La Vanguardia

Victoria de la biología

- Francesc-Marc Álvaro

Modero un debate sobre las municipale­s y todos los ponentes coinciden en el papel determinan­te que puede haber tenido el voto de los jóvenes –una parte de los cuales son nuevos votantes– en los resultados. A la espera de estudios que puedan certificar lo que ahora es una simple observació­n sobre el terreno, en el caso catalán, se destaca el peso de los jóvenes en la subida de opciones como la CUP y BComú. Hay quien –viendo el aumento de papeletas de la CUP en lugares como Sant Cugat y Berga– hace caricatura y habla “de los hijos de los convergent­es”, pero las cosas son más complejas cuando notamos que estas siglas también cogen fuerza en ciudades de otros perfiles, lo cual llevaría a hablar “de los hijos de los socialista­s”. En todo caso, los jóvenes acostumbra­n a ser fuerza de cambio y recambio, en función de lo que se considera gastado, obsoleto o averiado.

En 1982, González tuvo los jóvenes a su lado para alcanzar su histórico triunfo. También Aznar, en 1996, recogió un considerab­le voto joven, fatigado de décadas de un socialismo que había perdido su hechizo. Los jóvenes fueron parte de la mayoría absoluta de Pujol en 1984 y más tarde empezaron a buscar otras opciones, como ERC, a partir de los noventa. Iglesias parece interpreta­r, hoy por hoy, los intereses de una parte importante de las nuevas generacion­es, pero no perdamos de vista que, en las generales del 2011, el PSOE fue la formación más votada entre los activistas del 15-M.

Desde los años sesenta del siglo XX, la juventud ha alcanzado un estatuto especial que algunos calificaro­n de “nueva clase social” y otros de “público preferente”. Mayo del 68 escenificó la ruptura cultural entre padres que provenían de un mundo marcado por la guerra e hijos que eran los primeros en disfrutar de una sociedad del bienestar sin precedente­s. Hoy estamos en un nuevo paisaje: la crisis ha frenado lo que parecía un progreso imparable y hemos entrado en un mundo regido por las incertidum­bres, las precarieda­des y el trabajo temporal. Los jóvenes –también los adultos– piden a la política que sea una capa protectora contra estas inclemenci­as. Por eso –y ahora llevo la contraria a algunos analistas– la mayoría no quiere la revolución, sino otra cosa: la reconstruc­ción de la seguridad. Recuperar la seguridad de tener un trabajo, una vivienda, un hospital, la pensión, etcétera. Podemos y la CUP –diferentes pero con elementos comunes– prometen el retorno efectivo a estas seguridade­s. Decir utopía es muy exagerado.

El voto de los jóvenes es una victoria de la biología sobre otros factores, aunque los jóvenes no siempre van en una sola dirección. Hay que estar dispuestos a leer bien lo que llega, evitando –si puede ser– el paternalis­mo papanatas y el rechazo frontal. Los jóvenes de hoy serán sustituido­s por otros jóvenes.

La mayoría no quiere la revolución, sino otra cosa: la reconstruc­ción de la seguridad

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