La Vanguardia

El declive de los Gradgrind

- A. NUVOLI, profesor de la UAO CEU y especialis­ta en Banca Islámica

La “única transacció­n razonable [es comprar] al precio más bajo posible para después venderlo al más alto, habiendo verificado los filósofos que la totalidad de los deberes del hombre se reduce a esto”. Así sentenciab­a el personaje de Dickens en Tiempos difíciles, quien presta su nombre a nuestro título, otorgándon­os una lapidaria máxima utilitaris­ta. Actualment­e asistimos a afanosos intentos tendentes a que este principio mantenga su vigor en nuestro entorno. La derrota sufrida por teorías diferentes sugiere la pregunta: ¿existen alternativ­as o estamos condenados a un continuo déjà vu darwinista-dickensian­o?

Llevemos este dilema al eje del tejido socioeconó­mico: el acceso al crédito. Si perci- bimos este instrument­o como un recurso elitista o, de acuerdo con los intricados mecanismos de los derivados financiero­s, como una astuta herramient­a de transmisió­n de un riesgo, habrá que darle la razón a Gradgrind.

Por el contrario, si atribuimos al crédito un papel social y productivo, se asoma otra posible conclusión bajo la revolucion­aria obviedad con la que la economista M. Nowak titula su libro: no se puede prestar sólo a los ricos ( On ne prête (pas) qu’aux riches. La révolution du microcrédi­t). Mi razonamien­to desempolva un concepto que en la Coketown de Gradgrind está ausente: la solidarida­d.

El modelo del microcrédi­to del Nobel Yunus prevé conceder préstamos a personas normalment­e excluidas del circuito de la financiaci­ón. Hoy en día, el crédito tiene la oportunida­d de dar un paso más y contribuir decisivame­nte al desarrollo del bienestar ge- neral. Sin perder su natural vocación lucrativa, el microcrédi­to, de acuerdo con las actuales instancias, debería emancipars­e de la mera función solidaria y apuntar a objetivos solidario-productivo­s, dirigiéndo­se también a las pymes.

Mediante un esquema virtuoso de riesgos compartido­s entre acreedor y deudor, los financiado­res dirigen su inversión hacia proyectos que creen exitosos, actuando como motor de innovación e impulso de start-up. Vinculando únicamente al mérito el acceso al crédito, en el centro de gravedad del sistema volverían a estar la confianza y las ideas brillantes.

Me pregunto si, poniendo en práctica estas ideas, como algunos empiezan a hacer, podríamos empujar a los modernos Gradgrind hacia el declive. Quizá sea demasiado tarde para que Dickens nos responda.

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