Música transgénica
Sabido es que los seres humanos nos socializamos básicamente mediante procesos físicos, la vista y el oído, mientras que las hormigas construyen sus relaciones por medios químicos, el olor y el sabor, de ahí que los primeros seamos también seres televidentes y disponemos, por tanto, del festival de Eurovisión para participar en ese quilombo musical y transnacional de la canción ligera; sin embargo, las hormigas no, de ahí su ventaja, pues ellas se ahorran ese espectáculo interminable al que nosotros nos sometemos más o menos voluntariamente.
Y digamos, antes de seguir, que la sexagésima edición, celebrada la noche del sábado a domingo pasados, en Viena, duró exactamente cuatro horas, doscientos cuarenta minutos que debieron de dejar tirados sobre el sofá, literalmente dormidos, a miles de espectadores de TVE (La 1) incapaces de resistir un espectáculo que atravesó momentos de verdadero aburrimiento, en un ambiente general de melosa mediocridad musical. ¿Será el anquilosado formato? ¿Será que el festival de Eurovisión, con sesenta años en antena –récord Guinness de programas televisados en directo– encorseta la creatividad y la inspiración de compositores y cantantes? Las papillas musicales que nos fueron suministradas, con un ramillete de canciones exactamente iguales a las otras en su inanidad, demuestran que de Eurovisión no se sale indemne. Esto sí que es música transgénica, marcada, especialmente, por la apabullante presencia del inglés como lengua dominante. España, representada por la espectacular Edurne, pagó caro su atrevimiento de cantar en español, pues fue sólo la 21 entre 27 concursantes, pese a una brillante puesta en escena, auxiliada con bailarín cachas, y un derroche de voz que probablemente hallaría mejor aprovechamiento ejerciendo como sirena de fábrica.
Conscientes, probablemente, los gestores del invento de la necesidad de renovarse –el año pasado la victoria fue para la pintoresca Conchita Wurst, que este año cedió trofeo y
Los comentarios de Íñigo resultaron impagables, trufados de escepticismo, cargados de ironía o rebosantes de patriotismo
con él la expectativa de vender miles de discos y firmar cientos de galas, al sueco Mans Zelmerlöw–, en Viena hubo un delirante derroche de medios técnicos, especialmente luces para la decoración de un gran escenario, que en algunas tomas parecía la paellera rebosante de aceite hirviendo de un churrero. Esto y el beso homo entre dos danzarines del conjunto que arropó a la pareja lituana fue anteanoche lo más rompedor de una edición que sólo pasará a la historia por la extravagancia de invitar a una representación australiana.
Aunque para pena, la mostrada por José María Íñigo, presentador de la gala por parte hispana, junto a Pilar Varela. Digamos ya que los comentarios de Íñigo resultaron impagables, trufados de escepticismo, cargados de ironía o rebosantes de genuino y caballeroso patriotismo, que nos dejó perlas para colección: “A la rubia, guapísima, le va a dar algo, y a este también”, durante la apretada final entre la representante rusa y el cantante sueco. ¿Temía Polina Gagarina que Putin la enviara al gulag si perdía?
Íñigo, te echamos en falta.