Densos silencios
La gavina
Director: Boris Rotenstein Lugar y fecha: Teatre Akadèmia (Hasta el 31/V) Una vez más, Akadèmia Teatre se ha lanzado a una producción ambiciosa, desfiando los limitados recursos de la empresa y las características de un espacio escénico reducido. La gavina, con la docena de personajes del original de Chéjov, acaba de estrenarse con una dirección innovadora, personalísima, de Boris Rotenstein. De las numerosas “gaviotas” que he podido ver ninguna, en efecto, ofrecía el tratamiento del director ruso: una acentuada morosidad en escenas que el hombre considera clave y unos silencios densos, cargados de presagios que ensombrecen el ánimo de casi todos los reunidos al lado de Irina Arkàdina, pretenciosa e histriónica dama de la escena, de su hijo Konstantín Trèplev, joven aspirante a autor dramático y fogoso enamorado de la cándida Nina Zarètxna.
No puede decirse que la de Rotenstein deba situarse al frente de las versiones que han podido verse aquí de la misma obra, las mejores en Temporada Alta (Girona), la de Korsunovas en 2014 y la húngara de Arpad Schilling, sensacional, en 2006. Esta es más interesante e inquietante que las centradas en los encantos sociopaisajísticos de Chéjov, como aquella de los primeros meses del TNC, con río incluído.
Se diría que el director ha querido evitar los equívocos de tal calificación y hacer de la obra un drama como es debido y que flirtea al final con el melodrama.
Preocupado, sobre todo, por los sentimientos bajo las palabras, Rotenstein ha ensanchado La gavina como pieza para el análisis de las relaciones entre arte y vida y del miedo a la muerte, a la soledad y, de modo especial, en los anhelos y heridas del corazón de los amantes constantes e inconstantes. Creo que el director ha rescatado aquel juicio de Alexei Suvorin según el cual el teatro chejoviano estaba hecho “de muchos diálogos y muy poca acción y con noventa quilos de amor”.
La tenebrosa perspectiva de tener atiborrado al público tres horas y media en el pequeño recinto ha hecho que Rotenstein proponga un primer acto en el exterior. La compasión del director obliga, no obstante, a que la palabra de los intérpretes conviva con la cacofonía del tráfico, cuya refinada crueldad no cesa de incordiar en ningún momento. Concluido el experimento, el escenario, amueblado con imaginación por Prat i Coll, diseñador, a la vez, del espléndido vestuario, permite valorar el esfuerzo de todos los actuantes en disimular con meritoria eficacia las distintas calidades interpretativas que inevitablemente se dan entre veteranos y jóvenes. Albert Triola, con el papel muy completo del escritor de éxito Trigorin, junto con Josep Minguell, Sergi Mateu y Mingo Ràfols, otorgan una gran solidez a la ficción. Jordi Robles como Trèplev, Enka Alonso como Nina y Neus Umbert como Maixa són, creo, revelaciones prometedoras. Y Mercè Managuerra, la matriarca del Akadèmia, se luce en momenos de gran brillantez.