Irlanda abre el armario
Más del 62% de los votantes apoyan la legalización del matrimonio homosexual
La isla del Atlántico ha legalizado mediante un referéndum el matrimonio gay, incluyéndolo además dentro de su Constitución, y rompiendo así con uno de los elementos que ligaban el país al catolicismo.
Esta partida se la ha ganado el Estado a la Iglesia, el laicismo al secularismo, la sociedad civil a la sociedad religiosa. Irlanda no sólo ha declarado legales los matrimonios homosexuales, sino que lo incorpora a la Constitución, y además se ha convertido en el primer país que lo hace mediante un referéndum. Los tiempos han cambiado, y de qué manera.
Nada más anunciarse el rotundo resultado –un 62,1% a favor, que sorprendió a unos y otros–, los bares y pubs del céntrico barrio metrosexual de Temple Bar (las Ramblas dublinesas) organizaron fiestas para celebrar al mismo tiempo el sí a las bodas gais y seguir por la tele el festival de Eurovisión, con ofertas especiales de cócteles a mitad de precio y dos pintas de cerveza al precio de una. “Ya era hora de acabar con la discriminación de una parte importante de nuestra sociedad –dice Brendan McConnaughey, que hizo campaña activa en las redes sociales por el yes–. La clave del matrimonio ha de ser el amor y el deseo de seguridad, no la orientación sexual, lo mismo da que sea entre un hombre y una mujer que dos hombres o dos mujeres. Por primera vez desde el estallido de la crisis, hoy estoy orgulloso de mi país”.
El referéndum ha dividido a Irlanda en jóvenes y no tan jóvenes, en religiosos y agnósticos o ateos, en gente de la ciudad y del campo. Los mayores de 40 años y los campesinos (sobre todo de Done- gal, Cork, Galway, Mayo, Sligo y los condados del oeste de la isla) votaron que no, reticentes a dar un aire diferente a una institución matrimonial que en muchos casos ha sido el pilar de sus vidas, y al impacto de las reformas sobre los niños. “Lo normal –opina la enfermera Maureen O’Donnell– es que se tenga un padre y una madre, no dos padres o dos madres. ¿Adónde vamos a parar?”
También es un triunfo de la Irlanda de la diáspora. Quienes llevan menos de dieciocho meses residiendo en el extranjero (como consecuencia del desempleo y el éxodo masivo provocados por la crisis) tenían derecho a participar, pero con la condición de que se presentasen personalmente en su colegio electoral, y hay quienes viajaron incluso desde Australia, Canadá, Tailandia o Estados Unidos. “No podía perder esta oportunidad de hacer historia, de decir que no a la discriminación, de empujar el país hacia la modernidad”, apunta Mark O’Driscoll, un informático de Melbourne. El índice de participación fue muy elevado, incluso de más del 60% en la capital y las principales ciudades.
Aunque las uniones civiles entre homosexuales eran ya legales desde hace unos años, puede decirse que Irlanda ha pasado página y dado un golpe decisivo a una Iglesia católica que hasta hace treinta años llevaba las riendas del poder. Pero inevitablemente le han pasado factura los escándalos de pedofilia en colegios y centros religiosos, de virtual es- clavitud de niñas y adolescentes en instituciones regentadas por monjas o de obispos a quienes se les han descubierto hijos con amantes secretas.
Un factor significativo es que Irlanda es uno de los países con menor promedio de edad del mundo occidental, y la juventud impulsa el cambio. También ha influido la crisis económica, y una recuperación que es más teórica que real, porque el crecimiento económico es débil y los empleos que se crean sólo sirven para maquillar las estadísticas, ya que son mal pagados. Cierto que se ha moderado el índice de paro, pero gracias a que cientos de miles de irlandeses han emigrado, y a que las clases medias se han resignado a una reducción sustancial de su poder adquisitivo y calidad de vida.
Aunque la Iglesia hizo una fuerte campaña por el no (repartiendo más de cien mil panfletos en los últimos días), el poder civil se unió y todos los partidos políticos –Fine Gael, Labour, Fianna Fail, Sinn Fein– apoyaron el matrimonio gay. Irlanda ha cambiado más en las dos últimas décadas que en los primeros noventa años del siglo XX, pero aún le queda una asignatura pendiente: la legalización del aborto, para que sus mujeres no tengan que viajar a Inglaterra o Holanda para acabar los embarazos no deseados. Es la última línea de defensa del conservadurismo religioso.
El resultado es un golpe decisivo al poder de la Iglesia católica, ya muy tocada por un sinfín de escándalos