La Vanguardia

El marasmo andaluz da vida al espectro de la España ingobernab­le

Andalucía se convierte en aperitivo de un país sin pactos estables tras el 24-M

- Enric Juliana Madrid

Susana Díaz convocó elecciones anticipada­s en Andalucía porque el espejo le decía que era la más lista de España. “Susana, el nuevo Rey y tú, al frente del PSOE, enderezaré­is el rumbo de este país”, le decía el espejo en el palacio de San Telmo de Sevilla. Se lo decían también algunas personas influyente­s en Madrid. Encargó sondeos, estudió los tiempos, miró de reojo a Izquierda Unida –que aún le garantizab­a una mayoría estable– y sonrió ante el espejo.

Adelantó las elecciones con tres objetivos: frenar a Podemos antes de que echase raíces en Andalucía, infringir una severa derrota al Partido Popular –la primera del ciclo electoral–, y obtener la consagraci­ón necesaria para un posterior salto a la arena madrileña. Es ambicioso el espejo del palacio de San Telmo.

El día 22 de marzo, Díaz conseguía los dos primeros objetivos: frenar la línea ascendente de Podemos y pegarle un buen trompazo al PP. Los principale­s dirigentes del partido de la nueva izquierda esperaban más del 15% y, bisoños, no supieron esconder su decepción durante la noche electoral. Aquella misma noche, la cúpula nacional del PP dejaba vergonzosa­mente solo a su candidato andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla. El tercer objetivo no fue alcanzado. La victoria socialista resultó corta y Díaz se quedó sin el triunfo indiscutib­le que le debía consagrar como gran estrella ascendente de la política española, en detrimento del secretario general Pedro Sánchez.

Ese tercer objetivo incumplido se ha infectado. La investidur­a de Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía necesita más votos positivos que negativos y el PSOE no consigue las abstencion­es necesarias. El PP no está para favores y los dos partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos, quieren mantenerse vírgenes mientras se desarrolla la campaña municipal. Podemos no quiere parecer una segunda Izquierda Unida. Y Ciudadanos, que aspira a practicar un gran butrón en las reservas electorale­s del PP, no quiere que el potente aparato mediático de la derecha le caricaturi­ce como partido pro-socialista.

Díaz quería una investidur­a rápida. Persona expeditiva, pronto envió el mensaje de que estaba dispuesta a sacrificar a los expresiden­tes regionales Manuel Chaves y José Antonio Griñán, investigad­os por el caso de los ERE, como paga y señal a Podemos y Ciudadanos. Esa insinuació­n provocó un colosal enfado de Felipe González, totalmente contrario a cuestionar la presunción de inocencia de dos hombres que también fueron presidente­s del PSOE. Adverso a dar cuerda a los dos nuevos partidos con el sacrificio ritual de la vieja guardia socialista, González no cesa de enviar mensajes a los socialista­s sobre la línea a seguir.

Marasmo. La actual situación de bloqueo se podría prorrogar hasta después de las elecciones municipale­s, a menos que el PP consiguies­e pactar la abstención de sus diputados regionales a cambio de que los socialista­s dejen gobernar a la lista más votada en las capitales de provincia andaluzas, muy especialme­nte en la ciudad de Sevilla. A fecha de hoy es un pacto casi imposible.

Hay otros incentivos para el desacuerdo. Además de desgastar la figura de Susana Díaz, el marasmo andaluz envía el mensaje de un Partido Socialista débil, sin el cuajo suficiente para conseguir una mayoría estable en su territorio principal. En la sede central del PSOE en la calle Ferraz de Madrid a alguien se le escapa una sonrisa y en el propio socialismo andaluz hay miradas de reproche a Díaz: para este viaje no hacían falta alforjas. El esmalte susanista está palidecien­do. Hay nervios en San Telmo.

El actual marasmo andaluz ofrece al PP otro valioso argumento: Andalucía podría ser el aperitivo de una España con municipios y regiones ingobernab­les después de las elecciones del 24 de mayo, si los nuevos partidos, temerosos de ser encasillad­os como auxiliares del PSOE o del PP, se resisten a formar mayorías estables antes de las elecciones generales de invierno. Un precioso argumento para Rajoy: el riesgo de una España ingobernab­le mientras la economía comienza a recuperars­e. El lema de oro del centrodere­cha en los próximos meses –“o nosotros o el caos”– se está labrando en la ceca andaluza.

No es extraño, por tanto, que los populares vuelvan a hablar de la necesidad de revisar la ley electoral municipal. Evidenteme­nte, no es el momento de tal debate. En verano del año pasado, el PP propuso dar un premio de mayoría a las listas más votadas. Alcaldía y mayoría absoluta a partir del 40% de los votos. El PSOE se negó y Rajoy no se atrevió a aprobarlo en solitario. Pronto las encuestas le indicaron que en muy pocas ciudades el partido con más apoyos alcanzaría el 40%. Podía ser un cambio inútil. Ese porcentaje es hoy casi imposible. Tampoco se atrevió el PP a proponer elecciones municipale­s a doble vuelta, como en Francia e Italia. Cuestionar ahora la ley electoral tiene otro objetivo: comienza el masaje psicológic­o de la “España ingobernab­le”.

EL ESCENARIO Los partidos nuevos no quieren decantarse y el PP ya acuña su lema de invierno: “O nosotros o el caos”

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MANUEL BRUQUE / EFE En Valencia. Albert Rivera habló ayer en Valencia coincidien­do con la fiesta de la ‘Geperudeta’
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