Hábitos políticos
Antoni Puigverd reflexiona sobre la irrupción en la campaña electoral catalana de las monjas Lucía Caram y Teresa Forcades: “Las dos desprenden un gran magnetismo. Ahora bien, hoy en día el secreto del éxito social pasa por seducir a través de la pantalla. No todo el mundo tiene ese poder. Grandes periodistas y comunicadores muy experimentados han fracasado ante la cámara. No sé sabe por qué un rostro encanta a la audiencia”.
Sor Lucía Caram (apoyando a Mas y Trias) y la monja Teresa Forcades (favorable a Ada Colau) han añadido bastante pimienta a la campaña. ¿Dos estrellas del fútbol hubieran aportado el mismo picante? No se sabe. Los futbolistas imperan en los grandes templos actuales: en los estadios y en la televisión. Son los sumos sacerdotes contemporáneos, pero, con la excepción de Guardiola, no se atreven con la política. Estas dos monjas, en cambio, forman parte de una religión que tiene un papel cada vez más deslucido. ¿Por qué es tan impactante la presencia de dos monjas en el escenario social, si es evidente que participan en él en tanto que representantes de un catolicismo no ya recesivo, sino burlado y despreciado en nuestros medios? Más aún, Caram y Forcades han participado del circo electoral aureoladas de “rareza”. Y es que, encerrarse en un convento, tal como se han hartado de repetir los tertulianos estos días, es, según la visión hegemónica del mundo, la máxima excentricidad vital.
Enric Juliana, autor con Josep Playà de la información del reproche del nuncio del Vaticano a Lucía Caram, remarcó que, mientras los clérigos políticamente activos de la transición (Xirinacs, Dalmau y compañía) se vestían como la gente normal y rehuían cualquier detalle externo que revelara su adscripción clerical, Caram y Forcades han ac- cedido al estrellato social con hábitos muy visibles. Más aún: precisamente ahora que muchas órdenes religiosas visten de manera convencional, Caram y Forcades han convertido sus hábitos en bandera.
¿El impacto de Caram y Forcades habría sido el mismo sin los hábitos? Ciertamente, ambas han demostrado tener una formidable habilidad verbal. Caram, sea en catalán sea en castellano, es exponente de la mejor escuela argentina: imaginación metafórica, juegos de palabras (“monja cojonera”) y discurso vivo, rápido, ingenioso. Forcades tiene un discurso más intelectual, pero su argumentación, reforzada con una gestualidad de manos de bailarina, es tan elaborada, cadenciosa y expansiva que llega a ser hipnótica. Caram tiene una risa contagiosa, un vitalismo apasionado y seductor. De ahí la gran empatía que suscita su propuesta benefactora, generosa y fraternal. Forcades tiene un aire ensimismado, diríase que sus palabras brotan de un fondo muy suyo, verdadero. En una época tan desvergonzada y cínica, su verdad es creíble. Forcades capta la atención y consigue hacerse escuchar. No sólo es muy hábil argumentando, destila lo que más escasea: autenticidad.
En resumen: las dos desprenden un gran magnetismo. Ahora bien, hoy en día el secreto del éxito social pasa por seducir a través de la pantalla. No todo el mundo tiene ese poder. Grandes periodistas y comunicadores muy experimentados han fracasado ante la cámara. No sé sabe por qué un rostro encanta a la audiencia. No sé sabe qué atractivos, habilidades o aptitudes conceden el éxito. Por otra parte, el éxito es fugaz y cambiante: lo que hoy encanta a la audiencia mañana aburre. A menudo, lo que tiene más gancho es consecuencia de una rareza, de una diferencia natural o impostada. Un defecto teatralizado. La antipatía de Risto Me- jide. La trabajada ingenuidad de Jordi Évole. Incluso un físico extraño, un físico transformado pueden ayudar a triunfar. Lo mismo se puede decir de una manera estridente de vestir. La modelo más impactante del momento es Winnie Harlow, una chica con vitíligo (con grandes manchas blancas en la piel negra). Michael Jackson demostró hace años que un aspecto raro, decididamente friki, puede ser la puerta del éxito. Hoy en día, posee carisma quien consigue que le amen las cámaras televisivas (o de internet).
También desde este punto de vista, Forcades y Caram son carismáticas. Más allá de sus valores personales y de sus capacidades, más allá de su obra social o intelectual, ¿hasta qué punto ha influido en su éxito mediático (y de internet) la excentricidad que, en el contexto actual, su hábito revela? Las dos son muy inteligentes y no dudo que son conscientes de la ambigüedad de su éxito. Simplemente: procuran que las leyes de la audiencia favorezcan sus causas. Pero el juego es de alto riesgo.
Un riesgo doble. No sólo porque las audiencias, como hemos dicho, son volubles y caprichosas, sino porque, jugando, en tanto que monjas, con el nacionalismo catalán o con la nueva izquierda independentista, someten y subordinan su singularidad espiritual a una jerarquía mundana. Salvando las distancias, caen en el mismo error que cometió la Iglesia española con el franquismo; la Iglesia catalana con el antifranquismo, y el cardenal Rouco aliándose con sectores extremos de la derecha actual. La política siempre instrumentaliza la religión; y la abandona cuando no la necesita.
Dos son los imperativos mundanos a los que la monja Teresa Forcades y sor Lucía Caram se someten: el aplauso de la audiencia y la superioridad moral de una ideología.
La política siempre instrumentaliza la religión; la abandona cuando no la necesita