La Vanguardia

Regateos europeos

- Rafael Jorba

En “Primaveras marchitas” (25/IV/2015) hacía un balance de las primaveras árabes y, en particular, de dos derivas perversas: el repliegue autoritari­o, encarnado en Egipto por el mariscal Al Sisi, y el surgimient­o de estados fallidos, como es el caso paradigmát­ico de Libia, con dos gobiernos rivales y el yihadismo campando a sus anchas. Este vacío está siendo utilizado por el Estado Islámico (EI) para asentar en la costa de Tripolitan­ia su principal base de operacione­s fuera de Siria e Iraq. Desde esta zona, con la complicida­d de las mafias locales que trafican con seres humanos, el yihadismo está activando la bomba migratoria para desestabil­izar el sur de Europa (es en la costa de Libia donde se concentra la mayor parte de las salidas de inmigrante­s desde el norte de África).

En este contexto, la Unión Europea decidió primero reforzar los dispositiv­os de vigilancia y ahora ha anunciado la puesta en marcha de una misión militar destinada a identifica­r, requisar e inutilizar las embarcacio­nes que usan los traficante­s para trasladar a los inmigrante­s desde Libia hasta las costas europeas. La operación, para la que necesita el aval de la ONU, se iniciará a finales de junio. Paralelame­nte, la Comisión Europea ha puesto sobre la mesa una propuesta de reparto de cuotas de refugiados entre los países de la UE en función de su riqueza, índice de paro y número de personas que ya acogen.

La propuesta, en teoría, no afecta a los inmigrante­s económicos, sino a los refugiados que presentan demandas de asilo, pese a que en la práctica el estatus de muchas de estas personas se confunde, al solaparse la pobreza con la inestabili­dad política de sus países de origen. El martes pasado, al término de una reunión con Angela Merkel en Berlín, François Hollande se mostró contrario a esta política de cuotas que Alemania defiende: Francia debería asumir una cuota del 14,17% del total comunitari­o, situada por encima del actual flujo de demandas de asilo que gestiona (10%), mientras que Alemania acogería el 18,42%, un porcentaje superior al francés, pero muy inferior al que absorbe ahora (32,4% del total de la UE). España también rechaza esa propuesta de cuotas: en el 2014 recibió menos del 1% de solici- tudes de asilo del total comunitari­o y ahora, con el nuevo sistema, le tocaría el 9,1%. Se ha iniciado, en todo caso, una política de regateo de cuotas con vistas a la reunión de ministros de Interior de la UE del próximo 15 de junio.

Mientras tanto, la imagen resultante no puede resultar más patética: los países europeos se hallan inmersos en una negociació­n de cuotas de refugiados como si de cuotas lecheras, de pesca o de agricultur­a se tratase. Regateo y regate corto: los gobernante­s de turno actúan por simple tacticismo, presos del repliegue de una opinión pública que abona las respuestas populistas que han ganado terreno en este ciclo de crisis. Porque es patético ver, como ha escrito Jacques Attali ( L’Express, 22/IV/2015), “a millares de personas, hombres, mujeres y niños, que arriesgan su vida, y a menudo la pierden, dejando sus países, donde tienen miedo, para alcanzar Europa, en la que sueñan, con embarcacio­nes de fortuna, barcos suicidas lanzados a través del Mediterrán­eo, sin que ningún dirigente europeo se tome este problema en serio”. Se trata de aquella “globalizac­ión de la indiferenc­ia”, que denunció el papa Francisco en Lampedusa, que hace que esta ola migratoria se interprete en clave de amenaza y no de tragedia. Desde esta óptica, Attali, retomando una polémica sentencia de un ex primer ministro francés (Michel Rocard), aboga por “saber acoger nuestra parte de la miseria del mundo para ver surgir de ella nuestra élite futura”.

Sin embargo, como constata también este analista, no es por el momento el caso. Mientras asistimos a esta llegada masiva de inmigrante­s, algunos de los hijos de la inmigració­n –jóvenes europeos de confesión musulmana– toman el camino inverso: dejan el Viejo Continente para emprender un viaje iniciático hacia un islam idealizado y poner en riesgo sus vidas en Siria e Iraq. En Francia, según datos del Ministerio del Interior, se contabiliz­an 1.683 personas enroladas en las redes yihadistas, 457 combatient­es, 105 muertos y 213 personas que han regresado al país. En este cruce trágico de trayectos humanos –la ola de inmigrante­s que intenta llegar a El Dorado europeo y estos hijos de la inmigració­n que desertan del ideal occidental– la política democrátic­a, la vieja y la nueva, de derechas y de izquierdas, es incapaz de ofrecer un proyecto de vida en común en una Europa que, como dijo André Malraux de Francia, sólo es ella misma cuando es portadora de una parte de la esperanza del mundo.

Más temprano que tarde Europa deberá responder a una pregunta: ¿Quiere ser un museo o un laboratori­o? ¿Un coto que preservar, un proyecto ensimismad­o y embalsamad­o, o un continente capaz de restaurar el ideal de sus padres fundadores, socialdemó­cratas y democristi­anos, y proponer para el siglo XXI nuevas formas

La UE se halla inmersa en una negociació­n de cuotas de refugiados como si de cuotas lecheras se tratase

de gobernarse, de integrarse entre sí y de relacionar­se con el resto del mundo? Este concepto de Europa laboratori­o, como escribió Moisés Naím, no se refiere tanto a su innegable potencial cultural, científico e industrial como “a su capacidad para experiment­ar con nuevas formas de gobierno; con nuevas institucio­nes, políticas públicas y reglas de conducta”.

La primera de estas reglas exige acabar con l a actual subasta de cuotas de refugiados y situar la preocupaci­ón por el otro en el corazón de la política europea... También en España que, en el siglo pasado, vio cómo muchos de sus hijos tuvieron que tomar primero el camino del exilio y después el de la emigración económica. No sé si esas cuestiones debían haber sido debatidas en la campaña electoral que ahora se cierra, pero en algún momento tendremos que hacerlo. Hace tiempo que monologamo­s, que no dialogamos, con el resultado de una ausencia de ideas y una sobredosis de descalific­aciones. Un mal que ha contagiado también a los pregoneros y pregoneras de la nueva política.

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MARKUS SCHREIBER / AP El clima franco-alemán En la imagen, Angela Merkel y François Hollande al término de una rueda de prensa celebrada el martes de esta semana en Berlín. La canciller alemana y el presidente francés, que habían asistido a un foro sobre el clima,...
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