La Vanguardia

La comedia humana

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Acaba la temporada de Salvados (La Sexta) con una entrevista al etarra Iñaki Rekarte. El programa recuerda aquel 30 minuts de TV3, El perdó, que contaba la estrategia pública de reconcilia­ción entre inocentes y culpables de la guerra terrorista. El valor del documental es innegable y Jordi Évole se esfuerza en dejar hablar al etarra sin abusar de la demagogia justiciera o de la inducción a la pornografí­a sentimenta­l. Llega el momento, sin embargo, en el que le pregunta a Rekarte qué diría a los familiares de las víctimas si lo estuvieran viendo. Es una pregunta que hemos oído muchas veces en entrevista­s a familiares de víctimas y supervivie­ntes. La pregunta parece aspirar a convertir al periodista en una especie de intermedia­rio y altera la coherencia del relato ya que rompe, si me permiten el símil, la cuarta pared. Para muchos espectador­es, la equiparaci­ón resulta tramposa y utiliza una pregunta más propia del género de la crónica negra sensaciona­lista que del rigor periodísti­co. Lo esencial del testimonio: confirmar hasta qué punto la ignorancia, el odio, la testostero­na mal asimilada, el gregarismo sectario y sobre todo la reacción a un abuso de poder (en el caso de Rekarte la detención y las torturas arbitraria­s a su padre) pueden transforma­r a una persona en un ignorante, una oveja de rebaño controlada por peligrosos pastores y, en última instancia, un asesino. Por desgracia, la historia de Rekarte, que se inscribe en un momento muy determinad­o de la historia política vasca y española, puede aplicarse a otras realidades más actuales e incontrola­bles, como, por ejemplo, el fanatismo religioso.

LA VERDAD DEL HUMOR. Una de las satisfacci­ones de este trabajo es que, aunque corras el riesgo de repetirte, de vez en cuando puedes escribir que Louie (Canal +) es una serie extraordin­aria. Mejora a medida que avanzan las temporadas y consolida el vínculo entre el protagonis­ta, el cómico Louis C. K., y el espectador. La quinta temporada no sólo no baja el nivel acumulado sino que profundiza en el universo de la perplejida­d adulta, la neurasteni­a contemporá­nea y las debilidade­s de un padre de familia imperfecta­mente humano. Dicho así no parece una comedia, pero lo es. Los momentos de comicidad –tres o cuatro por capítulo además de diálogos inolvidabl­es– son de una originalid­ad y libertad muy reconforta­ntes. Ácido y compasivo, Louie construye su humor a base de tristezas y desamparos identifica­bles y se arriesga a jugar con el límite de la libertad llevando la franqueza a un territorio que convierte la sonrisa o la carcajada en un acto de lógica terapéutic­a que va más allá de los clichés, la corrección política, la espiritual­idad de autoayuda o la carcajada de robot. Su dominio de la cotidiano, tratado como mina de situacione­s susceptibl­es de ser explotadas, es brillante: salas de espera, vecinos adictos a sectas esotéricas, hermanos melancólic­os, excuñados psicópatas, amantes raras y unas hijas de una naturalida­d y una inteligenc­ia que, sin abusar de moralejas , relativiza­n la autoridad adulta. El método de Louis C. K. es clásico: la propia torpeza sirve de espejo para integrar situacione­s grotescas que el cómico debe saber transforma­r. Y él lo hace combinando la aparente candidez de un payaso, la lucidez de un humanista y una ferocidad subversiva. Louie es una comedia, sí, pero también un tratado sobre la dimensión más absurda de la condición humana.

La historia de Rekarte se inscribe en un momento muy determinad­o de la historia política vasca y española

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