Una nefasta imagen
Algunos extranjeros llegados al aeropuerto de Barcelona que viajaban en mi entorno en el tren desde la terminal 2 hasta la estación de Sants exteriorizaban su perplejidad y rechazo observando el exterior: en todo el trayecto ferroviario no queda un palmo de vallas que rodean campos, edificios de viviendas o fábricas que no esté lleno de pintadas. Nada hay artístico en ellas, no se las puede llamar con benevolencia grafiti.
Ni son frases ingeniosas que inciten a reflexión porque zarandean nuestras convicciones políticas, sociales o morales, ni tampoco recursos humorísticos iconográficos o de texto que ayuden a la distensión. Lisa y llanamente son suciedad que con los años se ha hecho crónica y nadie remienda. Manifestación evidente ante millones de personas de todo el mundo que llegan cada año a la capital catalana que la limpieza, el cuidado de las cosas, no forma parte del patrimonio de la gente ni de las autoridades. Nefasta imagen para la ciudad y los municipios vecinos.
Es muy claro que la base fundamental para que las poblaciones o sus accesos estén limpios no es el servicio de limpieza, sino la corrección de los ciudadanos, que no ensucien de forma premeditada o por negligencia. Esto forma parte de la formación, de la cultura, del respeto a los demás y al entorno, del sentido del bien común. Por supuesto serán siempre necesarios servicios municipales eficaces, en estos casos con la intervención rápida y el borrado inmediato de cada pintada que aparezca, porque porquería atrae más porquería.
Es de justicia reconocer que no es fácil
La base fundamental para que las poblaciones estén limpias es la corrección de los ciudadanos
obtener un buen resultado, porque a pesar del esfuerzo de las autoridades o de la amenaza de sanciones previstas en la que despectivamente han llamado “ley mordaza” o en las ordenanzas municipales es probable que a las pocas horas de haber limpiado la pared vuelva a estar igual porque los infractores son contumaces y es inhabitual coger in fraganti a estos pintores descerebrados para sancionarlos y obligarles a limpiar, aunque sea con la lengua. Suele ser incivismo anónimo.
Las autoridades de diversas poblaciones han dejado espacios murales para grafiteros o facilitar que puedan desfogarse los que deseen pintar paredes a toda costa sin pretensiones artísticas. Es una buena medida, aunque desbordada por la realidad del incivismo de muchos. El caso de la línea del aeropuerto de El Prat es claro.
Tras la mayoría de las pintadas murales los buenistas quieren ver a inconformistas o argumentan que es una muestra de rebeldía juvenil. Para otros son inadaptados, antisociales o gamberros. Sea como fuere, aquí y ahora exportan una mala imagen de la población. Y, en todo caso, estos muros embadurnados no pasarán a la historia como las cuevas de Altamira.