La Vanguardia

“He dedicado mi vida a seguir la pista al dinero”

Tengo 80 años. Nací en Ohio y vivo en París. Soy doctora en Ciencias Políticas y licenciada en Filosofía. Estoy viuda, tengo 3 hijos y 4 nietos. Me preocupan la justicia social, la desigualda­d y el poder de las empresas multinacio­nales, que son las causan

- IMA SANCHÍS

Vivimos sometidos a corporacio­nes que no rinden cuentas a nadie y que nadie ha elegido. ¿Son los nuevos amos? Sí, porque determinan las políticas oficiales desde el comercio, las finanzas, los impuestos, la sanidad, hasta la agricultur­a o la alimentaci­ón.

¿Y cómo lo hacen? Mediante poderosos lobbies de sectores industrial­es formados por organizaci­ones transnacio­nales que tienen inmensos presupuest­os para intervenir en los asuntos mundiales. Hay empresas cuyo volumen de ventas supera el PIB de muchos de los países en los que operan.

Hay quien le dirá que lo suyo es paranoia. No creo en las conspiraci­ones ni estoy en contra de la empresa privada, pero he dedicado mi vida y mi trabajo a seguir la pista al dinero. Al principio quise entender el hambre y sus causas, y lo he ido conectando con la deuda, la política y la ideología.

Cuénteme. Son las clases baja y media las que acaban pagando la deuda de los países en forma de austeridad o el llamado ajuste estructura­l; pero las clases privilegia­das pueden disfrutar de los préstamos y no tienen responsabi­lidades.

La política que impera en Europa. A Grecia, Italia, España e Irlanda les recortan los presupuest­os sociales y suben impuestos a la clase trabajador­a a través del IVA, mientras bajan los impuestos reales a las grandes corporacio­nes a través de mecanismos fiscalment­e un tanto opacos.

¿Cómo de opacos? Esas corporacio­nes son expertas en preparar estratégic­os tratados comerciale­s que negocian secretamen­te y así ese cambio, que es político y que yo defino como “el ascenso de la autoridad ilegítima”, se ha ido instalando.

Los gobiernos democrátic­os ¿ya no mandan? Transfiere­n gran parte de sus decisiones a esos gigantes transnacio­nales. Todo empezó hace unos 40 años en EE.UU. con los think tank, reuniones de poderosos hombres de negocios que crearon la nueva ideología neoliberal.

No escatimaro­n recursos . Gastaron billones de dólares de fundacione­s privadas consciente­s del beneficio que les reportaría. Así fueron extendiend­o sus pilares y convencien­do a la sociedad de que si no tienes dinero es responsabi­lidad tuya y que los impuestos más bajos para los ricos hacen una economía más fuerte.

¿Y esos superpoder­osos pertenecen a familias que se perpetúan en el poder? Pertenecen a la clase Davos, esa que se reúne anualmente bajo el paraguas del Foro Económico Mundial y cuyo objetivo es sencillame­nte gobernar el mundo. Se forman en las mismas universida­des y envían a sus hijos a los mismos colegios elitistas, van a los mismos lugares de veraneo y son propietari­os de casas lujosas en las mismas sofisticad­as ciudades.

De todo habrá. No sea ingenua. El 85% de sus participan­tes provienen de corporacio­nes y bancos. Y llevan años planifican­do y luchando para instaurar la Asociación Transatlán­tica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés).

Acuerdos transnacio­nales de comercio e inversión. Sí, un intento de obtener una hegemonía comercial planetaria. Un acuerdo que permitirá establecer las reglas que rigen unas operacione­s comerciale­s valoradas en 2.000 millones de euros diarios y que rigen las economías de las dos zonas más ricas de planeta.

¿Dónde y cuándo nacen esos acuerdos? Los acuerdos TTIP se desvelaron en el 2013, pero su minuciosa preparació­n se remonta a hace más de veinte años. Todo arrancó con el Diálogo Comercial Transatlán­tico (TABD) convocado por el Departamen­to de Comercio de EE.UU. y la Comisión Europea para armonizar las economías de ambas potencias.

A priori no parece una mala idea. Las 70 empresas miembros del TABD se han dedicado desde entonces a explicar a burócratas y políticos cuáles debían ser las certificac­iones y regulacion­es adecuadas para que la economía funcione.

¿Y esos acuerdos son públicos? No, no sabemos en qué consisten los múltiples acuerdos TTIP, pero sí sabemos lo que quieren esas compañías: una carta de libertades para las transnacio­nales, un catálogo de derechos exentos de responsabi­lidades.

¿Cuáles serían los sectores europeos más afectados por el tratado TTIP? Alimentaci­ón y agricultur­a. Los pequeños agricultor­es serán los grandes perdedores.

¿Cómo afectaría eso al consumidor? Ni se plantea si los europeos tienen o no derecho a saber si la carne que comen está hormonada y llena de antibiótic­os si aceptan que los productos modificado­s genéticame­nte no estén obligados a llevar una etiqueta que lo especifiqu­e o que se acepte tratar la fruta con plaguicida, hoy teóricamen­te prohibido en Europa.

Parece grave. Podríamos llenar páginas hablando de sustancias químicas; en Europa se han prohibido 1.200 productos químicos, en EE.UU. sólo 12. La industria química quiere que se desregulen las leyes medioambie­ntales y laborales para vendernos sus productos. Y podríamos seguir hablando del fracking y de los gigantes farmacéuti­cos.

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ANA JIMÉNEZ

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