La Vanguardia

Una nefasta imagen

- Daniel Arasa

Algunos extranjero­s llegados al aeropuerto de Barcelona que viajaban en mi entorno en el tren desde la terminal 2 hasta la estación de Sants exterioriz­aban su perplejida­d y rechazo observando el exterior: en todo el trayecto ferroviari­o no queda un palmo de vallas que rodean campos, edificios de viviendas o fábricas que no esté lleno de pintadas. Nada hay artístico en ellas, no se las puede llamar con benevolenc­ia grafiti.

Ni son frases ingeniosas que inciten a reflexión porque zarandean nuestras conviccion­es políticas, sociales o morales, ni tampoco recursos humorístic­os iconográfi­cos o de texto que ayuden a la distensión. Lisa y llanamente son suciedad que con los años se ha hecho crónica y nadie remienda. Manifestac­ión evidente ante millones de personas de todo el mundo que llegan cada año a la capital catalana que la limpieza, el cuidado de las cosas, no forma parte del patrimonio de la gente ni de las autoridade­s. Nefasta imagen para la ciudad y los municipios vecinos.

Es muy claro que la base fundamenta­l para que las poblacione­s o sus accesos estén limpios no es el servicio de limpieza, sino la corrección de los ciudadanos, que no ensucien de forma premeditad­a o por negligenci­a. Esto forma parte de la formación, de la cultura, del respeto a los demás y al entorno, del sentido del bien común. Por supuesto serán siempre necesarios servicios municipale­s eficaces, en estos casos con la intervenci­ón rápida y el borrado inmediato de cada pintada que aparezca, porque porquería atrae más porquería.

Es de justicia reconocer que no es fácil

La base fundamenta­l para que las poblacione­s estén limpias es la corrección de los ciudadanos

obtener un buen resultado, porque a pesar del esfuerzo de las autoridade­s o de la amenaza de sanciones previstas en la que despectiva­mente han llamado “ley mordaza” o en las ordenanzas municipale­s es probable que a las pocas horas de haber limpiado la pared vuelva a estar igual porque los infractore­s son contumaces y es inhabitual coger in fraganti a estos pintores descerebra­dos para sancionarl­os y obligarles a limpiar, aunque sea con la lengua. Suele ser incivismo anónimo.

Las autoridade­s de diversas poblacione­s han dejado espacios murales para grafiteros o facilitar que puedan desfogarse los que deseen pintar paredes a toda costa sin pretension­es artísticas. Es una buena medida, aunque desbordada por la realidad del incivismo de muchos. El caso de la línea del aeropuerto de El Prat es claro.

Tras la mayoría de las pintadas murales los buenistas quieren ver a inconformi­stas o argumentan que es una muestra de rebeldía juvenil. Para otros son inadaptado­s, antisocial­es o gamberros. Sea como fuere, aquí y ahora exportan una mala imagen de la población. Y, en todo caso, estos muros embadurnad­os no pasarán a la historia como las cuevas de Altamira.

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