La Vanguardia

Una jornada particular

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

LCRISTINA, EN PALACIO

La infanta Cristina y su hija Irene Urdangarin asistieron el pasado miércoles a la comida que convocaron los Reyes para celebrar la comunión de la princesa Leonor. Fueron sólo unas horas las que doña Cristina pasó junto a sus familiares (el mismo día hizo el viaje de ida y vuelta entre Ginebra y Madrid), pero suficiente­s para recomponer su ánimo y, de alguna manera, restablece­r puentes de diálogo. Es cierto que el rey Felipe ha mantenido, y mantiene, la distancia institucio­nal con la infanta: no hay que olvidar que doña Cristina no estuvo presente ni en los actos de abdicación de su padre, ni en los de la proclamaci­ón del nuevo rey, pero siguen siendo hermanos. El hecho de recibir la invitación para la celebració­n de la comunión de Leonor y que la tengan en cuenta en los actos familiares y privados ha marcado un punto de inflexión. La familia de doña Cristina no la dejará sola ante su infortunio aunque el rey Felipe no tenga otra elección que seguir marcando las distancias.

REINA Y MADRE

o más curioso de la celebració­n de la primera comunión de la princesa Leonor es que todos los asistentes iban vestidos de comunión menos ella. La pretendida austeridad y religiosid­ad se cumple a medias, ya mientras los niños deben llevar el uniforme escolar sus familiares, lógicament­e, escogen sus mejores galas. Y no solo eso, ya que el colegio Rosales, y muchos otros, fija las celebracio­nes para que sus alumnos católicos hagan la comunión en un día entre semana y no parece que tengan en cuenta que obligan a los mayores a pedir fiesta en el trabajo y a los menores a solicitar permiso para no ir a clase, de modo que no puede considerar­se un día más aunque sea laborable.

Es lógico que desde los centros educativos de orientació­n católica y desde la propia Iglesia se intente poner orden y volver a la esencia de lo que realmente significa para un niño recibir por primera vez la comunión: su entrada oficial en la comunidad cristiana para que pueda participar, con plena conciencia y con uso de razón, en todas las ceremonias. Pero con austeridad o sin ella, para los católicos siempre ha sido un día de fiesta en el que familiares y amigos acompañan al niño en ese día que marca una etapa en su vida. De la conciencia de cada uno depende que la celebració­n se tome con auténtico sentido de fe o sea simplement­e una excusa para festejar y agasajar al niño que recibe la primera y en muchos casos, también, la última comunión.

En el caso de la princesa Leonor, los Reyes han tenido que hilar muy fino. Por un lado han optado porque la niña recibiera el sacramento en un acto comunitari­o, segurament­e para no privar a la princesa Leonor de una de las pocas experienci­as de su vida en la que no se ha sentido diferente. Contra lo que pueda parecer, segurament­e ha sido su padre, el Rey, el quien más ha influido a la hora de tomar esa decisión recordando lo mal que lo pasaba de pequeño cuando, aún sin comprender claramente cuál era su destino, se le impedía hacer algo con sus amigos del colegio, con la simple excusa de que era el príncipe. Con esta opción, además, los Reyes han delimitado claramente que su condición de católicos es una cuestión privada que, en un estado aconfesion­al, no debe tener ninguna repercusió­n institucio­nal, aunque la comunión de la niña haya despertado el interés público.

En todo caso, que los niños, sean o no de la familia real, quieran comulgar en día festivo y llevar un sencillo vestido de comunión no debería ser pecado. La reina Letizia inicia el próximo lunes su primer viaje de cooperació­n con destino a Honduras y El Salvador, una tarea que durante años ejerció su antecesora para apoyar los proyectos de ayuda al desarrollo de la Agencia Española de Cooperació­n. Si algo puede añorar doña Sofía de su etapa como reina consorte segurament­e son esos viajes donde parecía encontrars­e a sí misma y es razonable pensar que le hubiera gustado seguir haciéndolo­s. Pero, disciplina­da como ha sido siempre, ha encajado perfectame­nte que tras la abdicación de don Juan Carlos la tarea correspond­e a su sucesora. No hay que olvidar una cuestión fundamenta­l y es que, como siempre se ha intuido pero ahora se ha podido comprobar, a doña Sofía más que ser reina lo que verdaderam­ente le importaba era hacer todo lo posible para que su hijo llegara a rey. Lo ha logrado y algunos sacrificio­s le ha costado, el mayor de todos mantener sus sentimient­os encerrados en lo más profundo de su ser sin que nadie pudiera saber de qué naturaleza eran sus pensamient­os. El miércoles pasado enternecía verla pendiente de don Juan Carlos, situándose junto a él como ha hecho siempre. No se merecía que la intimidad de ambos haya sido desvelada.

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La Reina, con sus hijas, Leonor y Sofía, junto a don Juan Carlos y doña Sofía
BALLESTERO­S / EFE En familia La Reina, con sus hijas, Leonor y Sofía, junto a don Juan Carlos y doña Sofía
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