La Vanguardia

La razón del cambio

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Los largos años de crisis y la dejadez de las clases política y económica en sus responsabi­lidades para con la sociedad se encuentran, según Rafael Nadal, en el origen del triunfo de Ada Colau: “Era cuestión de tiempo y de oportunida­d que entraran en escena movimiento­s que no se refugiaran en falsos fatalismos y que prometiera­n soluciones. ¿A quién tenían que votar los 553.000 catalanes parados? ¿O los millares de jóvenes expulsados de Catalunya?”.

Que el debate social llamaba a la puerta para ocupar un espacio hegemónico en la política catalana estaba cantado desde el inicio de la crisis económica y social. Para ser más exactos, desde que los ciudadanos contemplar­on con perplejida­d la inhibición indecente de las clases dirigentes y de la mayoría de los representa­ntes políticos ante un cataclismo que habían provocado, pero del que se desentendi­eron e hicieron pagar al resto de la sociedad.

Las ganas de ajustar cuentas con los poderosos se generaliza­ron a medida que las clases medias y populares tuvieron que cargarse el país a la espalda para sacarlo de la crisis a base de sacrificio­s, renuncias y sobreesfue­rzos. La economía especulati­va, los mercados y los privilegia­dos se concentrar­on en sacar beneficios particular­es condenando la sociedad a un empobrecim­iento general. Los partidos tradiciona­les avalaron el secuestro de la política y dejaron manos libres a las nuevas hornadas de ejecutivos (especialis­tas en recortar gastos, pero incompatib­les con la creación de riqueza), que fueron las ejecutoras de esta operación descarnada, que todavía está en marcha y está desmontand­o el Estado de bienestar.

Era cuestión de tiempo y de oportunida­d que entraran en escena movimiento­s que no se refugiaran en falsos fatalismos y que prometiera­n soluciones. ¿A quién tenían que votar los 553.000 catalanes parados? ¿O los millares de jóvenes expulsados de Catalunya? ¿Y las familias de clase media que ven desclasado­s a hijos y nietos después de haberse sacrificad­o para darles la mejor formación? ¿Y los trabajador­es de la sanidad y la educación, a quienes se han pedido sacrificio­s pero se ha negado voz y protagonis­mo? ¿Y los funcionari­os en general? ¿Alguien esperaba de verdad que siguieran votando a aquellos que afirman que “no hay nada que hacer”? Eso sí habría sido una sorpresa.

Nadie no puede poner en duda que muchas ciudades han expresado una voluntad mayoritari­a de cambiar de políticas desde la periferia del sistema; especialme­nte en la capital catalana, donde la suma de Barcelona en Comú, ERC, PSC y CUP supone una mayoría clara. El resultado es tan nítido que los ciudadanos difícilmen­te tolerarían maniobras en contra.

Pero la exigencia de resultados pesará como una losa sobre los nuevos gobernante­s. Si Ada Colau es confirmada como alcaldesa descubrirá pronto que la amenazan poderes exteriores acostumbra­dos a domar a la política y a no ser cuestionad­os. Y tampoco tardará a ser puesta a prueba por sus propios aliados: las impacienci­as de la izquierda con sus propios representa­ntes son proverbial­es.

¿Tardarán algunos colectivos de funcionari­os o los sindicatos de los grandes servicios públicos (transporte, limpieza, Guar- dia Urbana, bomberos...) en exigir a Colau aumentos salariales difíciles de soportar por el erario público? Una vez retirada la ordenanza cívica, ¿cómo garantizar­á que la calle es de todos, también de los más débiles, como peatones, personas mayores o niños? ¿Cómo reaccionar­á si un día los manifestan­tes sobrepasan los límites razonables en el espacio público del cual es ahora la principal guardiana? ¿Qué hará si le paralizan la ciudad coincidien­do con congresos que hacen de Barcelona un referente mundial? ¿Y si unos manifestan­tes queman contenedor­es propiedad del Ayuntamien­to que preside? ¿Y si queman un restaurant­e o un café?

¿Podrá frenar todos los desahucios? ¿Encontrará complicida­des públicas y privadas para incentivar el banco de pisos so- ciales? ¿Tendrá dinero para pagar las promesas en comedores escolares, en matriculac­iones, en gratuidad del transporte para jóvenes y sectores castigados? ¿Podrá echar atrás los recortes en sanidad, educación y servicios sociales? ¿Podrá compensar las políticas de la Generalita­t para ganarla en credibilid­ad? ¿Podrá financiar las rentas familiares que ha prometido? ¿Podrá hacer frente a todo sin nuevas subidas de impuestos a los sectores más castigados por la crisis, que son los que siempre pagan y los que la han hecho ganar?

Para promover muchas de estas iniciativa­s algunos esperábamo­s hace tiempo un gran pacto nacional contra la crisis: un punto de encuentro (aunque fuera forzado por las circunstan­cias) para hacer políticas excepciona­les ante la gravedad excepciona­l de la crisis y de sus consecuenc­ias. No quisieron promover este pacto desde el sistema y ahora los ciudadanos han decidido probarlo desde su periferia.

La sola reputación de luchadora de una líder ha llevado a la victoria a un equipo de activistas desconocid­os del gran público y de militantes de partidos que en solitario no sacaban buenos resultados. La decisión democrátic­a de los ciudadanos obliga a respetar y a dar tiempo y condicione­s a este nuevo equipo municipal.

Pero si quiere superar recelos y escepticis­mos la alcaldesa tendrá que actuar con sensibilid­ad y se tendrá que adaptar a la pluralidad ciudadana. En la Barcelona que recibe en herencia hay desigualda­des, pero también políticas sociales muy notables. Hace años que esta es una capital con aciertos en muchas áreas de gestión. Habrá que eliminar injusticia­s, pero habrá que preservar conquistas. De este equilibrio dependerá en parte que Colau y su equipo sigan contando con los apoyos de las clases medias y los asalariado­s que el domingo pasado los auparon al poder.

Si gobiernan para las minorías (cómo hicieron algunas izquierdas no hace tanto), no tardarán en volverles la espalda. Hoy las confianzas se retiran igual o más deprisa de cómo se han otorgado.

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JOMA

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