La Vanguardia

Yonqui del dinero

- Pilar Rahola

Hubo momentos delirantes en la magnífica parodia que le hizo Dani Mateo en el programa de Wyoming. Y es que, ciertament­e, el personaje daba para mucho, tanto que al final, en pleno viaje alucinógen­o, el tipo acabó pareciendo entrañable. Se trataba de Marcos Benavent, ínclito amigo del buen amigo Alfonso Rus, presidente de la Diputación de Valencia y punto de mira de las alegrías económicas, bajo mano, que se dieron por esos lares en los tiempos de las vacas gordas y el caloret.

Sin embargo, el tema más notable no era su presunta corrupción en una diputación donde se llevaban “dinero de todo”, según definición del tal Benavent. Tampoco lo mucho que sabe y lo mucho que asegura que “largará” por esa boquita que Dios le ha dado, porque ahora que se ha elevado hasta el planeta Raticulín, quiere hacer las paces con su conciencia y dejar a todos en su sitio. Y según parece va en serio, dados los encriptado­s que ha ofrecido al juez con informació­n detallada de la bacanal valenciana.

No. Con todo y a pesar del mucho todo que es este todo, lo mejor del personaje es su transforma­ción físicometa física. Es así como don Marcos ha pasado de vestir a la usanza pijonue voriquista, con sus mocasines de marca, su gomina para el pelo y sus camisas con cuello azul pepero, perfectame­nte pertrechad­o para la batalla conservado­ra, a ponerse aros en las orejas, gastar barba de homeless y hablarnos de la fusión con el cosmos. En estas, vestido de esa guisa a medio camino entre un indignado de la Puerta del Sol y un colgado en pleno trip salido de la película Hair, el bueno de Benavent nos ha dicho dos cosas magníficas. Una, que todos estaban en la pomada –“casi todo el mundo está en movidas”, dicho en propia jerga–, y dos, que en aquellos tiempos de dinero abundante, el pobre se había convertido en un “yonqui del dinero”. Es decir, era un pobre enganchado, un drogadicto de los trajes caros, los restaurant­es de lujo y el dinero ajeno, un desgraciad­o enfermo de la droga del consumo, y por ello mismo ahora viaja por el mundo buscándose a sí mismo. “El viaje interior”, lo llama beatíficam­ente.

A la espera de saber si se ha encontrado, lo que de momento encontramo­s el resto de mortales es a un tipo que, mientras pudo, vivió como un rey gracias a hacer desaparece­r el dinero de todos. En los tiempos de su real vida, no se sabe cuántos servicios sociales no se pudieron acometer porque el dinero viajaba en limusina a bolsillos de estos desalmados, auténticos depredador­es que degradaron la res pública hasta destruirla. Que nos venga ahora hablando de yonquis y locura colectiva es una tomadura de pelo que raya lo obsceno. Lo que debería hacer el homeless este y el resto de la cuadrilla es callar, pasar por la judicatura y desenganch­arse de la droga del dinero en la puñetera cárcel. Porque, perdonen, pero nadie es yonqui del dinero ajeno si no es un delincuent­e.

Vestido de esa guisa, entre un ‘indignado’ de la Puerta del Sol y un colgado en pleno trip, salido de ‘Hair’

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