La Vanguardia

La Pascua del Espíritu

- Lluís Martínez Sistach

Pentecosté­s es la Pascua del Espíritu. La noche de la santa cena, en el Cenáculo, Jesús prometió cinco veces el don del Espíritu Santo, y en el mismo lugar, la tarde de la Pascua, el Resucitado se presentó a los Apóstoles y les infundió el Espíritu con el gesto simbólico del aliento y con estas palabras: “Recibid el Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo derramado el día de Pentecosté­s inaugura una nueva etapa en la historia de la salvación. El Espíritu será la presencia renovada de Dios en medio de su pueblo; será la fuerza que guiará a los discípulos de Cristo en su misión de dar testimonio del Resucitado; será el que orientará esta actividad testimonia­l y promoverá la proclamaci­ón misionera del Evangelio por todas partes.

El Espíritu Santo dota y dirige la Iglesia con los diversos dones jerárquico­s y carismátic­os, la rejuvenece con el rigor del Evangelio, la renueva sin cesar y la lleva a la unión total con Jesucristo. Los carismas de la Iglesia actual quizás son menos espectacul­ares que en la Iglesia primitiva porque han cambiado las circunstan­cias, pero el Espíritu actúa de manera permanente en la Iglesia y la llama de Pentecosté­s no se apaga ni se apagará. El soplo del Espíritu se percibe claramente en las diferentes manifestac­iones de la Iglesia universal y también en nuestro país, porque el Espíritu trabaja en el corazón de cada cristiano y suscita respuestas individual­es y colectivas a los retos que presenta nuestro mundo.

Con respecto a la Iglesia universal, no hay duda de que el Espíritu inspira al papa Francisco en la respuesta tan valiente que busca dar al reto de la seculariza­ción creciente, promoviend­o una Iglesia que no se

El Espíritu Santo está también en las raíces de la libertad cristiana, que libera de la servidumbr­e del pecado

centra en sí misma, con una actitud autorrefer­encial, sino que es una Iglesia abierta, una Iglesia “en salida”, una “Iglesia de la misericord­ia”, una Iglesia que “no quiere cerrar ninguna puerta a la acción que hace el Espíritu en el corazón de las personas “, como dijo la pasada Cuaresma en una homilía de la misa que celebra cada mañana en la capilla de su residencia de Santa Marta. Por ello, pide tan a menudo la conversión a la misericord­ia de Jesús y no cerrar nunca la puerta de la Iglesia a las personas que quieran entrar: “No cerréis la puerta”, dijo en una de sus homilías. Por eso concluyó pidiendo a la Iglesia que se “convierta a la misericord­ia de Jesús; ya que solo así la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos”.

Toda la aventura del cristiano debe desarrolla­rse bajo el influjo del Espíritu Santo. Él está en los cristianos en los momentos difíciles y de prueba, convirtién­dose en su defensor. El Espíritu Santo está también en las raíces de la libertad cristiana, que libera de la servidumbr­e del pecado, como dice claramente el apóstol Pablo: “La ley del Espíritu, que da la vida en Jesucristo, te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte”. La vida moral, al ser irradiada por el Espíritu, produce estos frutos preciados y hoy muy necesarios: amor, gozo, paz, paciencia, benevolenc­ia, bondad, fidelidad, mansedumbr­e y dominio de sí mismo.

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