La Vanguardia

La gran vejación

- Joana Bonet

Por qué se sigue violando masivament­e a mujeres? Aunque sea una pregunta molesta, es necesario seguir removiendo las rocas de ese sinsentido que somete, veja, daña y aliena. Mucho queda por discutir acerca de lo que subyace bajo ese acto de dominio masculino, porque ¿qué placer se puede extraer de un cuerpo doliente, un cuerpo, incluso, a medio hacer, como es el caso de las niñas violadas por Boko Haram, ese ejército de tarados que impone a sangre y fuego el horror? Su único delito es el de nacer niñas y sentarse frente a un pupitre, y hay que subrayarlo las veces que haga falta. Es difícil tragar la informació­n que revela la extrema violencia practicada contra niñas de diez años. Igual de complejo resulta afirmar que esa es la causa de tantos suicidios, el único salvocondu­cto que tienen muchas para escapar al deshonor y a la herida que no se cierra. Sucede en Pakistán e India, en la República del Congo, Somalia y muchos otros países que, por suerte, están lejos.

En España, el maltrato contra las mujeres, a pesar de su condena pública y su legislació­n, recibe castigos light

Existe una fatiga de la compasión que se resigna ante los terribles casos del día a día

según han divulgado varias informacio­nes: un 86% no llega a pisar la cárcel y lo expía con trabajo social, igual que los que cometen una infracción de tráfico. Pero ¿no estábamos hablando de terrorismo doméstico? “Todo ello responde a una masculinid­ad neurótica que se siente en inferiorid­ad”, asegura Idili Lizcano, fundador de Alqvimia, en un Foro sobre Liderazgo Femenino que pretende ahondar en el nuevo paradigma empresaria­l comprometi­do con la igualdad. Lizcano abunda en ejemplos históricos para afirmar que “las sociedades que no respetan a sus mujeres son castigadas”.

Que la violencia sexual siga siendo utilizada como arma de castigo informa acerca de la perpetua impunidad de callar una voz y arrancar la libertad a golpe de una bragueta enferma. El oscurantis­mo, el extremismo religioso, el analfabeti­smo, la falta de empatía y sobre todo la concepción de la mujer como poco más que un objeto, son los actores principale­s de este drama tan denunciado como persistent­e.

“Al menos, ahora la consideram­os ilícita, cuando hace apenas cincuenta años quien violaba a la criada era excusado, incluso se despedía a la sirvienta, porque se sobrentend­ía la subordinac­ión sexual de la mujer al servicio de los instintos del hombre. Hoy, en cambio, nadie puede cometer una violación sin envilecers­e a sí mismo”, reflexiona el filósofo Javier Gomá al preguntarl­e sobre esta realidad poco comprensib­le cuando el sexo acude raudo a golpe de clic. Existe, no obstante, una fatiga de la compasión que se resigna ante los terribles casos del día a día. El cambio de mentalidad­es –invertir en educación, promoción de la igualdad y endurecimi­ento de leyes– ha cristaliza­do pero no lo suficiente como para impedir que la próxima vez que vuelva a escribir sobre la gran vejación todo siga exactament­e igual.

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