La Vanguardia

EL MICHELÍN ES SEXY

- LLUCIA RAMIS

Recelo de los cachas. Es un prejuicio como cualquier otro. Veo sus selfies junto a las máquinas del gimnasio, o mientras salen de una piscina marcando tableta en el abdomen, y siento una pereza infinita. Lo que muestran es todo lo que tienen y, por lo tanto, todo lo que pueden ofrecer.

No es cierto que la belleza esté sólo en el interior, y ya sabemos que mens sana in corpore sano. Pero alguien que vive siempre pendiente de su cuerpo no tendrá tiempo para nada más. Ni para nadie más. Se tomará el mundo como complement­o, incluida la persona que esté a su lado, cuyo único papel será hacerle quedar bien; como la ropa, la moto y la pose.

La vanidad es la más vana de las ambiciones, y el interés suele encontrars­e en las imperfecci­ones tolerables. En la tiranía del físico ideal, son más atractivos los que se rebelan y marcan barriguita cervecera, prueba de que saben vivir bien y divertirse. Un

privilegio exclusivo de los hombres. Los han bautizado como fofisanos o lorzalamer­os, rara traducción de dad bod, el “cuerpo de papá” que acuñó la universita­ria Mackenzie Pearson para referirse a la moda de este verano: se llevan los humanos, no los maniquíes. Son familiares, tienen michelines. Transmiten que otras cosas les preocupan más que su imagen. Eso sí, puede que les falle el corazón; y no por mal de amores, sino por la dieta. Los concursos de belleza basados en cánones antiguos no tienen mucho sentido, ahora que los metrosexua­les y el macho ibérico ya son historia. Los cachas se están quedando solos con sus bíceps y el espejo, que les dice que ya no son los más deseados.

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