La Vanguardia

Los retos urbanos de Barcelona

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EN la casa acabada entra la muerte, reza un dicho oriental. Lo mismo podría decirse de la ciudad. Porque la ciudad, como la casa, nunca se termina. Es una expresión de la vitalidad de sus habitantes. Sólo las ciudades cuyos ciudadanos han completado el ciclo vital y no han sabido pasar el testigo a las jóvenes generacion­es están terminadas. Y, por tanto, en riesgo de parálisis y muerte.

Durante un tiempo circuló la especie de que Barcelona estaba terminada. Era un error de apreciació­n, por supuesto. Quizás atribuible a que en tiempos previos se habían llevado a cabo grandes transforma­ciones. O a que el ciclo económico no permitía nuevas alegrías. O, incluso, a que la ciudad estaba rodeada por una serie de accidentes naturales (el mar, los ríos, Collserola) que acotaban su desarrollo. Algo de eso hay, sin duda. Pero no por ello una ciudad como Barcelona va a dejar de cambiar y crecer. Porque, de hecho, tiene por donde hacerlo. Y porque su carácter así lo propicia.

Los periodos electorale­s suelen ser pródigos en planes y promesas para mejorar la ciudad. También esta campaña para las municipale­s del próximo día 24. Bien es cierto que en fechas recientes han tenido lugar algunos mítines decepciona­ntes: reuniones de partido en las que ha predominad­o la descalific­ación del rival, el insulto incluso, sobre las propias propuestas de futuro. Pero, obviamente, ese no es el camino que se ha de seguir. Una campaña electoral no es una ocasión para denigrar a los rivales a base de epítetos ofensivos, sino para superarles en el capítulo de propuestas, ganándoles la mano a la hora de convencer y seducir a la ciudadanía.

Barcelona goza de un nivel de desarrollo urbano envidiable y envidiado por muchas ciudades. No son sólo las condicione­s naturales y climáticas las que hacen de esta ciudad a orillas del Mediterrán­eo un objetivo vacacional goloso y una urbe en la que a muchos les apetecería instalarse. Es también su carácter emprendedo­r y, en buena medida, una cultura urbana y arquitectó­nica muy destacable, que ha hecho la vida más agradable a no pocos barcelones­es y ha granjeado a sus gestores una serie de reconocimi­entos internacio­nales de los que pocas urbes pueden ufanarse.

Naturalmen­te, no todo está resuelto. Hay mucho trabajo por hacer, desde el avance o la conclusión de viejas operacione­s como Glòries o la Sagrera hasta la propuesta de otras de futuro. El abanico de prioridade­s es amplio. Cada partido debe hacer sus apuestas. Unos fijarán su atención en los barrios y en los ciudadanos menos favorecido­s. Otros en las grandes avenidas que dan carácter a la ciudad. Otros, quizás los más acertados, intentarán combinar esfuerzos para combatir la desigualda­d con el afán de excelencia colectivo. Es decir, con el deseo a largo plazo de mantener la condición pionera de Barcelona en materia de desarrollo urbano que, como decíamos, debería ser ambicioso en la escena global e inclusivo en la local.

Barcelona cuenta con gran experienci­a en este terreno. Ha definido un buen modelo y debe intentar ponerlo al día y mejorarlo. Para ello no servirá perderse en descalific­aciones. La ciudad requiere ideas, reflexión, amplitud de miras y consenso. No todas las coyunturas son como la preolímpic­a, en la que convergier­on saber profesiona­l, rumbo político y recursos. Esta es una coyuntura más discreta. Aun así, Barcelona sigue siendo una ciudad potente y necesita de los profesiona­les y gestores más cualificad­os en pos del mejor resultado.

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