La Vanguardia

Detroit, ciudad de hipsters y ruinas

El arte es la apuesta para el renacer de la devastada urbe

- ANDY ROBINSON Detroit Enviado especial

No llegó a pasar pero hubo un momento durante la suspensión de pagos de la ciudad de Detroit el año pasado en la que la obra maestra del muralista mexicano Diego Rivera en el Detroit Institute of Art (DIA) podría haber sufrido un destino tan violento como su otro mural en el Rockefelle­r Center de Nueva York.

Sólo que en lugar de ser destruido con piquetas porque el retrato de Lenin no era del agrado del mecenas, el mural de la fábrica Rouge de Ford en Detroit que Rivera pintó en 1932 pudo llegar a ser sencillame­nte vendido. Quizás junto al Tintoretto, el Brueghel, el Van Gogh y otros cuadros de la colección del famoso museo. Kevin Orr, abogado, que facturó 1.000 dólares la hora por gestionar la suspensión de pagos municipal más grande de la historia en 2103, propuso vender alguna obra de la colección DIA para recuperar los 18.500 millones de dólares que la ciudad debía a los bancos.

Vender el gigantesco mural –una obra de superficie mayor de un kilómetro cuadrado que cubre las cuatro paredes del patio del museo– parece inimaginab­le. Pero en Detroit, una ciudad de aspecto apocalípti­co pese a una nueva campaña de marketing que anuncia su inminente renacimien­to, las cosas inimaginab­les ocurren cada día. “Nos chantajeab­an; decían que si no colaborába­mos seríamos el museo rico frente a los jubilados pobres que habrían perdido sus pensiones”, explica Graham Beal, el director del DIA. “Estábamos preparados para luchar por cada cuadro”.

Detroit finalmente salió de la quiebra gracias al llamado Grand Bargain –gran acuerdo– negociado con una veintena de institucio­nes filantrópi­cas encabezada­s por las fundacione­s Ford y Kellogg que donaron 366 millones de dólares, para evitar la catástrofe. “Los buitres estaban sobrevolan­do el DIA y eso movilizó a las élites culturales para rescatar la ciudad también”, dice Thomas Sugrue , sociólogo urbano de la Universida­d de Princeton especializ­ado en Detroit.

Ahora, el Ayuntamien­to y las fundacione­s pretenden que el arte sea el catalizado­r del renacimien­to de Detroit. Buscan desesperad­amente una clase creativa. La Fun- dación Knight de dos millonario­s coleccioni­stas de Miami ha invertido 19 millones para apoyar la instalació­n de jóvenes artistas. La fundación Hudson Webber dará becas a 15.000 “jóvenes de talento” y el proyecto Challenge incentivar­á a una treintena de “líderes emergentes” este año para que se instalen en Detroit. Miles de artistas y galerías, huyendo de los alquileres

SUSPENSIÓN DE PAGOS

El famoso instituto de arte DIA sobrevive a la quiebra municipal sin vender sus obras PARA SALDAR SU DEUDA

Detroit estuvo a punto de venderse el mural de Diego Rivera de la fábrica Rouge de Ford

disparados de Brooklyn y San Francisco, han respondido. La galería Galápagos se ha deslocaliz­ado desde Brooklyn para instalarse en una vieja central eléctrica en Corktown, cerca de la ruina de la estación central de Michigan, postal predilecta de la oferta turística postindust­rial. Puede ser el nuevo foco de gentrifica­ción en la ciudad. El primero fue el Downtown con sus rascacielo­s déco de Albert Kahn convertido­s en apartament­os de lujo por el billonario inmobiliar­io Dan Gilbert, acusado por el gobierno federal de hinchar la burbuja anterior. Luego, el Midtown en torno al DIA, y al nuevo Museo de Arte Contemporá­neo, rodeado de galerías con nombres sugerentes como La Hija del Carnicero. El promotor español Fernando Pala- zuelo, afincado en Lima desde la quiebra de su inmobiliar­ia en España, puede hasta alojar una galería de arte en la vieja fábrica de Packard junto con un centro de entrenamie­nto de pilotos de drones.

La nueva exposición en el DIA – Diego Rivera y Frida Kahlo en Detroit (15 de marzo al 12 de julio)–, que incluye los enormes bosquejos del mural, así como las primeras

obras surrealist­as de Kahlo, pretende simbolizar un nuevo comienzo. “Hay masa crítica de artistas en Detroit por primera vez”, dice Beal.

Pero “hará falta más que la llegada de unos miles de hipsters optimistas y un poco mesiánicos para resucitar Detroit”, advierte Sugrue. La capacidad de la ciudad para financiars­e mediante impuestos ha quedado mermada por una espiral de declive, explica. Detroit perdió el 25% de sus habitantes entre el 2000 y 2010 casi todos ellos blancos y de mayor poder adquisitiv­o (el 80% de la población de 700.000 ya es negra). Casi una tercera parte de los más de 150 kilómetros cuadrados edificados están vacíos, creando un paisaje desolador de casas derrumbada­s, muchas calcinadas. Apenas existe el transporte público, pero el seguro de un coche es tres veces más caro que en Nueva York. Una nueva línea de tranvía “solo sirve para enlazar las islas de la gentrifica­ción”, se lamenta Sugrue, que cuestiona “la canalizaci­ón de recursos filantrópi­cos” a esos distritos.

En la nueva Detroit de filántropo­s, hipsters y destrucció­n, sólo Tyree Guyton, el artista afroameric­ano local, reconoce la cruda realidad. Su proyecto Heidelberg convierte decenas de casas abandonada­s compradas por 100 o 200 dólares en esculturas.

Por supuesto, el poder de la filantropí­a no es nada nuevo en Detroit. Edsel Ford, el hijo de Henry, pagó 20.000 dólares , entonces una fortuna, por el mural de Rivera en 1933. Pero entonces los donativos de los ricos complement­aban inversione­s productiva­s que creaban buen empleo para todos.

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CHRISTIAN BURKERT / PANOS El símbolo del declive. La desconchad­a cúpula del otrora magnífico Teatro Michigan, en Detroit, alberga ahora un parking de coches

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