Incierta y confusa adaptación
Incerta glòria
Autor: Joan Sales Adaptación y dirección: Àlex
Rigola
Intérpretes: Nao Albert, Pau Roca, Marcel Borràs, Mar Ulldemolins, Toni Mira, Laia Duran, Andreu Benito, Joan Carreras, Aina Calpe
Lugar y fecha: TNC. Sala Petita
(20/V/2015)
Estos días, a raíz del estreno en el Teatre Nacional de la adaptación teatral de Incerta glòria de Joan Sales, se ha recordado el magnífico espectáculo que Àlex Rigola consiguió con 2666, la novela de Roberto Bolaño, estrenada en el Lliure de Montjuïc. En los comentarios recientes sólo podía estar, naturalmente, el buen deseo de que Rigola acertara otra vez. Ahora, en cambio, la comparación viene rodada aunque, en líneas generales, no se pueda sumar al curioso fenómeno encomiástico del cual se beneficia Incerta glòria 44 años después (!) de su edición definitiva en 1971 o de los casi 60 (¡!!) que nos separan de la primera de 1956. Sin duda, la traducción inglesa reciente de la densa y extensa novela catalana de la Guerra Civil ha contribuido al insólito tsunami laudatorio de la obra, un revival, creo yo, muy exa- gerado, como si ciertas almas, arrepentidas por no haberla elogiado en su día, se apresuraran a liquidar la deuda pendiente con intereses incluidos.
El montaje de 2666, muy aplaudido y hasta premiado, tenía entre sus virtudes destacadas la de trasladar al espectador mediterráneo el ambiente y el aroma del paisaje transatlántico convulso por donde discurría el relato de Bolaño. En Incerta glòria en cambio, Àlex Rigola se ha despreocupado del todo de incorporar al escenario algún elemento que recordara el territorio desolado y rocoso del frente de Aragón, a partir del verano de 1937, que es cuando empieza la historia. La escenografía (Max Glaenzel) del primer y del tercer acto respira una acentuada asepsia y podría acoger un drama moderno o contemporáneo ubicado en Amsterdam. Por otra parte, desde el principio el espectador se enfrenta a un embrollo de lenguajes que revela la renuncia del director a explorar en términos realistas los caudales de emoción que discurren entre unos combatientes que tienen cada día la muerte al lado o entre las confidencias de los tres amigos –Lluís (Nao Albet), Soleràs (Pau Roca) y Cruells (Marcel Borràs)– que en uno u otro momento del relato se enamoran de la misma mujer, Trini (Mar Ulldemolins).
En este sentido, si se trataba de ilustrar el combate incesante de trinchera en trinchera, la danza con fusil de Picó (Toni Mira) pienso que es recibida como un perfecto disparate, sin dejar de reconocer la técnica excelente de su intérprete. Al querer incluir el sentimiento y la voz de un personaje local, las evoluciones de Laia Duran son un artificio y sus palabras, con un sonoro y desajustado dialecto aragonés, una aportación (?) de dudoso buen gusto.
El segundo acto, básicamente epistolar, con una poderosa presencia de Mar Ulldemolins, acompañada de Juli Soleràs, se sigue sin sobresaltos y facilita la comprensión de un segmento de la novela, una gratificación que algunos espectadores confesaban echar en falta en el montaje. En este segundo acto interviene brevemente Andreu Benito, el padre de Trini. Como Comandante Rosich, el actor tiene un papel importante en toda la obra. Hay que destacar también el trabajo de Joan Carreras, como doctor Puig, y la presencia, excesivamente escultórica, de Carlana (Aina Calpe), personaje a quien Àlex Rigola ahorra demasiadas cosas que decir.
Un embrollo de lenguajes revela la renuncia a explorar los caudales de emoción de los combatientes