La cáscara y el fruto
Ha pasado casi medio siglo desde que Manuel Tuñón de Lara publicó Historia y realidad del poder (El poder y las élites en el primero tercio de la España del siglo XX (Cuadernos para el Diálogo, 1967). Pese a los años transcurridos y a la abundante bibliografía que ha llovido desde entonces sigue siendo un libro muy recomendable para los lectores que estén interesados por las relaciones entre los intereses económicos y el poder político. Mucho más recomendable en muchos aspectos que las obras de aquellos que hace unos años, a menudo sin mencionar el nombre del autor, caracterizaban como reduccionistas sus planteamientos y presumían de rehuir temas como “burguesía” o “oligarquía” y de emplear términos más neutros como “empresarios”, “industriales”, “propietarios agrarios”, “hombres de negocios” “directores de empresa” o “banqueros” para describir los personajes de sus relatos historiográficos. Como hacían, por ejemplo, Mercedes Cabrera y Fernando del Rey en un volumen de quinientas páginas de una inanidad esplendorosa, donde, a propósito de la Restauración, se llegaba a afirmar, con una aparente ingenuidad digna de una futura ministra de Zapatero, que “los profesionales de la política mantuvieron un alto grado de independencia con respecto a los grupos de presión” ( El poder de los empresarios. Política y economía en la España contemporánea, 1875-2000).
La cáscara forma parte de la avellana, es su apariencia externa, pero la avellana es mucho más que la cáscara
Sin duda, las historias de los Estados resultan más románticas cuando se sostiene que la relación entre la economía y la política no es una relación promiscua, sino que responde a una tensión sexual nunca bien resuelta definida por un deseo comprensible pero en general no consumado de instrumentalización recíproca. Como ponían de manifiesto en la introducción de la segunda edición (ampliada) de la obra (2011), Cabrera y Del Rey querían combatir una corriente historiográfica que sostenía que, tras los dramas de la España contemporánea, desde la época de los caciques hasta la democracia actual, pasando por las dos dictaduras y la República, siempre hubo “los mismos”, una oligarquía que buscaba perpetuarse en su posición de dominio. El discurso de Cabrera y Rey limpiaba el camino para la confluencia de la vieja épica sobre los “capitanes de industria” y la nueva retórica de la emprendeduría. El libro de Tuñón de Lara ofrecía, en cambio, una realidad más cruda. No rehuía la descripción pornográfica de la concreción oligárquica de aquellas relaciones . Y por mucho que quienes las caricaturizaban las tildaran de simplistas, proponía un clarificador acercamiento metodológico a la cuestión del poder basado en el principio de que éste se expresa y se concreta en la toma de decisiones y que, del mismo modo que no es lo mismo dirigir una empresa a cambio de un sueldo que el consejo de administración como accionista mayoritario, no se puede confundir ejercer el poder con tenerlo. La lección sigue siendo válida: la cáscara forma parte de la avellana, es su apariencia externa, pero la avellana es mucho más que la cáscara.