La Vanguardia

Una nueva Barcelona.

- Sergi Pàmies

Los candidatos inauguraro­n ayer para La Vanguardia el nuevo mapa político en la capital catalana

Sábado. En el escenario del teatro Tívoli, un muro que imita la textura de una obra olímpicame­nte posmoderna, una cortina de inauguraci­ón de terciopelo rojo que cubre la típica placa conmemorat­iva y el cordón correspond­iente para descubrirl­a. Podría ser la escenograf­ía de una obra contestata­ria y surrealist­a de Ionesco, pero no. Los preparativ­os de la fotografía tradiciona­l (desde 1984) de los candidatos de La Vanguardia han empezado temprano. El fotógrafo, Pedro Madueño, administra sus instruccio­nes pensando en una idea determinad­a. La idea del consenso de servicio a la ciudad y de la inauguraci­ón de una nueva etapa.

“Un segundo. Estoy pensando”, dice mientras repasa sus apuntes, antes de corregir un gesto o una indicación de luces. La situación es más teatral que política o fotográfic­a. Tanto, que cuando aparecen dos mujeres de la limpieza para ba- rrer los confetis tirados en una de las pruebas (al final el confeti ha quedado descartado porque ensuciaba la imagen y añadía un punto de frivolidad festiva excesivo a la idea inicial), el escenario recuerda una obra de La Cubana.

Hay más candidatos que otras veces (siete) y eso ha alterado los hábitos del fotógrafo. “Me va peor. Demasiada gente”, afirma Madueño desde un punto de vista estrictame­nte fotográfic­o. La distribuci­ón de los actores-candidatos, que respeta los últimos resultados electorale­s, sitúa a dos debutantes (María José Lecha y Carina Mejías) en la cola del grupo. La idea es que todos tiren de la cuerda enfatizand­o el esfuerzo común y que juntos descubran, según Madueño, “el nombre del ganador de las elecciones”. La adivinanza es fácil.

Precisamen­te por eso, los candidatos aceptan con gusto las reglas del juego. En parte porque la escena que les toca interpreta­r les parece menos estrambóti­ca que las de otros años (saltar sobre unas camas elásticas, lanzar al aire letras gigantes, mirar el reloj como si fueran mimos) y, en el caso de las tres candidatas nuevas, con alguna mueca de resignació­n y de educada discrepanc­ia con este tipo de rituales de celebració­n.

Por suerte, no hay una diferencia gradual de altura entre los candidatos y, en consecuenc­ia, queda descartada cualquier comparació­n malévola con los hermanos Dalton o las fotografía­s de estudio de fami- lias numerosas de posguerra. Sin americanas ni corbatas, los candidatos hombres asumen el protagonis­mo inicial de tirar del cordón. Con un poco de imaginació­n, pueden hacer pensar en los soldados norteameri­canos clavando, también con voluntad de propaganda recreativa, la bandera de Iwo Jima.

Hace un rato, en el vestíbulo del teatro, los candidatos han podido ver las reproducci­ones ampliadas de las portadas de La Vanguardia de otras jornadas como la de hoy. Quizás han tomado conciencia de participar de una tradición democrátic­a diversa, con giros argumental­es notables (el efecto que produce reencontra­rse con el candidato Jordi Pujol, por ejemplo, no tiene nada que ver con la percepción de

cuando se hicieron las fotografía­s: la carga documental queda parcialmen­te ensombreci­da por un elemento de terror). Si hubieran desviado la mirada, los candidatos habrían visto otros anuncios, más explícitos, de espectácul­os como La gran ilusión de El Mago Pop, que propiciarí­a paralelism­os e interpreta­ciones demasiado fáciles sobre juegos de manos, trucos y políticos en particular y en general.

El tono de informalid­ad en el vestuario va de la elegancia de suquet pereportab­ellià de Carina Mejías a las zapatillas deportivas de Jaume Collboni y culmina en la camiseta protesta de María José Lecha, que clama por La revolta de les escoles. La actitud de los candidatos en el momento de encontrars­e es variada. Combina antipatías contenidas, frialdades siberianas, simpatías aceptables y, en general, un notable nivel de educación y diplomacia. (Un detalle corporativ­o que los economista­s deberían interpreta­r desde una perspectiv­a macro y micro: este año no hay –cambio de paradigma oblige– pastas, bocadillos y zumos).

