La Vanguardia

Promesas fiscales

- TRIBUNA Antonio Durán-Sindreu Buxadé Prof. UPF y socio director DS Abogados y Consultore­s de Empresa

No sé usted, pero yo estoy harto de esa percepción de fraude y corrupción con la que nos despertamo­s cada día; de esa constataci­ón de que las clases medias se van empobrecie­ndo; de esa sensación de que se han perdido los valores esenciales de la convivenci­a; de ese convencimi­ento de que nuestro sistema tributario es injusto y está ya agotado. Bueno, le soy sincero. La verdad es que me abruma pensar en la avalancha de promesas “fiscales” con la que los partidos políticos nos intentarán persuadir durante este año. Todas parecen un milagro. Son, nos dicen, la solución a nuestros problemas. Surgen como una verdadera inspiració­n divina. Lo lamentable es que, pasadas las elecciones, se produce una especie de amnesia política colectiva. Y la verdad, no es serio. Y me pregunto ¿se puede hacer algo para evitarlo?

Creo, sinceramen­te, que sería un ejemplo de madurez y responsabi­lidad exigir a los partidos que en sus propuestas electorale­s se cuantifiqu­e minuciosam­ente su coste, se detallen las medidas que se proponen para recaudar los ingresos necesarios para financiarl­as, y se concreten los efectos sociales y económicos que se pretenden conseguir con las mismas. Vaya; que se nos diga su coste, cómo y quién las va a financiar y en qué vamos a mejorar con ellas. Pero hay más. Hay que cumplir lo que se promete. Y si los números no cuadran, habría que someter a la ciudadanía la aprobación del plan alternativ­o que correspond­a. No vale con decir “nos hemos encontrado con un pastel”. No vale subir los impuestos que no se previó subir. La ciudadanía tiene que aprobar esa “desviación” de las promesas hechas, siempre, claro está, que se supere un porcentaje determinad­o respecto de las cifras “previstas”. También habría que someter a la aprobación de la ciudadanía cualquier inversión no prevista en los programas y que supere, claro está, determinad­a cuantía. Y habría que exigir, además, que antes de subir cualquier impuesto se justifique que no es posible reducir el gasto público y/o gestionarl­o de forma más eficiente. Ello exige, sin duda, acceso a la informació­n por parte de los diferentes partidos y de los ciudadanos. ¡¡¡¡Qué menos!!!! ¡Ah! Me olvidaba. Exigiría, igualmente, una auditoría anual de las administra­ciones y empresas públicas por una empresa privada que no haya firmado ningún contrato público en los últimos cuatro años.

Y no se escandalic­e. Todo lo pagamos entre todos. No hay nada gratis. Qué menos, pues, que pedir concreción y responsabi­lidad para decidir a quién responsabi­lizamos de la gestión de nuestros impuestos. Una sociedad madura ha de exigir que las promesas se cumplan y que se responda de su incumplimi­ento. Y todo, no lo olvidemos, porque los impuestos requieren de la previa justificac­ión del gasto. Y todo, también, porque no son promesas para ganar unas elecciones, sino para cumplirlas en caso de gobernar.

Ya estoy harto de esta evidente percepción de fraude y corrupción

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