Hegemonías y nueva política
Los periodos con más esplendor, riqueza intelectual y progreso artístico suelen coincidir con el declive de las grandes civilizaciones, los finales de régimen y las épocas de privaciones.
La crisis que se desata en el 2008 todavía perdura y afecta a millones de personas. A pesar de que Mariano Rajoy, impasible al ademán, proclame a los cuatro vientos que ya nadie habla del paro. Y lo dice con el entusiasmo propio de los mítines, con aplausos, banderolas y ante forofos insensibles a cualquier sentido del ridículo.
La nueva política que nace de las cenizas de la crisis, con los aires del siglo que ha entrado ya en la adolescencia, nos aporta la presencia de los viejos camaradas del PSUC que van ocupando, si es que alguna vez los dejaron, los puestos clave de la hegemonía política, cultural y social. Detrás de cada fuerza motriz de los nuevos movimientos siempre se detectan las percepciones de Antonio Gramsci, que dibujó la hegemonía cultural como una forma inteligente para llegar al poder y a un pensamiento explicitado con formas heterogéneas. En Catalu-
Puede que los ejes clásicos entre derecha e izquierda se disipen, pero volverán a plantearse de otra forma
nya, insignes representantes del viejo PSUC mandaron mucho, siguen mandando y lo seguirán haciendo en los ámbitos que inspiran nuevas tendencias relacionadas con el poder.
La nueva política del siglo, por lo tanto, es tan vieja como el gatopardismo lampedusiano. Que todo cambie para que todo siga igual. Puede que los ejes clásicos entre derecha e izquierda se disipen pero volverán a plantearse con los partidos actuales o con otros que se inventen. Habrá formaciones que defiendan el statu quo y otras que promoverán mayor equidad, justicia y defensa de los desfavorecidos.
Lo que no estaba en la hoja de ruta de la nueva política es la aparición de dos monjas en la escena partidaria. Lucía Caram y Teresa Forcades pertenecen a dos comunidades distintas, defienden postulados diferentes y aparecen con sus hábitos respectivos en los platós de televisión y en el resto de los medios. Es una novedad interesante. Pero también es muy vieja la tendencia a clericalizar la política.
Lucía Caram, entre el president Artur Mas y el candidato Xavier Trias en un acto electoral, entraba en campaña ayer con un titular sugestivo: “Estoy aquí para ejercer mi vocación de monja cojonera”. La dominica Caram defendía la labor social del equipo de Mas y afeaba a la benedictina Teresa Forcades, que manifestó el martes que no se fiaba del president. Según Caram, Mas “se la ha jugado por el derecho a decidir y creo que está dispuesto a llegar hasta el final”. Advertía Caram, eso sí, que ella no es política ni hace política ni es militante partidista.
Al margen de las derivadas sobre el estado canónico de las dos monjas, pienso que enriquecería mucho a la política catalana un cara a cara en televisión sobre sus posicionamientos. Propongo a Josep Cuní de mediador. La nueva política bien lo merece.