado tan lejos en este sentido”) pero donde también se puede sacar distintas lecciones: de cómo la pobreza y la enfermedad pue-
El músico británico recorre en sus memorias no sólo sus aventuras musicales
Los apartados más emotivos son los dedicados a su infancia y su familia
Ególatra desmedido, a lo largo de la obra se reivindica como “honesto ser humano”
Lydon se descubre como un notable escritor y perspicaz y crítico analista
den generar un estado vital que devenga positivo, más allá del típico sentimiento de pena o autojustificación. Es decir, que la figura de Lydon va mucho más allá, desmintiéndola, de la imagen de un ocurrente mago de pantomima.
Hijo de inmigrantes irlandeses asentados en Fishbury Park, zona profundamente deprimida de Londres; sus primeros años de niño donde comprueba que el estado del bienestar surgido tras la Segunda Guerra Mundial no era exactamente igual para todos los ciudadanos : “en el dormitorio vivíamos mi madre, mi padre, yo y mis hermanos pequeños a medida que fueron llegando (...) así que éramos seis: dos adultos y cuatro niños”. Y las reflexiones que realiza con el tiempo presente: “hasta hoy, cuando oigo un comentario racista tipo, ‘mira esos
pakis de mierda, ocho en una habitación’, pienso ‘no solo son las palabras de un racista, es que yo crecí así’”. O el recuerdo , ausente de adjetivos, de los abortos naturales que padeció su madre a lo largo de vida, y “llevar un cubo con el aborto y todo, había dedos y cosas así, y tener que tirarlo por el váter”. Son en las páginas centradas en sus primera infancia donde abunda la emotividad, como la meningitis que cogió a los siete años por su contactos con ratas, un larguísimo coma y aquella pérdida de memoria.
La etapa de los Sex Pistols fue el final de un proceso en el que Lydon asegura haberse preparado a conciencia en sus etapas anteriores de su vida. Queda patente que había un consciente impulso subversivo, nihilista y claramente amoral (contra el célebre código victoriano, pero también contra el estrictamente burgués) detrás de los Sex Pistols, en donde Lydon participó con la personalidad artística de Johnny Rotten. También deja entrever que el tremendo, incluso desproporcionado, eco y trascendencia de una banda de músicos que apenas sabían tocar se debió al trabajo de Malcolm McClaren, su particular bestia negra, y al que responsabiliza de haber acabado con los Sex Pistols tras la marcha de Rotten/Lydon del mismo a comienzos de 1978. En este capítulo de denostados tampoco se libra la diseñadora Vivienne Westwood, a la que prácticamente tilda de deshumanizada. Es en estos capítulos descriptivos de los protagonistas de la escena punk, donde se percibe el subjetivismo del juicio del músico/escritor y unas valoraciones más que discutibles. Sobre los Clash se explaya reiteradamente: “teniendo en cuenta que sus canciones no tenían ningún contenido y que lo único que ellos representaban era esa especie de socialismo abstracto...”. Él, en contrapartida, se presenta, también con reiteración, como alguien que a lo largo de toda su vida se ha comportado como “un ser humano completamentente honesto”. Pese a lo que le ocurrió a su colega Sid Vicious (murió de sobredosis cuando se quedó al frente de los Sex Pistols tras la marcha de Rotten), John Lydon asegura haber probado la heroína solo en una ocasión, y que ama a su esposa Nora desde los tiempos del punk. Es imposible no enterarse de ello porque le dedica dos capítulos enteros a su amada.
Después de contemplar –a veces boquiabierto, dudando incluso de su verosimilitud– las andanzas, excesos, y otras peripecias vitales, la conclusión es muy simple: hay que leer estas memorias porque su autor así se lo merece por dos razones: porque una gran parte de la música que ha compuesto roza lo sobresaliente y, en segundo lugar, por el ejemplo que demostró ser en su durísima vida antes de que la música le diese una inmejorable oportunidad para salirse del guión. Lydon aterrizó en una escena rockera como la británica de mediados de los setenta absolutamente adocenada y huérfana de aquella rebeldía que le era consustancial. Llegó alguien procedente de la clase trabajadora, e insufló esa ira del título del libro a un rock languideciente... precisamente en la cuna del género.