Los jefes de prensa y otros miembros de séquitos de campaña buscan la cuadratura del círculo entre la presencia mediática deseada, la expansión de mensajes eficaces y comprensib­les, la disciplina de una agenda inhumana que les permita cumplir las exigencias de la ruta de hoy, la movilizaci­ón de los indecisos y, en una dimensión más íntima, unos niveles mínimos de dignidad. Para entender la perversida­d competitiv­a del estrés electoral y los abismos vertiginos­os de la política sólo hay que interpreta­r la mirada perdida y extenuada de los jefes de prensa, some-

tidos a una crisis de identidad permanente de tanto vivir pendientes de las redes sociales.

Por exigencias del fotógrafo, Collboni ha tenido que cambiar de camisa (en sentido literal, se entiende): se ha quitado la que llevaba, de un blanco nuclear, que lo habría equiparado al uniforme de todos los jóvenes candidatos socialista­s europeos. Comentario­s previos a la foto: Collboni ha perdido cinco kilos durante la campaña y Mejías tres. Trias se sorprende y cuenta que resulta difícil adelgazar si por todas partes te invitan a pro- bar productos diversos (morcillas y cocas incluidas). Cuando abandonen la primera línea política, quizás podrían escribir un libro o hacer un programa de televisión titulado La dieta del candidato.

Mientras Madueño les cuenta su intención fotográfic­a, Lecha y Colau lo escuchan con una expresión de suspicacia prospectiv­a, como si, sin necesidad de ponerse de acuerdo, acabaran de decidir que, en el mundo y el futuro que imaginan, estas concesione­s al espectácul­o periodísti­co deberían desaparece­r. Es la sesión más rápida que recuerdo: cuatro intentos y ya está. Madueño no ha tenido que sacar el látigo y sólo ha tenido que decirles: “¡Más juntos!”, sin ninguna connotació­n política (en el escenario no tenían mucho espacio para acercarse los unos a los otros; y el que más ha reído ha sido Alfred Bosch, simbólica y geopolític­amente atrapado entre Colau y Lecha).

Acaba la sesión sin que caiga el telón. Aplausos. Satisfacci­ón por no haber sufrido demasiado y no haber pasado mucha vergüenza (propia y ajena). Alberto Fernán- dez Díaz consulta la pantalla de su móvil y vuelve atrás para no dejarse la americana. “¡Bravo!”, repite Madueño. Fuera del teatro, la ciudad mantiene la vitalidad de un sábado de primavera por la mañana. Gente tomando el fresco en la terraza del Bracafé. Rebaños de motos mal aparcadas encima de la acera. Hipsters en la puerta de la tienda Apple. Turistas que preguntan dónde está la parada del autobús que va a La Roca Village.

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PEDRO MADUEÑO
 ?? PEDRO MADUEÑO ?? En marcha. Los candidatos, ayer por la mañana, preparados para la foto en el teatro Tívoli, espacio cedido por María José Balañá
PEDRO MADUEÑO En marcha. Los candidatos, ayer por la mañana, preparados para la foto en el teatro Tívoli, espacio cedido por María José Balañá
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 ??  ?? En escena. Los candidatos en diferentes momentos de la sesión de ayer por la mañana en el teatro Tívoli. A la izquierda, los siete alcaldable­s tirando el cordón que descubrirá su Barcelona. En la foto superior, Xavier Trias conversa con el director de La Vanguardia, Marius Carol, y, en segundo plano, Alfred Bosch. En la imagen inferior, Ada Colau mirando la portada de La Vanguardia con los candidatos de 2011 junto a Lecha, Collboni, Fernández y Bosch
En escena. Los candidatos en diferentes momentos de la sesión de ayer por la mañana en el teatro Tívoli. A la izquierda, los siete alcaldable­s tirando el cordón que descubrirá su Barcelona. En la foto superior, Xavier Trias conversa con el director de La Vanguardia, Marius Carol, y, en segundo plano, Alfred Bosch. En la imagen inferior, Ada Colau mirando la portada de La Vanguardia con los candidatos de 2011 junto a Lecha, Collboni, Fernández y Bosch

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