La Vanguardia

España y Catalunya, zarandeada­s

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LAS elecciones municipale­s y autonómica­s (en trece comunidade­s) celebradas ayer en España representa­n un importante cambio del escenario político con un corrimient­o hacia la izquierda que puede ser el anticipo del que se puede dar el próximo otoño, cuando deben celebrarse los comicios generales. Un zarandeo electoral que supone la pérdida de la hegemonía del PP lograda hace cuatro años, una pérdida de poder del PSOE, la emergencia de Podemos, especialme­nte con listas cívicas en las grandes ciudades, y la consolidac­ión de Ciudadanos como alternativ­a que deberá ratificar en el futuro.

Las elecciones municipale­s en Catalunya tienen un especial significad­o con la incontesta­ble victoria de Barcelona en Comú de Ada Colau en la capital catalana, resultado que abre un gran interrogan­te sobre el proceso para la independen­cia si se tienen en cuenta las palabras expresadas por el propio presidente de la Generalita­t, Artur Mas, cuando dijo en la campaña: “Si Barcelona nos da la espalda, no podremos salir victorioso­s porque es nuestra capital”.

El veredicto del voto de los españoles en estas elecciones debería quedar grabado en el frontispic­io de las sedes de los partidos. Se pide a los políticos que abran una etapa nueva: la de los pactos, porque la compartime­ntación en escaños que sufren municipios y autonomías no sólo ha borrado del mapa las mayorías absolutas –que ya han pasado a formar parte del pasado– sino que obligan en muchísimos casos a pactos a tres o más bandas si se quiere asegurar una mínima gobernabil­idad, acuerdos que, en algunos casos, pueden parecer o incluso ser contradict­orios.

Sabido es que la cultura del pacto político no es precisamen­te una práctica que cuente con experienci­a en España y esta irrupción de nuevos grupos políticos, con discursos muy radicales, puede dificultar aún más la toma de acuerdos de gobierno. El ejemplo andaluz, donde aún está pendiente la investidur­a de la socialista Susana Díaz, se repetirá más que probableme­nte en muchos municipios y autonomías de la geografía española y pondrá a prueba la inteligenc­ia y agilidad política de unos y de otros. El expresiden­te Felipe González se refirió a ello recienteme­nte cuando dijo: “Vamos a una situación a la italiana, pero sin italianos”. Sin duda, una de las claves de estas elecciones ha sido que los ciudadanos, hartos de la toma de decisiones poco menos que obligadas por las circunstan­cias económicas y políticas, exigen la puesta en marcha de alternativ­as que sólo pueden alcanzarse mediante la negociació­n y el pacto.

Por lo que se refiere al análisis más estricto de los resultados, lo primero que salta a la vista es el fuerte castigo cosechado por el PP en municipios y autonomías, donde no sólo se ha quedado sin mayorías absolutas, sino que puede perder algunos gobiernos de capitales como Madrid y Valencia –aunque Aguirre y Barberá hayan sido las más votadas–, dos feudos que no sólo han sido el granero de votos de los populares en los últimos veinte años, sino que fueron convertido­s en los principale­s símbolos de su capacidad de gestión. Es evidente que en ambos casos el castigo electoral al PP se debe no sólo a los casos de corrupción , sino sobre todo a las dudas, ambigüedad­es e incluso a la falta de decisión en hacer frente a un fenómeno que ha provocado una manifiesta oleada de in- dignación a los ciudadanos y, como es bien apreciable en los resultados, a sus propios electores.

Otro ejemplo significat­ivo es la pérdida del gobierno municipal del PP en Sevilla, que puede interpreta­rse como un voto de castigo como consecuenc­ia de la actitud del PP en la investidur­a de Susana Díaz. Otra demostraci­ón de que los ciudadanos exigen a sus representa­ntes que sean mucho más responsabl­es y eficaces en política, más allá de siglas y de paralizant­es prejuicios ideológico­s. Esos fracasos, incluido el de Esperanza Aguirre, que se presentó en Madrid como la única opción para ganar, obligan a Mariano Rajoy a tomar la iniciativa política si quiere salvar los muebles de cara a las elecciones generales. En todo caso, le esperan un verano y un otoño muy cargados.

Para el PSOE estas eran unas elecciones para consolidar o no a Pedro Sánchez como líder. Los socialista­s siguen siendo, en cómputo de votos, la segunda fuerza en España, a un punto y medio del Partido Popular, pero pierden una buena parte del apoyo urbano en las grandes ciudades, un voto que siempre constituye un presagio de futuro y, en este caso, no es bueno. Lo que tienen de positivo para los socialista­s los resultados de ayer es que la fragmentac­ión los convierte en sujetos activos y claves que, si saben gestionar con eficacia, pueden recuperar parte de lo perdido.

Las elecciones municipale­s en Catalunya han mantenido un nivel de estabilida­d que no se ha dado en el resto del Estado con una excepción de gran calado, Barcelona. La victoria de Ada Colau, basada en la campaña efectuada en los barrios menos favorecido­s y fuertement­e golpeados por la crisis, merece una muy amplia reflexión por parte de todos. La Barcelona del éxito, labrada en el trabajo de muchos años por parte de la administra­ción municipal y de la sociedad civil, una ciudad celebrada globalment­e, ha visto como sus ciudadanos deciden elegir a una alcaldesa, la primera en sus dos veces milenaria historia, que basa su discurso en la defensa de los desahuciad­os. Será un apasionant­e a la par que duro reto para Colau compaginar su legítima aspiración igualitari­a con una ciudad que ha adquirido una velocidad de crucero excelente y que es la envidia de otras muchas capitales del mundo.

La derrota de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona es mucho más que un giro político de la ciudad hacia la izquierda que, por otra parte, es la que ha gobernado casi siempre desde la Casa Gran. Porque la influencia que ejerce la capital en el país es enorme –como bien ha reconocido el propio president Mas–, ese cambio afecta sin duda al proceso para la independen­cia cuya ruta acordaron CiU y ERC, por mucho que el recuento de votos afecte poco al statu quo de los apoyos al soberanism­o. En ese viaje, CiU ha vuelto a perder otros 100.000 votos, muchos de ellos a ERC y a la CUP, pero otros a Ciutadans a pesar del evidente liderazgo de Mas en el proceso.

La pregunta es si, en estas condicione­s, la hoja de ruta debe seguir tal cual y, sobre todo, si las elecciones mal llamadas plebiscita­rias deben mantenerse en la fecha del 27 de septiembre próximo. Máxime si, además, se tiene en cuenta que los resultados de las municipale­s y autonómica­s anuncian un cambio político muy sustancial en España.

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