Adiós a la mente maravillosa
JOHN F. NASH (1928-2015) Matemático estadounidense, premio Nobel de Economía
Pese a su genialidad con los números, empezó a creer que era un líder religioso y le escribían extraterrestres
Su biografía, una de las más alucinantes que se puedan imaginar, concluyó ayer con un giro tan inesperado como el resto de su vida. John Nash salió despedido del taxi en el que viajaba junto a su esposa, Alicia, cuando el conductor perdió el control del vehículo. Ambos murieron al instante. Hacía apenas unos días que había recibido el premio Abel, el más prestigioso galardón de las matemáticas, que se sumaba al Nobel que obtuvo en 1994. Sin embargo la prensa, como no podía ser de otro modo, dio la noticia recordándolo sobre todo como el personaje en el que se basaba la película Una mente maravillosa, una ficción que, según el propio Nash, era tan ficticia como la que creó su mente.
Nació distinto y lo fue siempre. Hijo de un ingeniero y una profesora de West Virginia, ya de muy niño Nash dio indicios de ser un superdotado, con aspectos autistas. Apenas se relacionaba y aunque enseguida aprendió a leer, el colegio le aburría. No le interesaban los libros; quería aprender las cosas por sí mismo. A los catorce años se interesaba sobre todo por las matemáticas y la química. Tuvo sólo dos amigos en la infancia, y uno murió cuando experimentaban con explosivos. Al otro, los padres lo alejaron de Nash.
En 1945, ya un portento que dejaba asombrados a sus profesores, consiguió una beca para el Instituto Carnegie de Tecnología de Pittsburgh. Su genialidad contrastaba con su capacidad para aceptarse sexualmente. Negó siempre su homosexualidad, pese a que se le comprobaron varias relaciones con hombres. Se licenció en Matemáticas y las universidades de Harvard, Chicago y Michigan se lo rifaban para los estudios de posgrado. Nash optó por Princeton, en Nueva Jersey, donde trabajaba Albert Einstein y el matemático John von Neumann, creador de la teoría de los juegos, que tuvo una fuerte influencia en el joven estudiante.
Con 21 años, su trabajo de doctorado sentó los cimientos por los que obtuvo el premio Nobel de Economía casi medio siglo más tarde. Descubrió una forma de equilibrio en la teoría de los juegos. Cuando cada participante elige la mejor respuesta frente a sus adversarios y ninguno puede mejorar su situación se produce lo que ahora se conoce como “el equilibrio de Nash”. Su razonamiento tuvo una aplicación inmediata a la economía, pero que luego se extendió a otras muchas áreas de las ciencias.
El Instituto Tecnológico de Massachusetts lo contrata como profesor. También entra en la Corporación RAND, de estrategias militares y diplomáticas. Su futuro no podría parecer más brillante. Sin embargo, empiezan los escándalos. No era nada popular. Algunos alumnos le criticaron por la forma poco ortodoxa de sus clases y sus exámenes. Conoció, fuera del ámbito universitario, a Eleanor Stier, a la que dejó embarazada y de la que se desentendió. Su padre, avergonzado, dejó de hablarle y murió poco después. También le detienen por tener relaciones con hombres y se le expulsa de la RAND.
En 1957 se casó con una de sus alumnas, Alicia Larde, y tuvieron un hijo. Nash parecía querer rehacer su vida, pero su cerebro ya estaba desquiciado. Fuera su homosexualidad latente, su sentimiento de culpa por la muerte de su padre o su obsesión profesional, el brillante profesor empezó a sufrir trastornos esquizofréni- cos. “Empecé a pensar que era una importante figura religiosa, a oír voces continuamente”, recordaría. Empieza a ver enemigos por todas partes y los extraterrestres se comunicaban con él a través del The New York Times.
Después de pasar mes y medio en un hospital, se fue a Europa y pidió que le acogieran como refugiado político. Se sentía perseguido por comunistas. Empieza un continuo de entradas y salidas de instituciones psiquiátricas. En 1962, Alicia no puede más y pide el divorcio, aunque volvió a acogerlo ocho años más tarde. “La locura empieza cuando descubres una segunda realidad en tu mente y a veces la eliges, porque te hace más feliz que la normalidad. Así alcancé un punto en que yo era más feliz loco que cuerdo”, explicaba en La Contra en el 2007.
Dejó de existir. Paseaba por Princeton, donde le dejaban estar en honor a tiempos pasados. Hasta que en la década de los ochenta, poco a poco, fue volviendo a la realidad. “Comencé a rechazar intelectualmente algunas de las líneas más delirantes de mi pensamiento”. Su recuperación llegó a oídos de Estocolmo y le otorgaron el Nobel. “A otros el premio les enloquece, a Nash le devolvió cordura porque la simpatía y el afecto que despertó le resultaron muy beneficiosos”, recordaba en este diario el pasado jueves Torsten Persson, expresidente del comité seleccionador.
Su historia la convirtió en libro la periodista Sylvia Nassar en 1998, Una mente prodigiosa, –que no gustó a Nash– y en el 2001, Ron Howard lo convirtió en la oscarizada película, protagonizada por Russell Crowe. Precisamente, el actor fue ayer de los primeros en tuitear, emocionado, la noticia de su muerte. John F. Nash había vuelto a la investigación, se había vuelto a casar con Alicia, se había reconciliado con su primer hijo, y era abanderado en la lucha contra las enfermedades mentales, recordando que su segundo hijo, John Charles, sufre también esquizofrenia.