Mi voto por un ratito al fresco
Algo me recuerda que un domingo de estos tengo que ir a votar. Supongo que debería empezar a pensar a quién le doy el voto, expresión de mis egoísmos y muestra de ciudadanía, pero necesito algo de tiempo porque tengo hormigas en la cocina y no se cómo acabar con ellas.
De momento, las estoy matando lo mejor que puedo. Algún chorrito de lejía, algún grano de arroz –a ver si lo transportan y se bloquean sus conductos, las muy laboriosas– y cierta mala leche, porque las aplasto sin reparos con servilletas de papel aunque esté mal decirlo.
Las hormigas tienen buena prensa y algún lector quizás se ofenda por el genocidio de tan ejemplar animal, que guarda para el invierno –eso se creen las de mi casa– mientras la cigarra se dispone a pasar un buen verano, tirando la caña a las cigarras coquetas.
¿Saben a quién votaría sin pensarlo más? Al partido que me prometiera que a las doce en punto de la noche, una noche agradable, como la del pasado viernes, ningún camarero de Barcelona me conminara a abandonar
Orson Welles no se quedaría ni cinco minutos en esta ciudad tan puritana de noche que es Barcelona
la conversación al fresco en una calle céntrica –y de tráfico ruidoso– porque así lo mandan las ordenanzas no sea que algún vecino se pelee con el sueño y venga a mi casa a saludar a las hormigas.
Ya imagino que ningún candidato incluirá en sus programas ser más selectivos con las prohibiciones en esta Barcelona coñazo que no permite estar en una terraza charlando con un amigo, mi amigo Rafael, profesor ecologista en Esade y divorciado nuevo de trinca. Media hora después de pedir una copa en una de las mesitas de Entrepanes Díaz –¡tocando a la Diagonal!– nos obligaron a levantarnos a toda prisa y pasar adentro como si en lugar de hablar estuviéramos en la calle cantando desafinados aquella jota del gran Juanito Pardo, un bruto de cuidado, que decía: “En la plaza de toros una mujer dio un chillido. Al salir el primer toro, creyó que era su marido”. No me extraña que Luis Buñuel fuera aragonés...
Que uno contravenga la ley por estar charlando en una terraza sin música a las doce de la noche de una víspera de sábado debe de ser muy grave, porque está prohibido. Yo regalaría mi voto y aun el de mi madre, a la que acompaño siempre y nunca le he cambiado la papeleta, a quien me concediera algo de tiempo en las noches de verano, cuando las cigarras hablamos de mujeres que nos dan mucha vida y alguna añoranza.
De momento, también en casa convivo con hormigas y antes de matarlas me voy fijando en su habilidad para dar guerra, como hacía el gato del vecino hasta que este se fue a recorrer mundo y lo regaló. Son rivales ejemplares y no me extraña que haya tantas hormigas en Barcelona, capital vermutera pero más báltica que mediterránea, donde hoy Orson Welles no se quedaría ni cinco minutos.