La Vanguardia

Amargo y habitual despertar para eurofans patrios

- JOSEP SANDOVAL Barcelona

Edurne vio amanecer en Viena ayer con la seguridad del trabajo bien hecho y la tranquilid­ad que en Europa la vida (musical) sigue igual. Los bloques se siguen votando entre sí y no hay manera de traerse el festival a casa, gracias a Dios, sólo nos faltaba ese gasto y otra campaña del “café con leche en la plaza Mayor”. Lo mejor, creemos, es hacer como los de Chipre, que en un alarde de austeridad llevaron sólo a un señor, John Karayianni­s, con el traje de los domingos, cantó One thing should have done, y se fue detrás de Edurne: mínima inversión y positivo saldo en la cuenta de resultados. Por lo demás Viena ha sido un escenario más pobre, por llamarlo de alguna manera, que el del año anterior en Copenhague. Y es que el escenario a la italiana limita efectismos (sólo permitidos a Calixto Bieito, pero no era el caso). Ese gran ojo a lo Gran Hermano al fondo de la escena dejaba paso, incansable­mente, a planos cenitales allí donde el efecto Busby Berkeley era apropiado para alguna locura, como en la canción inglesa, cursi repollo fosforito donde los haya, o en el tema de Letonia con el bordado mágico en contraste a una estética Juego de tronos y el modelo sirena de la cantante, Aminata, que entonó Love injected sin menear una pestaña de apretada que iba. Para no ser infiel a los eurofans, hubo rubias con ventilador, baladas blandas y fondos de armario que se parecían a tantos otros, incluido el tema sueco vencedor, que es casi un calco de Lovers in the sun, de David Guetta. Mensaje social (Rumanía, Georgia), y hasta una reproducci­ón a escala adolescent­e de los Tres Tenores pasados por el colador de Il Divo: Il Volo con sus pelillos en la barba y todo, pero bue-

nas voces. Y de Edurne, qué decir; estuvo espléndida y bellísima. Sólo tendrá que preguntar por qué censuraron el primer plano del tema, donde aparece en el suelo con el bailarín, torso desnudo, sobre el regazo y que, con manto por la cabeza, era un remedo de La Pietá. Lo vimos en el último ensayo, pero desapareci­ó de la realizació­n final, un trabajo rutinario en el que sólo se dedicaron a cuadrar los dibujos animados del sueco vencedor. Allí lo hicieron bien. Pero no se puede pedir nada más a un panorama tan ecléctico donde lo más femenino era un hombre con barba que voló sobre los espectador­es. Y no era Santa Claus, porque dijo llamarse Conchita, pero tampoco era su nombre porque sus amigos le llaman Thomas.

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DIETER NAGL / AFP Edurne salió con un vestido rojo y acabó con otro verde agua

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