Francia se reparte las palmas
Cannes premia a Audiard por su violento filme sobre la integración social
No lo tenían fácil los hermanos Coen, Joel y Ethan. No se lo ha puesto sencillo el festival de Cannes, ni a ellos, como presidentes del jurado, los dos a la vez, ni al resto de los miembros de ese jurado entre los que figuran las actrices Sienna Miller, Sophié Marceau y la española Rossy de Palma, así como el director Guillermo del Toro.
La abundancia de buenas películas de esta edición –que han sido más que los títulos deleznables– convierte en una tarea complicada la necesidad de armar un palmarés. Pero de ahí a, frente a la duda, rendir homenaje a Francia hay una larga distancia. Porque la Palma de Oro, el gran premio del certamen –al final, quizá el único que cuenta– fue para Dheepan, del francés Jacques Audiard. Y Vincent Lindon, por su parte, se hizo con el galardón al mejor actor por La loi du marché, de Stéphane Brizé.
No es que Dheepan sea una mala película, ni Audiard –que ya se alzó con el premio del jurado por Un profeta en 2009– sea un director despreciable. Su película habla con convicción de un tigre tamil, un guerrillero comunista de Sri Lanka, que se disfraza de oveja en París para pasar desapercibido. Hasta que la violencia lo alcanza. Por un lado Dheepan se acerca al cine social, bien llevado, con mirada compasiva. Pero por otro, sobre todo al final, se decanta por la violencia descarada, desmesurada, y también forzada. Con final a lo Bruce Willis.
Tampoco el de Lindon, que encarna con convicción el drama de un desempleado de una cierta edad en La loi du marché, es un mal trabajo. Pero ninguno de los dos, Dheepan como película, ni Lindon como actor, figuraban entre los nombres más destacados, aunque no llegaban a ser tachados de deleznables.
No es el caso, sin embargo, de Mon roi, de la directora très chic Maïwenn, por la que la francesa Emmanuelle Bercot se ha alzado (injustamente) con el premio de interpretación. Ex aequo con la estadounidense Rooney Mara por Carol, en buena medida considerada por muchos como la película que iba a arrasar, el título de consenso. Pero no ha sido así. Han ganado, por la parte francesa, unas producciones de nivel medio con ambición de nivel medio y resultados, en el caso de Mon roi, mediocres. Unos premios que retratan al certamen como una medianía, y el palmarés armado por los Coen y compañía como un regalo descarado.
Un regalo envenenado también: a la larga este resultará un lamparón para el siempre tan prestigioso Cannes, al que los colegas italianos ya empiezan a comparar con Venecia, por provinciano.
¡Qué gran Palma hubiera sido The lobster, de Yorgos Lanthimos, que se ha de conformar con el premio del jurado! ¡Qué Palma más valiente y arriesgada (aunque no sea de la devoción de uno) hubiera sido The assassin, de Hou Hsiao-Hsien. Un título que al menos se lleva el
premio para el mejor director.
Uno se hubiera decantado para la Palma por Son of Saul, del húngaro Laszlo Nemes. La dura historia de un prisionero judío, asignado por los nazis a trabajar en los hornos crematorios de Auschwitz, enfrentado al descubrimiento del cadáver de su propio hijo.
Al menos este drama sobre el holocausto se alzó con el gran premio del jurado, el segundo en importancia en el certamen. Como es importante también que el mexicano Michel Franco se haya llevado el premio al mejor guión por Chronic, la dura historia de un autista emocional adicto a los enfermos terminales. Ambas son películas duras, arriesgadas a su manera. Títulos nada complacientes, es verdad, pero dignos de un festival inquieto.
Tres galardones para Francia es excesivo cuando se quedan lejos de los grandes premios otros títulos