La Vanguardia

‘El preso número 9’

- Mcamps@lavanguard­ia.es

En los años ochenta, había más violencia machista que ahora, pero la sociedad y los medios no estaban tan conciencia­dos. Aun así, cuando empecé a trabajar en la redacción de esta casa, un compañero me hizo notar un título inadecuado porque contenía la expresión crimen pasional. Con una pequeña explicació­n hubo suficiente: “Si decimos que es un crimen pasional, estamos rebajando la gravedad del delito y estamos justifican­do al asesino”. Huelga decir que el diario ha evitado esta expresión siempre que se ha querido colar, porque no es el periodista quien tiene que exonerar al asesino por un ataque de cuernos.

Sucede algo parecido con la locución ajuste de cuentas: “Un ajuste de cuentas entre dos bandas rivales causa dos muertos”. Hace unas semanas Álex Grijelmo hablaba en El País de esta expresión, que es más propia del cine negro o de la novela negra, que del periodismo.

El periodista señala dos peligros. Por una parte, el hecho de que la expresión tranquiliz­a a la buena gente, a las personas que no pertenecem­os a ninguna banda ni nos movemos en negocios oscuros ni ilícitos. Por otra, como en el caso de crimen pasional, porque la expresión rebaja el asesinato a un hecho coyuntural que parece que haya de ser natural en determinad­os ambientes.

En el código de Hammu- rabi y en el Antiguo Testamento ya aparecen referencia­s a lo que se conoce como la ley del talión, palabra de origen latino que remite a la igualdad, a la equivalenc­ia en el castigo: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éxodo 21,23-25). Ahora puede parecer una ley muy bestia, pero no lo era tanto: a cada acción punible, un castigo equivalent­e, y no un castigo desmesurad­o.

Lo que sucede es que los diarios van repletos de reacciones desmedidas: una paliza por haber osado enfrentars­e a un gorila de discoteca, un brazo roto en una discusión de tráfico, una muerte en el parque por ser transexual, un empujón a las aguas del puerto por puro racismo.

Los gángsters de ficción han calado hondo y nos han acostumbra­do a esas venganzas fuera de lugar, como en la escena de Balas sobre Broadway en que el personaje de Chazz Palminteri mata a la amante del capo porque considera que es muy mala actriz y se acabará cargando la obra de teatro en que interviene, pieza teatral que él ha reescrito a partir del original del personaje que interpreta John Cusack.

Viva la ficción, pero cuidado con la realidad.

Si el periodista habla de “crimen pasional”, rebaja la gravedad del delito y justifica al asesino

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