Si me desahucias, me hago musulmán
Los habitantes de un poblado chabolista indio, en Rampur, han parado su desahucio de la forma más inesperada. El mes pasado debían ser evacuados de sus chozas, situadas en una zona codiciada por las autoridades para ubicar el aparcamiento de un nuevo centro comercial. Los quinientos moradores del poblado, todos ellos parias –descastados en la pirámide hindú– encontraron la solución a su angustia en una amenaza inusual. En caso de ser desahuciados anunciaron que se convertirían en masa al islam.
En respuesta, las autoridades, temiendo lo que empezaba a ser un aluvión de periodistas, fanáticos religiosos y agitadores políticos, se echaron atrás para que la situación no se les fuera de las manos. El estado norteño de Uttar Pradesh, donde se ubica Rampur, es particularmente proclive a los disturbios, a menudo sangrientos, entre musulmanes e hindúes. Sin embargo, los intocables no dan su brazo a torcer y se niegan a desmovilizarse mientras no tengan garantías escritas. De hecho los valmikis –nombre de esta casta en la que el oficio de basurero o de desatascador de cloacas pasa de padres a hijos– dicen que ya no hay vuelta atrás. Para demostrarlo, sus hombres ya visten el gorrito típico de los musulmanes. La conversión debía coincidir con el aniversario de B.R. Ambedkar, el abogado paria considerado el padre de la Constitución India. Pero ese día la policía rodeó la zona para impedir la entrada de forasteros y singularmente de clérigos islámicos.
La conversión de los segmentos más débiles de la sociedad –los más proclives a cambiar de religión– es un tema candente en India. El grupo chovinista hindú RSS –al cual pertenece el primer ministro Narendra Modi desde su juventud, en calidad de predicador célibe– lleva meses particularmente activo en lo que llaman ghar wapsi. Una ceremonia de bienvenida a casa, pensada para devolver al rebaño hindú a las ovejas descarriadas que a lo largo de la historia se han convertido al islam o al cristianismo. Este tipo de activismo religioso, desde instancias tan próximas al poder estatal –la mayoría de ministros de Modi proceden del RSS– ha provocado furiosas protestas de la oposición dentro y fuera de la Cámara.
El propio B.R. Ambedkar se rebeló contra la discriminación inherente al hinduismo convirtiéndose en budista poco antes de morir, atrayendo consigo a cientos de miles de chamars –intocables como los valmikis, aunque un peldaño por encima. Sin embargo, los valmikis han identificado correctamente que a cualquier gobierno indio –y sobre todo al actual– le pone mucho más nervioso una conversión en masa al islam. En 1998, durante el primer gobierno del BJP en India, cientos de ellos ya hicieron el primer amago de abrazar a Mahoma para evitar un desalojo.
El Estado indio tiene sus métodos para desincentivar las conversiones al islam, el cristianismo o el budismo de los parias y los aborígenes tribales (animistas impermeables al hinduismo desde hace tres mil años). Las misiones extranjeras fueron prohibidas hace más de 60 años. Asimismo, la discriminación positiva de las castas bajas –cuotas de empleos públicos o plazas escolares– sólo alcanza a los hindúes, con la excusa de que en el islam y el cristianismo no hay castas –algo que sólo es cierto sobre el papel.
No obstante, sin sanción constitucional, algunos estados han decidido por su cuenta reservar un pequeño porcentaje de empleos públicos también para musulmanes, colectivo en general desfavorecido, ya que los más educados emigraron a Karachi en 1947 para conseguir empleos en la administración pakistaní, gracias a su dominio del urdu. Aun así, la proporción de musulmanes en India crece ligeramente (del 13,4% al 14,2% en una década). Y se cuece una auténtica batalla entre hindúes y diferentes iglesias por las almas de los aborígenes.
Las autoridades dan marcha atrás y permiten quedarse en sus casas a los intocables de Rampur